Blogia

La Barca de Enoïn

Segundo aniversario del asesinato de Clodomiro Castilla Ospino: pretexto para reflexionar sobre el estado de la libertad de prensa en Colombia


 Clodomiro Castilla Ospino foto tomada del portal de la Flip

 

El sábado 20 de marzo de 2010 abrí la página electrónica de El Espectador, para enterarme del discurrir del país. Un subtitulo aciago me esperaba allí: El comunicador Clodomiro Castilla fue asesinado por sicarios en Montería. Cada una de las letras del titular me golpeó en lo más profundo del alma. La noticia ametralló mi espíritu. El acto de tomar conciencia del hecho destruyó por completo la poca confianza social, que aún depositaba en Montería y su hinterland.

 

Antes de convertirse en el combativo periodista, al que un sicario le disparó ocho tiros mientras leía un libro en la terraza de su casa, Clodomiro Castilla era reconocido por ser –más que todo- el hermano calavera de otro periodista cordobés con fama de hombre políticamente correcto. Comunicador nato, intelectual fallido y amigable como pocos, Clodomiro Castilla era, al comienzo de los 90, cuando lo conocí, considerado por el medio periodístico monteriano como un personaje que, usando la expresión acuñada por el escritor José Luis Garcés para referirse a los clientes del célebre bar El Percal, podríamos denominar sinónimo, antónimo y parónimo. Había unos que lo consideraban como un hombre brillante, que se había descarriado y llevaba una vida tarambana. Había otros que veían en él un loquito, que tenia la cabeza llena de cucarachas, debido a su sensibilidad por las problemáticas sociales. Y había quienes consideraban que Clodomiro era un lumpen, que dañaba la reputación del gremio y del oficio, debido a su reconocida adicción a las drogas.

 

La invención de la imprenta con caracteres móviles, obra del alemán Johannes Gutenberg, es uno de los grandes hitos de la historia de la cultura. La posibilidad de realizar tiradas de múltiples ejemplares de libros facilitó el acceso de un mayor número de personas en todo el mundo al saber escrito y conllevó radicales transformaciones en la política, la religión y las artes. Texto e ilustración tomados de biografiasyvidas

 

De hecho es ese último aspecto el que resaltó el más importante periódico regional a la hora de reseñar su asesinato. Sin ninguna conmiseración la redacción policial del Meridiano de Córdoba escarbó el pasado judicial del periodista inmolado, para inventariar los tropezones que tuvo éste a lo largo del curso de su vida. El día siguiente a su muerte este diario, citando fuentes policiales, nos presentó un curriculum vitae de Castilla, que lo muestra más como un individuo tenebroso, ligado al mundo del malevaje, sepultando bajo sus tropelías juveniles, de un plumazo, la labor valiente del hombre maduro que, a pesar de los riesgos que implica ejercer un periodismo critico en Córdoba, escogió el camino escabroso de ser “muy polémico en el ejercicio de su profesión”. 


La máquina de escribir, un instrumento que democratizo la actividad periodística.

 

En el portrait póstumo que levantaron del difunto los cronistas judiciales de El Meridiano se nos informa que Clodomiro Castilla Ospino “era un sujeto que registró varias entradas a la cárcel las Mercedes. En 1990 fue recluido por el delito de tráfico de estupefacientes; el 7 de noviembre de 1990 ingresó al penal por el delito de tráfico de moneda falsificada; el 26 de julio de 1993 entró a las Mercedes por el tráfico de estupefacientes; el 7 de enero de 1996 fue recluido por el delito de ultraje; el 1 de mayo de 1996 volvió a entrar en el penal por el delito de hurto; el 16 de abril de 1997 ingresó por el delito de hurto calificado. En otro informe de la Policía Nacional se le solicitó al Ministerio del Interior y Justicia hacerle una valoración médica y psiquiátrica, debido a su cambio de personalidad. Clodomiro Castilla fue cuestionado en un fallo del Fiscal Mario Iguarán Arana, que exoneró a la Defensora del Pueblo Ana Milene Andrade, por considerar que el denunciante no era confiable ni creíble. Varias personalidades de Córdoba, en el mencionado fallo, se refirieron a él como un hombre con problema de drogadicción. Las autoridades investigan los móviles de la acción criminal.”(Ver Meridiano de Córdoba, edición lunes 22 de marzo de 2010) 

 

Partiendo de la tesis de la antropóloga María Victoria Uribe[i], una de las estudiosas de la cultura de la crueldad y la impiedad en Colombia; la cual ha germinado al calor de la violencia política y el narcotráfico, se podría considerar que una nota de ese corte en vez de galvanizar el espíritu de la sociedad contra la barbarie y motivar su rechazo, desencadena un efecto contrario. Después de leer la nota, el simple parroquiano de a pie, que acude al periódico y a la televisión a la hora de formar su opinión sobre la realidad que lo circunda, termina justificando la muerte de la victima y elogiando al individuo atrabiliario, que se tomó la justicia por su propia cuenta. En síntesis, después de la lectura de dicha nota el más elemental de los lectores puede concluir, sin mayor  exégesis, que el muerto no fue un periodista “muy polémico en el ejercicio de su profesión”, sino un individuo con un abultado prontuario judicial, al que “que no se le mató de balde”.

 

Es eso lo que resalta el doctor en antropología de la universidad Complutense de Madrid y periodista Hugo Paternina Espinosa, en una nota que se detiene sobre el hecho. Para Paternina Espinosasobre el crimen de Clodomiro Castilla y el cubrimiento que fue dado por El Meridiano de Córdoba, llama la atención que el periódico […] haya registrado poco el hecho noticioso y se haya enseñado contra la “moral” del asesinado comunicador, de quien prefirió hablar menos del hecho en sí, es decir, de las posibles hipótesis del crimen, de su trayectoria y sus denuncias profesionales y éticas, para concentrase de manera criminal y alevosa en el número de entradas a la cárcel que había tenido este importante periodista en un momento de su vida cuando fue rehén de las drogas” (anarkismo). 

 

Por su parte el periodista Jesús Abad Colorado ahonda en la misma dirección de Paternina Espinosa. Colorado resalta que “para el Meridiano de Córdoba y el periódico sensacionalista El Propio, no murió un periodista, mucho menos un ser humano. A Clodomiro Castilla Ospino, director de la Revista El Pulso del Tiempo, asesinado en la entrada de su residencia […], estos periódicos y su dueño, director y gerente, William Salleg, lo trataron como un criminal. Y se regodearon desde la primera página de ambos medios con su muerte (revistanumero). 

 

El micrófono: instrumento esencial en el periodismo de denuncia a escala masiva

 

El contexto en que se produjo el asesinato de Clodomiro Castilla

 

Colombia es uno de los países con uno de los recorridos históricos más complejos y difíciles de analizar en América. No obstante ser catalogado por propios y extraños como uno de los cinco países con mayor tradición democrática en el continente, al lado de Estados Unidos, Canadá, México y Costa Rica, este país ostenta también uno de los peores record, en todo el mundo, en materia de crímenes de carácter político, de crimines contra periodistas, sindicalistas y profesores.

 

En su conjunto esos elementos han hecho de él uno de los escenarios más difíciles para el desarrollo de la oposición política, para el ejercicio de la libertad de expresión, de asociación y de cátedra, principios que son caros y fundamentales a toda democracia. El asunto es bastante sensible y tratarlo abiertamente es siempre fuente de controversia, de debates inflamados y de dolores de cabeza para quien se atreve a ponerlo sobre la palestra.

 

El computador: herramienta fundamental para la materialización de la libertad de expresión sin censura

 

Resulta paradójico, pero Colombia es de los pocos países “democráticos” del mundo, que registra una de las crisis más prolongadas en materia de derechos humanos de la historia contemporánea. Las cifras hablan por si solas. Este es el único país democrático que  integra el grupo de los países que más producen refugiados políticos en el planeta. Esto sin contar que es también el segundo con mayor número de desplazados internos. Según un informe de Radio Caracol, en Colombia, entre 1992 y 2008, hubo más desapariciones forzadas que en Chile, entre 1973 y 1989, periodo que corresponde en el segundo país a la dictadura de Pinochet. A esta dictadura se le atribuyó el asesinato y desapareció de tres mil personas en 16 años. La paradoja es que, según cifras de la Fiscalía general de la nación, en Colombia ese fue el promedio trimestral de desaparecidos a partir de 1993. Según cálculos de la Fiscalía, en Colombia ‘‘habrían desaparecido 25 mil personas’’ entre 1988 y 2008, lo que equivale a una tasa de 1.062  personas mensualmente.

 

Para contrarrestar las críticas que le ha granjeado en el plano internacional su interminable crisis humanitaria, el gobierno colombiano ha lanzado en todas las esquinas del mundo una agresiva campaña diplomática, que busca promocionar el talante democrático del país. Desde el comienzo de la década pasada se han podido leer en los portales de las embajadas colombianas, en casi todos los países importantes del mundo, mensajes como el que sigue, que está colgado en la página electrónica de la Embajada colombiana en Alemania: « Colombia es la democracia más antigua y estable de América Latina, con elecciones democráticas consecutivas cada cuatro años durante los últimos 50 años. […] En Colombia existe libertad de prensa.»

 

Sin embargo, como bien lo subraya el historiador Eric Hobsbawm, el modelo democrático colombiano no es más que un «modelo sobre el papel de democracia constitucional […], casi completamente inmune a los golpes militares y a la dictadura en la práctica”, que no le ha impedido al país de convertirse “a partir de 1948  […] en el campo de la muerte de Suramérica.»[ii] Los elementos que resalta Hobsbawm son retomados igualmente por el historiador Charles Bergquist en su crítica al libro La Nación soñada de Eduardo Posada Carbo. Según Bergquist, “la debilidad de las fuerzas populares y de izquierda es lo que mejor explica la ausencia relativa de militarismo y dictadura en la historia del siglo xx de Colombia.[iii]”. Sin embargo esto no le ha impedido a un amplio sector del establecimiento de recurrir al crimen político para garantizar la buena salud del statu quo.

 

Ilustración de la red de internet: sistema que ha facilitado la democratización del acceso a la información y ha materializado el derecho a comunicar las opiniones personales. Ilustración tomada de tecnocosas


Para Bergquist, aquellos que se ufanan en ensalzar la tradición democrática colombiana, se niegan a reconocer que esa tradición democrática ha estado signada por un “conflicto perenne entre liberales y conservadores a lo largo del siglo xix”. Ese conflicto dio origen a un “sistema político bipartidista, sectario, clientelista y excluyente”, que se las arregló durante largo tiempo para cerrarle las puertas de los dos partidos históricos a las fuerzas provenientes de sectores distintos a las elites tradicionales. De igual modo, estas élites excluyeron de la vida política nacional a todas aquellas fuerzas políticas que no representaban sus intereses.

 

Lo anterior, como lo advierte Hobsbawn, indujo al levantamiento de amplios sectores de la población contra el Estado, lo cual ha llevado a Colombia a experimentar ‘‘la mayor movilización armada de campesinos (ya sea como guerrilleros, bandoleros o grupos de autodefensa) en la historia reciente del hemisferio occidental, con la posible excepción […] de la Revolución mexicana’’. En fin, para evitar el advenimiento ‘‘de una revolución social’’ las élites nacionales han ‘‘hecho de la violencia el meollo constante, universal y omnipresente de la vida pública’’. Ese comportamiento ha degenerado, como lo afirmó Fernando Cepeda Ulloa, en ‘‘el conflicto armado más [complejo] significativo y prolongado en la historia del hemisferio occidental’’[iv].

 

Los razonamientos de los historiadores Hobsbawm y Bergquist, que perfilan a Colombia como un país con una elite que sabe guardar muy bien las apariencias, nos ofrecen varias pistas para intentar un análisis del asunto de la libertad de prensa allí.

 

Así el gobierno y sus intelectuales afectos salgan a pregonar a los cuatro vientos que «en Colombia existe libertad de prensa», la realidad incontrovertible es que en Colombia se mata más periodistas que en la mayoría de países del mundo. En síntesis, si bien es cierto que el Estado no amordaza a los periodistas, tampoco hace su deber para impedir que estos sean asesinados por sicarios rentados por sectores partidarios de la conservación del statu quo, empeñados en impedir que estos lleven a cabo su trabajo dentro de los mandamientos éticos que su profesión les impone.

 

Sobre lo peligroso que se ha vuelto ejercer el periodismo en Colombia después de los años 80, el periodista Francisco Santos Calderón sostuvo el 12 de mayo de 2002, en un articulo publicado por la Revista Interforum, que “Colombia es el país donde ha sido asesinado el mayor número de periodistas en los últimos 15 años” y para él –en aquel momento- estaba “claro que las posibilidades de morir asesinado en Colombia son elevadas, y más aún cuando se es periodista”.

 

La cámara fotográfica: instrumento fundamental en la documentación de una investigación periodística

 

En el fondo las cosas no han cambiado mucho después de que Santos escribió su nota. Según un informe del diario El Tiempo fechado el 23 de noviembre de 2011, “139 periodistas han sido asesinados en Colombia en los últimos 34 años” y en 57 de los casos “la justicia ya no puede sancionar a los responsables de los crímenes”, porque éstos han “prescrito en manos de las autoridades”, sin que éstas hayan identificado a sus autores.

 

De acuerdo con la Flip, “el 90% de los casos de periodistas asesinados antes de 1991 han quedado impunes”. Dentro de esa lógica, como lo sostiene el Knight Center, de la universidad de Texas en Austin, "La impunidad” se ha convertido en Colombia en “la más perversa invitación a que los delincuentes repitan sus crímenes" contra periodistas, pues "si los crímenes y las agresiones contra informadores y medios de comunicación no tienen sanción y, por el contrario, van en aumento, ¿cómo garantizar el derecho ciudadano a la información?"

 

El caso Castilla es una prueba fehaciente que valida la hipótesis del  Knight Center. Según el periodista Deison Dimas, que se ocupó de pesquisar por el estado de la investigación en este caso, “a pesar que el 18 de octubre de 2010, las autoridades oficiales afirmaban con certeza la identificación de los autores materiales del asesinato, no existe hoy en día ningún proceso judicial relacionado con el crimen”. Sobre el grado vergonzoso de impunidad que rodea los casos de periodistas asesinados en Córdoba, un caso paradigmático podría ser, como no los muestra el mismo Dimas, el caso del asesinato de Gustavo Rojas Gavalo.

 

La grabadora: un instrumento esencial para la documentación en el periodismo radial

 

Rojas Gavalo fue asesinado el 4 de febrero de 2006. Según Dimas por el asesinato de Rojas Gavalo fueron capturados cuatro desmovilizados de las AUC, conocidos en el medio criminal con los apodos de “Pambe”, “El Negro”, “El Guajiro”, y “Fuego verde”. Sin embargo “la investigación judicial no llegó a buen curso, pues la defensa arguyó la presencia de un falso testigo presentado por el investigador de la Sijín que llevaba el caso. Así, los desmovilizados lograron su libertad  y el investigador del caso fue trasladado a otra ciudad”.

 

Lo inverosímil de esta historia es que “cada uno de los sindicados fue asesinado posteriormente en hechos sicariales”. Para colmo “el investigador de la Sijín que investigó en el 2008 este y otros homicidios, Robert Bonilla Nadat, fue asesinado el domingo 13 de marzo de 2011 en el barrio Casita Nueva de Montería”. Con esta serie de crímenes el asesinato de Rojas Gavalo prácticamente quedó sepultado bajo el manto de la impunidad para siempre.

 

Gustavo Rojas Gabalo: foto tomada de eluniversal

 

Muertes de periodistas: muertes que evidencian la indefensión del hombre pensante frente al hombre que mata en un país de Estado precario

Prototipo del hombre que mata

 

Según Felix Ortega y María Luisa Humanes[v] la actividad cotidiana que realiza el periodista es fundamental para el funcionamiento de la sociedad moderna. A través de su labor el periodista registra, refleja y termina por dibujar los contornos de la sociedad en que vive. Gracias al registro y análisis que éste lleva a cabo de los acontecimientos cotidianos que lo rodean, la gran mayoría de las personas pueden tomar una posición definida frente a los grupos sociales y a las personas que protagonizan los acontecimientos, que dinamizan u obstaculizan la vida de la sociedad en su entorno geográfico.

 

En tal sentido, como lo sostiene el manifiesto de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), “sin periodistas, no hay periodismo y sin periodismo, no hay democracia”, porque la actividad periodística es ‘‘un pilar fundamental’’ de este sistema político, puesto que es un ‘‘motor imprescindible de la convivencia, el diálogo y el debate cívico’’. La confianza social, que es alimentada por la libertad de prensa, de expresión y de información, es fundamental para que existan los tres aspectos anteriores, que resultan indispensables para la salud de toda sociedad, que se precie de garantizar el respeto de los derechos individuales. 

 

Para la escritora y religiosa cubana Zenaida Bacardí de Argamasilla el periodismo ‘no es un oficio: es una vocación’’. Por eso el periodista es al mismo tiempo ‘‘batallador, filósofo, profeta, conductor y maestro’’. Esas cualidades son las que hacen que ‘‘un buen periodista no se “atasque” a la hora de la prebenda, ni del miedo, ni del soborno’’.  Por su parte el comunicador social boliviano Gunnar Zapata Zurita considera que el ‘‘trabajo periodístico constituye una de las profesiones de elevado nivel de esfuerzo y compromiso con la sociedad […] y el Estado’’, porque el periodista con su labor cotidiana no solo hace posible la validación del ‘‘ejercicio de la libertad de expresión’’, sino que materializa ‘‘el derecho de la información y la libertad de prensa’’. Zapata Zurita considera que con su labor cotidiana, el periodista se convierte en un agente fundamental para hacer respetar los derechos humanos y ciudadanos (jzapata)

 

En opinión de Marcelino Llano el periodista es siempre un ‘‘testigo o mensajero […] incómodo’’, porque todo periodista, que tiene claridad sobre los deberes que le impone su profesión termina por convertirse, sin proponérselo, en un librepensador, convencido de la importancia fundamental que tiene su trabajo para el buen funcionamiento de la sociedad. Por eso el periodista termina siendo el primer fiscalizador de todo lo que en ella ocurre. De ese modo el trabajo responsable del periodista convierte al periodismo en el primer dique, que protege a los ciudadanos contra los desbordamientos de los actores que detentan el poder político y económico. Abundantes son los casos que demuestran que sólo la labor de los periodistas y los medios han obligado a estos actores a moderar sus intereses y a plegarse a los deberes, que les imponen las instituciones de una sociedad democrática.

 

Prototipo del hombre que piensa: ilustración tomada de tecnica

 

La disposición del periodista a visibilizar de diferentes maneras los comportamientos que ponen en peligro la vigencia de los derechos civiles o que pueden agrietar las instituciones sociales hacen del periodismo una ‘‘profesión de riesgo’’. Eso queda en evidencia en países como Colombia donde, como lo sostiene Marcelino Llano, ‘‘los cadáveres de periodistas son una atrocidad prácticamente cotidiana’’. El número de periodistas asesinados en este país representa, como diría Rafael de Loma ‘‘un promedio terrorífico de víctimas’’, que nos permiten de ‘‘calibrar el peligro del ejercicio de la profesión’’ en ciertos de los mal llamados ‘‘países del tercer mundo’’.

 

Sobre la confrontación entre el hombre que mata y el hombre que piensa, el sociólogo y periodista Max Nordau sostuvo que, desde la noche de los tiempos, ha existido una lucha sin cuartel entre dos tipos de seres humanos: aquellos que están dotados de la fuerza, el coraje y la destreza para el manejo de las armas (el hombre que mata) y los individuos débiles, temerosos e ineptos para el combate. ‘‘La lucha tenía un interés serio y todas las armas que en ella se empleaban eran buenas. El más fuerte degollaba al más débil, el más listo burlaba al más tonto, el hombre vigilante sorprendía durmiendo al hombre descuidado. […] Esta situación, en la cual, para no morir, había que ser el más fuerte en todas las circunstancias y frente a todos los hombres, cesó al formarse el Estado jurídico’’. Con la aparición del Estado jurídico, gobernado por el derecho, como lo advierte Nordau, comenzó la sociedad civilizada, en la que si el individuo es demasiado débil para protegerse contra un agresor más robusto, llamado en su ayuda a la sociedad, pues ésta será siempre más fuerte que el más robusto de los individuos.

 

Sobre esa lucha Francis Fukuyama[vi], a partir de la interpretación de Hegel, sostiene que el logro principal de la sociedad moderna, edificada cautelosamente por el hombre pensante a pesar de la dominación del hombre que mata, ha consistido en estructurar un sistema jurídico, que le ha otorgado a cada ser humano un reconocimiento reciproco y universal, en el que cada ciudadano reconoce la dignidad y humanidad de su prójimo, dignidad que es amparada por el Estado, gracias al reconocimiento de un conjunto concreto de derechos. El ascenso de esa sociedad, gobernada por los principios de la soberanía popular y el reino de la ley, llegó con la Revolución Francesa y la Independencia de los Estados Unidos, que dieron inicio a un nuevo tipo de sociedad que dejo de regirse por la ley del embudo, que le confería al individuo más fuerte el privilegio de hacer su voluntad.    

 

A pesar de que nuestro país vino a este mundo dentro de la lógica del discurso racional, que fundó con la Revolución Francesa y la Independencia estadounidense la sociedad moderna, gobernada por la democracia liberal, no ha podido conseguir que ese discurso se implante del todo en nuestra sociedad. Por eso Colombia, con su matanza sempiterna de profesores, de dirigentes de las fuerzas políticas de oposición, de presidentes de organizadores sindicales y de periodistas, no pasa de ser, como diría el escritor Sergio Ramírez, un monstruo de la razón. Esa incoherencia ha quedado patentada en nuestras constituciones, que han hablado siempre de ‘‘respeto a los derechos individuales, libertad de expresión, igualdad ante la justicia’’, lo cual ha hecho de ellas unas novelas, ‘‘fruto de la imaginación’’, que dan cuenta de que hemos intentado la modernidad, pero no hemos podido apropiarnos de los modelos que ella nos ha propuesto. Por eso nuestro país podría definirse, usando las palabras de Ramírez, como un lugar en el que saltan a la vista las diferencias ‘‘entre el ideal imaginado y la realidad vivida, entre el mundo de papel de las leyes y el mundo rural donde se engendra la figura del caudillo’’, que somete a la sociedad ‘‘al arbitrio de su voluntad’’, la cual impone a sangre y fuego, apoyado sobre el pavor que infunde su ejército privado de hombres que matan (laprensagrafica).

 

Instrumentos básicos del hombre moderno que piensa

 

La vigencia del rol social del hombre que mata es una de las razones que explican la popularización de la cultura que venera la crueldad y ha conducido al empoderamiento de la impiedad, como manifestación identitaria de un segmento de la población de la Colombia de nuestro tiempo. En opinión del filósofo Stanislaus Bhor, Colombia es uno de esos países del mundo, donde “la sociedad ha vindicado al hombre que mata, naturalizándolo; volviéndolo parte de la cultura y de la fauna social”, pues aquí “matar es un trabajo” como cualquier otro, porque aquí “el crimen paga” y “el crimen se paga”. Dentro de ese contexto la sociedad ha presenciado –entre atónita y complaciente- “el advenimiento” y la entronización “del homo occidere: el hombre que mata para poder vivir”. El fenómeno ha sido estimulado por el auge de la violencia política y el comercio de drogas, que han conllevado a que el asesinato perpetrado “por cualquier bando” haya “alcanzado en nuestra cotidianidad el sitio de una función social” indispensable (hermanocerdo).

 

Esta sociedad, administrada por un Estado precario e ineficiente, ha terminado confiriéndole al “asesinato” el rol de un servicio –o de un bien- a considerar, cuando de resolver un conflicto complejo se trata. Por esa vía el homo occidere ha terminado ocupando un lugar privilegiado; al lado del juez y del abogado, a la hora de resolver litigios incómodos. En medio de una atmósfera social regida por la inmoralidad en la gestión de lo público y la amoralidad social, condimentada paradójicamente en exceso por los preceptos de la moralidad religiosa, la violencia se ha convertido en “un mecanismo de supervivencia y de ascenso social”. Esto hace que el asesino no sea visto “necesariamente como un monstruo” y que el crimen se considere “dentro de las opciones que la misma sociedad ofrece para ascender socialmente”, pues éste se legitima “con la impunidad, porque si nadie paga por los crímenes, todos los desmanes se pueden cometer, uno tras otro” (hermanocerdo)

 

Instrumentos modernos para el hombre que mata

 

De la trascendencia social que alcanzó en Córdoba el rol del hombre que mata en el momento en que Clodomiro Castilla reorientó su vida dan testimonio cuatro eventos. El primero de ellos se produjo en marzo del año 2.000. Despuntando ese mes más de 5.000 personas invadieron un predio privado en el sur occidente de la ciudad, reclamando acceso a vivienda para pobres, a precio razonable. Como el Estado, representado en el alcalde y sus fuerzas policiales, fue incapaz de obtener el desalojo de los invasores del predio privado que ocupaban, un sector de la sociedad acudió –en secreto- a los servicios del hombre que mata. De la noche a la mañana la ciudad fue invadida por una oleada de pasquines, en los que se anunciaba la llegada de un escuadrón de hombres pertenecientes al autodenominado "Comando Central Muerte a Invasores"».

 

Según un informe de radio Caracol de ese año, los volantes advertían: «si el próximo martes a las cinco de la mañana no son desocupadas las invasiones» los hombres destacados a la ciudad por parte del comando «eliminaran a los que persistan en ocupar los predios». En uno de sus apartes el pasquín, que constaba de siete puntos, señalaba que el comando había traído «personal entrenado y armado procedente de Medellín, El Urabá y Valledupar dispuesto a eliminar líderes, coordinadores, voceros», fueran estos «periodistas o no, y a todo el personal que no hubiese desalojado las invasiones» en el plazo que ellos había determinado.

 

En el último punto el documento afirmaba: "A todas las personas pacificas que han invadido estas tierras y que sabemos que son mayoría por su bien y el de los suyos, desalojen estas propiedades y acójanse a la generosa oferta de Fun Pascor, que donó treinta hectáreas para su reubicación porque no queremos que inocentes caigan en la limpieza social que ya comenzamos"».  Coincidencialmente el día que comenzó a circular el pasquín fue asesinado por cuatro desconocidos el concejal conservador Guillermo Córdoba Galarraga. El asesinato de Córdoba se produjo a pesar de que la ciudad se encontraba bajo la medida de toque de queda (eltiempo).

 

El segundo hecho de trascendencia, que vale destacar, es la injerencia profunda que tuvo una de las poderosas confederaciones nacionales de los hombres que matan en la modelación del destino de la Universidad de Córdoba, en la primera década del siglo XXI. El 28 de marzo de 2000, miembros de esa confederación interceptaron un bus de la universidad, secuestraron dos estudiantes y un mes más tarde, el día del trabajo, secuestraron al rector de la universidad para obligarlo a desistir de sus intenciones de hacerse reelegir en el cargo. Cuatro meses después de sucedido este hecho, uno de los jefes de dichos grupos intervino ante el Consejo Superior Universitario. Su intervención se produjo para garantizar que el candidato, que había alcanzado la mayoría de los votos en la consulta a la comunidad universitaria para seleccionar candidatos a rector, fuera también el elegido por el Consejo Superior, que tenía entre sus facultades la posibilidad de desconocer los resultados de la consulta.

 

El tercer suceso aconteció en el año 2001, cuando se acercaban las elecciones para congreso de la república y se preparaban las elecciones presidenciales. En esa ocasión el jefe político de la misma confederación de los hombres que matan convocó a “más de cincuenta políticos de diferentes regiones del país, entre Senadores, Representantes, Concejales y Alcaldes”, con el objeto de “refundar la patria”, “crear un nuevo pacto social” y “construir una nueva Colombia”(semana). El pacto fue refrendado por dos gobernadores y en la última línea del documento se establece taxativamente: “En este documento queda constancia de los asistentes a esta reunión (sic), firman a voluntad propia” (wikipedia). El pacto les permitía a los políticos firmantes de neutralizar a sus adversarios, constreñir a los electores de sus regiones y –por ende- garantizar su elección sin contratiempo[vii].

 

Finalmente está el evento relacionado con el rol de mediador en los conflictos laborales, que adquirió el jefe de la misma confederación de los hombres que matan. Cuando los patronos y obreros de la región no podían ponerse de acuerdo sobre dichos temas, este organismo intervenía para propiciar la concertación entre las partes. El hecho que sacó ese rol a la luz pública sucedió el 16 de diciembre de 2001, cuando los directivos de la Universidad de Córdoba y los miembros del sindicato de profesores y de trabajadores fueron citados al campamento central de dicha confederación. De acuerdo con los testimonios de los líderes sindicales que fueron forzados a asistir al encuentro, “Salvatore Mancuso citó esa reunión para tratar temas importantes de la vida universitaria, […] es decir para que le rindieran cuentas”. Haciendo uso de su rol de mediador, “se mostró interesado en resolver las diferencias que habían surgido en torno al manejo de la universidad, en especial a la repartición de la torta burocrática”. En el curso de la reunión, Mancuso recomendó de “iniciar un proceso de reestructuración de la Universidad y renegociar la convención colectiva con el sindicato” (sintraisa).

 

"Masacre de Mejor Esquina" (1997) Fernando Botero:  Imagen tomada del blog elclip2011

 

Paradójicamente, la repugnancia generada por ese ambiente social dominado por la criminalidad, la relación de ésta con la clase política y la generalización del culto al homo occidere fueron los elementos que terminaron revelándonos el coraje y la bonhomía social de Clodomiro Castilla. Como bien lo sostiene el filósofo Rafael Gómez Pérez, es en medio de las situaciones de violación de derechos donde aparece también aquel individuo que se atreve a exclamar «no hay derecho», dando inicio a un proceso de indignación que se convierte en todas partes en “la primera y más importante declaración de la existencia de la ética” (obracultural).

 

El caso de Castilla sirve para corroborar la apreciación del filósofo Gómez Pérez. Su talante de hombre cívico salió a flote, en medio de un contexto social en el que se llegó al extremo de que los grupos de justicia privada tuvieran su sede social frente al comando departamental de policía. En ese hervidero de degradación moral emergió, prácticamente de la nada y en el individuo menos esperado, un periodista combativo, que –en solitario- se atrevió a levantar la voz frente a una situación generalizada de violación de los derechos humanos y de atávica inmoralidad en el manejo de lo público.

 

Para deshacerse de la labor fiscalizadora del homo sapiens (hombre que piensa), el homo occidere (hombre que mata) recurrió a la fuerza bruta. Por eso dos sicarios, posiblemente cuasi-analfabetas, acabaron con la vida de Clodomiro Castilla, cuando se encontraba leyendo solo en la terraza de su casa, ‘‘acompañado de sus perros’’. Hoy a pesar de que el presidente de la época, como lo informó el diario El Espectador, ofreció una ‘‘recompensa de 26.300 dólares por información que permita capturar a los responsables del asesinato’’, el crimen contra Castilla sigue impune.  

 

Con Clodomiro nunca me tomé una fría

 

Como lo dice un dicho popular: “el vuelo de una sola golondrina no hace verano”. La soledad que rodeaba la lucha de Clodomiro me recuerda una tesis de uno de mis profesores de historia. Al referirse a las élites sociales, afirmaba mi profesor que “estas cumplen en toda sociedad la función de agente legitimador y normalizador de los comportamientos sociales y de las manifestaciones culturales que van a universalizar a esa sociedad. Esto hace que una manifestación cultural o un comportamiento social se convierta en algo legítimo el día que la élite lo asume como algo socialmente aceptable y lo incluye dentro de su imaginario y su estilo de vida”. El rol legitimador de las elites sociales en el caso de los gobiernos autoritarios, del modelo de Estado fascista y de las dictaduras de América Latina es un asunto profusamente analizado por Fukuyama en su análisis sobre la debilidad de modelo de Estados fuertes.

 

A finales de la década de 1990, cuando decidió alejarse definitivamente de las drogas, reorientar su vida y dedicarse de lleno al periodismo, Clodomiro Castilla emprendió su cruzada contra una verdadera legión de molinos de viento. Como ya lo anotamos, en ese momento los grupos de paramilitares se encontraban en pleno auge. En los periódicos regionales no faltaban quienes estuvieran dispuestos a escribir editoriales para justificar su rol. El matrimonio entre los políticos de la región y estos grupos se consolidaba a la vista de todo el mundo. Las voces más influyentes del empresariado local no paraban de elogiar el patriotismo de sus jefes. Esto sucedía a pesar de que las acciones de dichos grupos contra la población civil ponían cada vez en evidencia mayores grados de crueldad.

 

La última vez que hablé con Clodomiro, fue en una exposición de jóvenes pintores cordobeses, organizada por el Banco de la República.  Ese día me dijo: “¡Viejo man te cuento que dejé la mona!... Cristo me ha sacado del infierno de la droga. Ahora si voy a practicar el periodismo como Dios lo manda. Espero que tú y yo podamos asociarnos en esa causa”. Con un rictus de escepticismo le dije: “eso sería bueno, pero en estás tierras los palos no están para cucharas”. Quedamos de encontrarnos para ultimar detalles sobre un programa de radio, que combinara el periodismo de denuncia con música antillana y rock, información cultural y debates sobre temas de actualidad. La cita nunca se concretó. Varias semanas después yo debí abandonar Montería por amenazas de muerte.

 

El 20 de marzo de 2010, cuando abrí El Espectador y me estrellé con el titular que informaba sobre su muerte y anunciaba una recompensa del presidente por información que condujera a los responsables de su asesinato, sentí un golpe demoledor. Consternado, no fui capaz de continuar leyendo el resto de la nota, porque pensé que estaba leyendo la noticia de mi propio asesinato.

 

Diezmado por la rudeza de la deflagración emocional tuve que pararme a tomar un poco de aire. En el fondo ese muerto lejano, con el que no me ví más de cuatro veces en mi vida, también era yo mismo. En ese momento volví a hacerme esas preguntas que no había dejado de hacerme después del cinco de abril de 2000 cuando abandoné la capital de Córdoba: ¿qué me hubiese pasado si no hubiera salido de Montería? ¿Qué podría pasarme si decido regresar? Lamentablemente la respuesta me la rebeló el titular de la noticia que me informó sobre el asesinato de Clodomiro.

Foto del cuadro Los fusilamientos de Goya

 

Han pasado dos años de la muerte de Clodomiro. El tema a nivel local, como dice la canción de Edith Piaf, fue payé, balayéoublié. Al final, como lo sostienen ciertos observadores extranjeros, en Colombia ese tipo de sucesos hacen parte de los hechos diversos que animan la vida cotidiana ‘‘de una sociedad que –como lo resaltó un editorial del diario El Tiempo- ignora su pasado’’, una sociedad donde no se puede discutir con seriedad y sin intolerancia los problemas que la aquejan, aunque sus habitantes afirmen en baja voz –todos los días- que son ‘‘víctimas de un destino inevitable de violencia, corrupción, impunidad, arbitrariedad y exclusión’’, que ha hecho de ellos ‘‘un pueblo sin historia’’.  En este país, como en el pueblo ficticio de Macondo,  la "historia ha sido desterrada de la memoria’’ de la gente, pero esta vez por decreto. 


Caricatura sobre represión de la libertad de expresión: tomada de taringa

 

[i] Uribe, María Victoria. 2004. Anthropologie de l’inhumanité : essai sur la terreur en Colombie. Paris : Calmann-Lévy, 167 p.

[ii] Hobsbawm, Eric. 2004. «Un Historiador Inglés Se Entera De Colombia». Lecturas fin de semana de El Tiempo. Bogotá: El Tiempo, Domingo 25 de enero de 2004, Lecturas fin de semana. Récupéré le 20 joins 2008 de http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1541391

[iii] Bergquist, Charles. 2005. « Eduardo Posada Carbó. La nación soñada. Violencia, liberalismo y democracia en Colombia ». Anuario colombiano de historia social y de la cultura, No 35, p. 472-475 http://www.revista.unal.edu.co/index.php/achsc/article/viewFile/18310/19230

[iv] Cepeda Ulloa, Fernando. 2004. « Acuerdo Oea-Colombia». El Tiempo (Bogotá), Sábado 7 de febrero de 200 4http://www.eltiempo.com/archivo/buscar?q=Fernando+Cepeda+Ulloa&producto=eltiempo&x=13&y=12&a=2004&pagina=2

[v] Ortega, Felix y María Luisa Humanes. 2000. Algo más que periodistas. Sociología de una profesión. Ariel: Barcelona, 240 p.

[vi] Fukuyama Francis. 1992. La fin de l’histoire et le dernier home. Paris : Flammarion, 452 p.

[vii] Torres Bustamante, María Clara. “El contrato social de Ralito”.  Revista Cien días vistos por Cinep Núm. 60 abril 2007, p. 1-5.

Centenario de Lucho Bermúdez: celebración de cien años de alegría y goce

Lucho Bermúdez uno de los músicos más importantes en la popularización del porro. Foto tomada del portal de la biblioteca Luis Ángel Arango

Tenía cuatro años –si mi memoria no me falla- cuando escuché por primera vez el verso de una canción de Lucho Bermúdez. No me acuerdo exactamente a que estaba jugando, ni con qué, cuando la voz melodiosa de una mujer comenzó a tararear: “Carmen querida/ tierra de amores/ hay luz y sueño bajo tu cielo/ y primaveras siempre en tu suelo bajo tus soles llenos de ardores”. Transportado por la melodía detuve mi faena infantil y me puse a escuchar a la mulata menuda, que cantaba al lado de la hornilla, donde preparaba el almuerzo familiar, esa tonada alegre que nunca antes había escuchado. Esa mañana lejana Carmen de Bolívar entró para siempre en mi espíritu y me acompaña todos los días a donde quiera voy. Por eso no es exagerado si digo que en los momentos de tristeza viene a mi encuentro, para canturrearme de nuevo, la voz de aquella mujer de mediana estatura, que cantó en aquella mañana lejana, frente a un fogón de leña: ‘‘Tierra de placeres/ de luz / de alegría/ de lindas mujeres/ Carmen tierra mía”.

 

No sé dónde leí o a quien le oí decir que la música –cuando se crea o se interpreta con pasión- es sin duda la más sublime de todas las artes, porque la música –la buena música- siempre tendrá la capacidad de entrar en contacto con las fibras más sensibles de nuestro espíritu. Esa capacidad que tiene la música de sumergirse en la profundidad de la condición humana, sin importar el nivel de desarrollo de nuestra intelectualidad, de entrar en contacto con nuestra sensibilidad –aún en las peores condiciones y circunstancias de la vida- hace de ella una prueba fehaciente de la existencia de Dios y de su generosidad con la humanidad.

 

Sobre el rol redentor que tienen en general todas las artes y sobre su valor espiritual, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche sostuvo que ellas ‘‘son las que hacen posible y digna de vivirse la vida’’. En la misma dirección parece abundar el profesor de artes audiovisuales Fernando Henao, quien puso a disposición de sus contactos en su muro de Facebook un aforismo, en el que sostiene que no encuentra ‘‘ninguna contradicción entre Arte, Ciencia y Religión’’. En su opinión, ‘‘al final, el universo curvo de Einstein es igual al cielo estrellado de Van Gogh’’.


Eduardo Ramírez Villamizar, El Dorado núm. 2, 1957, Óleo sobre tela,  Colección Banco de la Republica


En lo que toca a la música, el analista folclórico puertorriqueño Luis M. Álvarez considera que ‘‘la música es uno de los lenguajes espirituales que mejor define la cultura de un pueblo’’. Según Álvarez, la música representa un ‘‘lenguaje espiritual’’, a través del cual se manifiesta el sentimiento de la gente en ‘‘canciones y bailes’’, que terminan dando origen a las diferentes manifestaciones folclórico-culturales de toda sociedad.  De hecho –como él nos lo recuerda- la sabiduría popular reconoce el valor que tiene la música como manifestación espiritual, al sostener que "la música es el alma de los pueblos", y que "un pueblo sin música es un pueblo sin alma".

 

Recorrido por el pueblo de un grupo de gaitas tradicionales y de cumbiamberos en marco del festival de gaitas de Ovejas Sucre. Foto tomada del portal de la red nacional de festivales de músicas tradicionales.

 

Para refrendar lo anterior vale aquí traer a colación una acotación del filósofo alemán Friedrich Nietzsche sobre el valor que tienen, desde la antigüedad, las manifestaciones folclóricas y el rol de las fiestas populares en la creación de la identidad colectiva de los pueblos y en la generación de lasos de cohesión entre sus miembros. En ‘‘El nacimiento de la Tragedia en el espíritu de la música’’ Nietzsche afirma que los himnos que cantan y danzan los ‘‘entusiastas dionisíacos’’, que pueblan cualquier región de la tierra, no sólo ‘‘renueva[n] la alianza entre los seres humanos’’, pues  la ‘‘fiesta’’ también cumple la función de impulsar la ‘‘reconciliación’’ entre la ‘‘naturaleza enajenada, hostil o subyugada […] con su hijo perdido, el hombre’’.


Representación de Dioses Africanos, vibrando con tambores en vivo, para hombres y mujeres. Imagen tomada del blog de mariavihormaechea

Si tomamos a pie juntilla la idea de Nietzsche podemos sostener que la música no solamente cumple un rol social, sino que tiene además una función terapéutica y espiritual, que facilita la reconciliación de los seres humanos –entre si- y con la naturaleza. Por eso escuchar una obra musical de nivel superior o interpretarla –sin importar que ésta sea folclórica o clásica- y captar el mensaje mágico -o sagrado- que encierra cada una de sus notas, dejándose llevar por él –sin oponer resistencia-, equivale a la lectura de varias páginas de un libro sagrado o a varios minutos de profunda meditación. Si ese razonamiento es correcto, los creadores musicales: compositores o paroliers –como se les llama en francés- y los arreglistas deberían ser catalogados también como receptores del mensaje divino. Esto los convertiría en heraldos portadores de los mensajes sagrados de las deidades para la humanidad, tal como sucede con los profetas.


Bosquejo de Friedrich Nietzsche, uno de los filósofos que mejor ha interpretado el espíritu creativo y su transformación en arte. Imagen tomada de taringa.net.

 

Por su capacidad de entrar en contacto con todos los públicos, cosa que hace de ella la más popular y democrática de las artes, la música es también la primera de las manifestaciones del intelecto humano que nos permite de percibir, a primera vista, eso que –usando la terminología de Heguel- se denomina espíritu absoluto. De acuerdo con este filósofo, el espíritu absoluto está representado por el mundo del arte, la religión y la filosofía. Parafraseando al filósofo chileno Francisco Vega C. podríamos decir que estas manifestaciones intelecto-estético-espirituales, por el simple hecho de dar testimonio del genio, la fantasía y la espiritualidad de la gente que habita un territorio específico, nos permiten de hacer el reconocimiento positivo de la constitución histórica de un pueblo (revistas.ucm).

 

Demostración de la Diablada, danza oficial del Carnaval de Oruro, foto tomada de lostiempos.com

 

En lo que respecta al folclor –particularmente en lo que concierne a la música y la danza- como manifestación del espíritu absoluto, vale parafrasear aquí varios apartes de un editorial del diario nicaragüense La Prensa. En dicha nota, el editorialista sostiene que ‘‘el folclor constituye uno de los aspectos vitales de la herencia cultural’’, que ‘‘distingue y da identidad’’ a una nación, porque ‘‘los valores y las expresiones culturales, ante todo folclóricas’’, permiten de identificar los trazos característicos de la nación, ‘‘por encima de la diversidad étnica y al margen de las […] diferencias y antagonismos ideológicos y políticos’’. Según el editorialista, “podría decirse, sin incurrir en exageración, que el folklore es la patria’’, porque ‘‘es el depósito de la sabiduría y cultura que nos han legado nuestros abuelos’’. Esto hace del folclor la primera manifestación cultural que nos advierte de la existencia de los primeros trazos de identidad general en un pueblo. En otras palabras, es el folclor quién pone en evidencia la existencia de una ‘‘cultura nacional’’ y es él quién saca a relucir ‘‘los rasgos’’ de la personalidad popular, que determinan la esencia de la nación.


Comparsas en las fiestas del Señor del Árbol, tradición de Pomasqui (que significa zona de pumas), al norte de Quito, foto tomada del blog Mujer en tierra firme

 

Quién mejor resume la importancia que tiene el folclor en la estructuración del espíritu nacional –entre los analistas musicales con los que me he familiarizado- es el musicólogo español José Manuel Brea Feijóo. Sostiene este estudioso que ‘‘cada país considera las canciones folklóricas como patrimonio nacional’’, pues como lo sostuvo Edwin J. Stringham se puede ‘‘afirmar que la canción popular trasciende las fronteras’’, porque ‘‘tiene la sencillez y universalidad que resume la experiencia humana en unos cuantos rasgos, y va directa al corazón en un lenguaje que todo el mundo puede entender’’. En su juicioso análisis del nacionalismo musical del siglo XIX, Brea Feijóo sostiene que ‘‘el folklore musical fue decisivo en la génesis del nacionalismo musical decimonónico y sigue estando presente, de manera más o menos patente, en composiciones contemporáneas’’. Esto explica según él, ‘‘aunque parezca extraño’’, por qué un análisis detallado de las obras ‘‘de reconocidos músicos de vanguardia’’ puede poner en evidencia ‘‘las rítmicas y melodiosas raíces’’ de ‘‘muchos cantos populares’’, que –aunque bastante depurados- ‘‘perviven y se difunden ampliamente’’ por esta vía, ‘‘sin desvirtuar su esencia’’ (filomusica).

 

En lo que toca a la diferencia entre las manifestaciones folclóricas y las expresiones cultas en el campo de la música, Brea Feijóo, apoyándose en el trabajo atropo-histórico que hiciera el escritor Alejo Carpentier sobre la música cubana, nos da a entender que todo melómano ‘‘libre de prejuicios’’, como lo fue Carpentier, siempre se situará ‘‘más allá de la visión encorsetada’’, que trata de separar lo “culto” de lo “popular”. Dicha postura hará siempre de  un buen melómano ‘‘un ecléctico, receptor de todo lo que tiene valor’’, llevándolo a exaltar ‘‘lo realmente bueno y auténtico’’, sin importar su origen o categoría. Dentro de esa lógica resultan absurdas y obsoletas, a la hora de abordar la evolución de la música en cualquier nación, ‘‘las clasificaciones pretéritas’’ que tratan de dividir la música en música culta, semiculta, popular, populachera o folklórica, lo que al final acaba confundiendo a la gente (filomusica).

 

La importancia del trabajo de Carpentier, sostiene Brea Feijóo, radica en su capacidad de mostrarnos que en occidente, en los últimos dos siglos, los compositores talentosos se han estado inspirando de una diversidad de fuentes de múltiples orígenes.  Esto le ha permitido a aquellos que han sido catalogados como clásicos de beber en las fuentes del folclor nacional y foráneo y echar mano de elementos provenientes de lo popular –presente y pasado-, lo cual se valora hoy positivamente. Lo anterior explica porque ‘‘el material melódico de la [música folclórica] europea está muy relacionado con la música culta’’. En general, Brea Feijóo resalta que ‘‘los límites entre la [música folclórica] y otros tipos de música no están totalmente claros’’ en aquellas regiones, como China, India y el Oriente próximo, cuyas tradiciones culturales tienen un gran recorrido histórico (filomusica).



Sátiros y Ninfas bailando


El lugar de Lucho Bermúdez en la historia de la música colombiana


 

El clarinete es uno de los instrumentos básicos en la interpretación de la música de las sabanas de Bolívar y Sucre y de los valles del Sinú y San Jorge. Los estudiosos del folclor de está región sostienen que el clarinete ha tomado en las bandas y grupos de gaitas de la actualidad el lugar que ocupaba una de las dos flautas indígenas en las agrupaciones precolombinas. El clarinete fue el instrumento predilecto de Lucho Bermúdez.

En la historia musical de un país son pocos los músicos que alcanzan a obtener el reconocimiento del público por su condición de intérpretes del espíritu nacional. Ese aspecto no tiene nada que ver con la fama, el éxito comercial o el reconocimiento del público como tal. En todas partes hay músicos que han alcanzado esos logros, sin que su obra haya trascendido más allá del cuarto de hora de gloria que les ha conferido el mercado. En general ello se debe a que el valor artístico-estético de su trabajo, analizado a la luz de las teorías del arte, no pasa de ser ‘‘nada más que un tintineo, del que sin duda se puede prescindir’’, porque su talento nunca rebasó el nivel de lo ‘‘accesorio-divertido’’, o porque nunca se preocuparon por abordar la ‘‘seriedad de la existencia’’, ni ‘‘la actividad propiamente metafísica de esta vida’’, que es en opinión de Nietzsche –según nuestra interpretación- ‘‘la tarea suprema’’ del arte.

 

Ese no es el caso de Lucho Bermúdez, pues su talento le permitió captar –en su momento-, con precisión, las emociones que componen el basamento metafísico de la nación colombiana. Esto hace de él  –en música- uno de los mayores intérpretes del espíritu nacional, sin dejar para nada de lado el interés comercial: divertir a la gente, que lo llevó a fundar su orquesta. Podría decirse que en la música popular colombiana del siglo XX, Lucho Bermúdez es a Colombia lo que es a México, Agustín Lara, Pedro Vargas y José Alfredo Jiménez, ‘‘considerado [este último por Wikipedia como] el mejor cantautor de música ranchera de todos los tiempos’’; a Cuba, Miguel Matamoros, Compay Segundo, Dámaso Pérez Prado, Benny Moré, Bola de Nieve, Ernesto Lecuona, Chano Poso, Cesar portillo de la Luz u Olga Guillott; o a Venezuela, Juan Vicente Torrealba Pérez y Hugo Blanco.

 

Cualquier análisis de la obra musical que nos heredó Lucho Bermúdez no puede pasar por alto que su trabajo se inscribe dentro del legado musical que nos ha dejado una formidable pléyade de músicos caribeños, entre los que se cuentan el cubano Valentín Cané, integrante del grupo que fundó en 1924 la Tuna Liberal de Matanzas, que sería conocida más adelante como la Sonora Matancera, Luis María Frómeta, director de la Billo’s Caracas Boys, Renato Capriles, de Los Melódicos, y Orestes Aragón, uno de los fundadores de la sexagenaria Orquesta Aragón. De eso da cuenta el portal francés Mondo mix, dedicado a la promoción de los músicos del mundo entero. En dicho portal se afirma que la orquesta de Bermúdez hizo parte del universo de las grandes orquestas latinoamericanas, que dominaron el panorama musical continental durante la década de 1950. En la misma reseña se sostiene además que Bermúdez jugó un rol preponderante en la difusión de las músicas populares colombianas a nivel continental.

  

La Sonora Matancera en Radio Progreso, foto tomada de montunocubano.com


La habilidad de Lucho Bermúdez para posicionar su agrupación musical en el mercado de la lúdica y el goce nacional, en un país cuya élite no se sentía muy orgullosa de sus tradiciones musicales populares y folclóricas, es sólo comparable a la habilidad del cubano Valentín Cané y a la del dominicano Billo Frómeta para hacer lo propio con sus organizaciones musicales. Para asegurarse un mercado continental, Cané no dudó en llevar a su orquesta cantantes de varios países del continente. Eso explica porque pasaron por la Sonora Matancera vocalistas argentinos, colombianos, cubanos venezolanos, puertorriqueños, mexicanos y dominicanos (buenamusica). De su lado Billo Frómeta incluyó en su repertorio ritmos típicos de otros países, como el porro y la cumbia colombianos, el merengue dominicano, el son y el bolero cubanos, música puertorriqueña y canciones con arreglos de pasodoble español (orquestabillos).

 

En lo que concierne a Bermúdez, éste abordó en sus composiciones todos los ritmos costeños: porros, cumbias, gaitas, fandangos, mapalés, paseos y merengues e incursionó en otros ritmos nacionales como el torbellino, el pasillo y el joropo. Su versatilidad también le permitió de preparar arreglos en géneros musicales de otros países como la bossa-nova, el tango, el mambo, el chachachá, el jazz, el pasodoble y desde luego el bolero (banrepcultural). 

 

Para penetrar el mercado interiorano, un medio donde las elites se mostraban reticentes frente a casi todos los ritmos folclóricos del país, pero particularmente frente a los ritmos costeños, Bermúdez no dudó en reclutar a la mayoría de los músicos de su orquesta en el interior y establecerse en Medellín y Bogotá. En la capital fue considerado por la prensa de comienzos de la década del 50, cuando apenas rayaba la cuarentena, como uno de los grandes pontífices de la ‘‘música popular colombiana’’ y uno de los autores más reconocidos de ‘‘la música festiva nacional’’ (semana).


Portada de la Revista Semana del 1 de Enero de 1949, imagen tomada del blog Cumbiapoder

 

El aporte de la obra musical de Lucho Bermúdez a la estructuración de la identidad nacional de Colombia es un hecho, que se puede constatar con sólo hacer una revisión somera de las hemerotecas virtuales. La revisión de los titulares y notas de prensa: editoriales anónimos y firmados, de apuntes de columnistas procedentes de todos los horizontes espirituales e ideológicos y de crónicas conmemorativas, nos sirven para comprobar que Lucho Bermúdez es uno de los primeros personajes de la vida pública nacional, que derribó los tradicionales prejuicios regionalistas, que aún hoy flagelan con ardor el alma de la nación colombiana.

 

La obra musical de Bermúdez es –sin lugar a dudas- el primer producto cultural del país, que enorgullece por igual a cachacos y costeños. Con ella pasó lo que pasó más tarde con la obra literaria de García Márquez: dejó de ser una manifestación de la cultura costeña, para pasar a ser uno de los iconos mayores de la cultura colombiana. Ese elemento sale al flote en la nota del columnista Reinaldo Spitaletta, que escribió en El Espectador: “hubo un tiempo en que Colombia era conocida en el exterior por su música, por sus orquestas y compositores. Y uno de ellos, tal vez el más grande, era Lucho Bermúdez.”

 

Algo similar se puede concluir luego de la lectura de un nota de El Colombiano de Medellín, en la que un redactor general, que nos privó de conocer su identidad, sostuvo que “La música colombiana le debe tanto al maestro Lucho Bermúdez, que un año, el de su centenario, es homenaje justo para honrar su memoria”, pues nuestros “abuelos y padres vivieron jornadas musicales inolvidables, gracias al talento del maestro” y “su versatilidad, [···] nos dejó un legado maravilloso en el cancionero nacional”. Por su parte el diario El Mundo –de Medellín- destaca que “en Medellín fue donde Lucho Bermúdez tuvo su principal auge musical” y que además allí “surgieron sus más conocidos temas musicales y fue donde nació su hija Gloria María”.

 

Desde la frontera con Ecuador, el medico Fabio Arévalo Rosero nos informa, a través del portal Soy Periodista, que ha oído decir ‘‘que en el cielo un ángel bullicioso hace de las suyas con sus cánticos y tonadas”, que “ha puesto de moda porros, gaitas y cumbias cautivando a querubines y serafines”, y que “en vez de arpa su instrumento glorioso es el clarinete”. Por su parte Juan Carlos Garay sostuvo en Semana que ‘‘el legado de Lucho’’ es ‘‘parte vital de una identidad colombiana’’. A la sazón, es así como lo ven desde el extranjero, pues el portal Mondo mix lo considera como un multi-instrumentalista, reconocido como ‘‘una de las grandes figuras de la música de su país’’.

 

No en vano Heriberto Fiorillo tituló en El Tiempo, con ocasión de la conmemoración de su centenario: ‘‘Lucho inmortal’’. Según Fiorillo, la de Lucho Bermúdez ‘‘no es música vieja sino clásica, como la de Strauss o la de Liszt. Música creada, no para perecer, sino para permanecer. Música que nos pertenece y nos define’’. El punto de vista de Fiorillo es refrendado por el responsable del blog Cumbia, Poder & Porro. Para este bloguero  la Orquesta de Lucho Bermúdez es ‘‘una de las agrupaciones más importantes en la historia de la música tropical colombiana’’ y Bermúdez es ‘‘quizás’’ el ‘‘músico más importante de Colombia’’ (cumbiapoder).

 

Sobre el lugar que hoy ocupa Lucho Bermúdez en la historia de la música nacional, concluyente es el comentario de Álvaro Villota Viveros, uno de los historiadores más acreditados de la música colombiana. Para él, ‘‘Lucho Bermúdez es el compositor colombiano más importante en toda la historia de nuestra música, la cual no tendría la grandeza que [hoy] ostenta sin las piezas musicales […] del más ilustre hijo de Carmen de Bolívar’’. Para Villota Viveros, Lucho Bermúdez realizó, junto con Pacho Galan, los arreglos que arroparon ‘‘de elegancia aquellos porros naturales y silvestres que interpretaban en la primera mitad del siglo veinte pequeñas agrupaciones hoy llamadas cariñosamente papayeras. Ellos llevaron esa música criolla a los salones de exigente gusto’’ (soyperiodista).

 

Lucho Bermúdez en 1946 en Buenos Aires ensayando con músicos argentinos, foto tomada del blog Cumbiapoder

 

¡Una obra musical que tiene también sus malquerientes!

 

Cuando se trata de determinar el rol jugado por Lucho Bermúdez en la evolución de la cultura musical colombiana a partir de la información accesible al público, todas las fuentes disponibles nos muestran, sin equívoco, que propios y extraños están de acuerdo en una cosa: el hijo de El Carmen de Bolívar es, como lo sostuvo Adriana Carrillo en El Espectador, el fundador ‘‘de la nueva música colombiana’’. Un sobrevuelo de su obra musical y la comparación de ésta con la de compositores, que fueron sus contemporáneos, pone en evidencia que Bermúdez fue ‘‘un verdadero innovador’’. De ello da testimonio su esfuerzo por condensar en su trabajo todos los géneros musicales con los que tuvo contacto, sin perder de vista los aspectos más prominentes de sus raíces culturales. Por eso, como lo evoca Carrillo, cuando se escuchan las melodías compuestas por él, lo que fluye ‘‘debajo de la piel […] no es más que la definición de identidad’’.


Escultura Metamorfosis de Edgar Negret. El payanes Edgar Negret es uno de lo artistas colombianos más importantes del XX y sus contribuciones en el campo del arte han sido fundamentales para el desarrollo de la identidad nacional. Foto toma del blog agnesseoul de Le Monde

  

Sin embargo los conceptos positivos de los formadores de opinión pública, que escriben editoriales en los medios, y de los académicos, que escriben para un público más selecto, no son del todo compartidos por un amplio porcentaje de compatriotas, que dejan testimonio de su desacuerdo a través de los comentarios en periódicos y blogs. Si bien entre los comentaristas de periódicos se cuentan personas como hugosalamancaparra.net, que sostiene que Lucho Bermúdez fue un ‘‘genial compositor que interpretó magistralmente la felicidad que vivía el pueblo colombiano a mediados de los años 50 del Siglo pasado’’, o como punto de vista, que subraya que Bermúdez ‘‘si fue un verdadero maestro digno representante del folclor costeño’’, también hay personas que demeritan con ardor y rudeza su trabajo[i].

 

Por ejemplo, TKG no se anda por las ramas a la hora de afirmar que la celebración del centenario de Bermúdez muestra lo que en realidad ‘‘semos (sic), un pueblo primitivo con música primitiva’’. Ese elemento es retomado por otro comentarista que se apoda Verdad que..., para quien ‘‘Esta música de Lucho Bermúdez es la réplica de la vieja y decadente Colombia, esa Colombia de violentos vetustos borrachos que aún hoy, en esta época de nuevas y refrescantes culturas, se niegan a desaparecer, aunque ya a muy pocos les importe su existencia, ralentizando así la evolución hacia una nueva generación de colombianos que ya no desean saber, que alguna vez existió esta clase de folclor, que ha sido cómplice de las costumbres corruptas de las viejas clases sociales colombianas’’. Similar opinión tiene Publius, para quien ‘‘Afortunadamente este folclor vetusto de borrachos no nos gusta a la gran mayoría de colombianos. Colombia ya está mirando hacia el futuro y al igual que las corridas de toros este tipo de "música" se queda solo con los viejos, que han mantenido a Colombia en la corrupción, el atraso y la violencia’’.


¿Están Apolo y Dionisio ocupando un puesto en nuestras vidas? Las críticas contra la música de Lucho Bermúdez ponen en evidencia el lado apolíneo de un sector de la sociedad colombiana, que ve en todas las manifestaciones de lo dionisiaco una manifestación de la decadencia y la perdición. Imagen tomada de http://ugm.cl/ontherecord  

 

La abundancia de comentarios negativos, peyorativos y xenofóbicos en las páginas de los periódicos sobre un músico, cuya obra musical es bien valorada por todos los entendidos en la materia, es un elemento que nos ayuda a entender, con lujo de detalles, porque los músicos de la época de Bermúdez se esforzaban por matizar su música con los arpegios de las músicas foráneas de moda. Hoy aunque, ‘‘Colombia ya está mirando hacia el futuro’’, todavía abundan personas como danisal, que exclaman –sin sonrojarse-: ‘‘Que vergüenza de país’’, dedicando todo un año para celebrar el centenario de Lucho Bermúdez,  ‘‘un hombre cuya orquesta jamás pudo superar la calidad musical de orquestas como la de Stan Kenton, Duke Ellington y Cab Calloway, entre muchas otras. Hasta los Billo’s Caracas Boys [sic] les ganaban’’. ¡Este tipo de comentarios nos permite de constatar que aún existen personas que evalúan la creatividad artística, tomando como referente los parámetros de la competición atlética! 

 

Tampoco son pocos aquellos que atacan la música de Bermúdez por su origen regional. Para ellos no es cierto que ‘‘la música del caribe [y en este caso la de Lucho] sea o haya sido la mejor’’.  Ese es el caso de Publius, que sostiene que no le ‘‘gusta la música de Lucho Bermúdez’’ porque ‘‘el folclor costeño de Lucho Bermúdez no gusta a todos los colombianos, y menos porque quienes gustan de este tipo de música tratan muy mal a quienes no gustan de él’’. Para otros, como lo pretende elmarquesdesade, la popularización de la música de Bermúdez se debió al hecho que ‘‘la música caribeña de antaño era la que más se escuchaba en las emisoras’’, puesto que ‘‘no se le daba mucha rotación a la música llanera o del pacífico colombiano’’. De otra parte sostiene elmarquesdesade, evocando las opiniones del escritor Andrés Caicedo, que el encuentro de la música costeña con la ‘‘vulgaridad paisa, logró su apogeo con el chucú chucú’’, que alcanzó una popularidad similar a la de la ‘‘salsa y el rock que estaban en su mejor momento’’.

 

Cuando se constata que puntos de vista como esos se expresan aún con fuerza, en un momento en el que la música folclórica-comercial colombiana es reconocida a nivel continental, uno no puede dejar de preguntarse ¿cómo serían las cosas en la década de 1950, época en la que ‘‘la europeizada sociedad capitalina consideraba que la música de la costa era una música de negros y salvajes que incitaba al desorden y al desenfreno alcohólico y sexual’’? (cumbiapoder).

 

Los puntos de vista chovinistas o xenofóbicos, que manifestaban amplios sectores de las elites locales frente a las manifestaciones culturales populares regionales, no deben extrañarnos. Hasta la década de 1970 era común que reconocidos intelectuales demeritaran las manifestaciones culturales nacionales –y al pueblo raso en general- en la prensa y en sus escritos. Ese es el caso del cartagenero Eduardo Lemaitre. En una de sus crónicas historiográficas, en la que ataca con ardor el rol del padre Bartolomé de Las Casas, Lemaitre sostiene que la obra patente del mestizaje, de Cuba a la Patagonia y de Cartagena a las Filipinas, es la ‘‘miseria, la inestabilidad y la sangre’’. Según él, las cosas son más evidentes en el caribe, pues allí Colón encontró ‘‘las tribus aborígenes de la más rudimentaria cultura en todo el continente’’: tribus ‘‘salvajes y primitivísimas [que] apenas si se congregaban en míseras rancherías, sin conciencia social, sin religión que pudiese llamarse tal, sin costumbres ni leyes, ni moral de ninguna clase, y desde luego, sin ninguna manifestación artística importante’’[ii].


Gaitas y maraca tocadas por Juan Lara y Antonio fernandez, de San Jacinto. Los ritmos que tocaban los grupos indígenas de las sabanas de Bolívar y de Sucre, así como de los valles del Sinú y El San Jorge, representan una de las raíces musicales del porro. Foto tomada del portal de la biblicote Luis Ángel Arango.

Una aproximación más detallada sobre la percepción negativa que tenían algunos de los más importantes intelectuales colombianos de la primera mitad del siglo XX, sobre la condición mestiza del pueblo puede apreciarse en el ensayo ‘‘Colombia es un tema’’, del historiador Jorge Orlando Melo. Con intelectuales que no se andaban por las ramas para desvalorizar las incipientes manifestaciones culturales nacionales en la prensa, como lo evoca el editorial del diario El Tiempo que conmemora el centenario de Lucho Bermúdez, no es de extrañar que Muchos colombianos consideren que la música autóctona de Medellín y la Zona Cafetera es el tango, la de Cundinamarca, la ranchera, la de Cali, la salsa, y la de Bogotá, la balada romántica, el bolero, el jazz, el blus y el rock.

 

Para ilustrar mejor este punto, bien vale traer a colación aquí, que en el campo musical, como lo sostiene el histórico reportaje sobre Lucho Bermúdez, publicado en 1949 por la revista Semana, la tradición más importante en Colombia es ‘‘el esnobismo’’. Por causa de éste se ha priorizado muchas veces en el campo cultural, la difusión de las ‘‘últimas novedades extranjeras’’, dejando de lado muchos trabajos de calidad, realizados con esfuerzo por artistas nacionales. Con semejante tradición en materia de valoración de las manifestaciones culturales locales, no debe sorprendernos que haya quienes sostengan, con cierta ironía, que ‘‘en Colombia la élite se considere londinense, los intelectuales, franceses, la clase media, estadounidense, y el pueblo, mexicano’’.

 

Esa falta de confianza en lo nacional y esa tradicional percepción vergonzante de la cultura colombiana y de sus cultores puede ser la razón principal que explica, como lo resalta Gerald Martin, el biógrafo ingles de García Márquez, porque un ‘‘país lleno de gente talentosa no ha podido nunca posicionar su cultura en el ámbito continental’’. El ejemplo patente es el propio Gabo. Sus primeras obras eran apreciadas por la crítica extrajera, pero en Colombia antes de Cien años de soledad, García Márquez nunca había alcanzado a vender una edición de mil libros.[iii]

 


Caratula de un disco de la orquesta Italian Jazz de Manizales, una manifestación evidente de la falta de confianza nacional. Imagen tomada del blog Cumbiapoder.

 

El contexto en que surgió la música de Lucho Bermúdez

 

Un vistazo somero de la historia nacional nos muestra que Lucho Bermúdez dio a luz su  espléndida obra musical, en uno de los momentos más sombríos de la historia del país: un periodo, que parafraseando los términos que titulan el capítulo nueve del libro del historiador James D. Henderson, podríamos llamar La guerra de los siete mil días y el Frente Nacional (books).

Gaitán, detrás de Laureano Gómez en una tarde de toros: las dos figuras que agitaron al país en los años 40 comparte foto en el palco de los notables.  Foto: Manuel H, tomada de la revista cambio.

 

Dicho periodo de oscuridad se consolidó con la llegada de Laureano Gómez al solio de los presidentes. Bajo su conducción el país se vio abocado a la profundización de una contrarreforma sociocultural, que buscaba detener el proceso de instalación de la modernidad. Esta contrarreforma, como lo dijo Gómez en su discurso de posesión, trataba de impedir la ‘‘desfiguración del alma nacional’’ y evitar la ‘‘destrucción de nuestra patria libre y cristiana’’, a través de una ‘‘labor universal de limpieza’’, que permitiera restituir las ‘‘gloriosas tradiciones de la patria’’, mediante una ‘‘redentora tarea de regeneración de los sentimientos íntimos del pueblo’’. Para eso se necesitaba, según Gómez, ‘‘limpiar la mente popular de las ponzoñosas malezas del materialismo histórico’’ y las ‘‘formulas inertes’’ del naturalismo filosófico que, en su opinión, habían florecido durante los años de la república liberal[iv], para remplazarlas como, lo señala Helwar Hernando Figueroa Salamanca, por valores corporativistas de corte franco-falangistas. De ese modo –y con esos conceptos- se buscaba salvaguardar las tradiciones cristianas y la herencia hispánica de la nación colombiana (usbbog).

 

Como bien lo destaca Daniel Samper Pizano, al final de los años 40 y durante la década de 1950 el país fue desgarrado por una ola de violencia política, que para calmarlo fue necesario de inyectarle ‘‘la anestesia del Frente Nacional’’ (eltiempo). Por eso nos resulta bastante sorprende que haya personas que al referirse a la obra de Lucho Bermúdez sostengan que éste ‘‘interpretó magistralmente la felicidad que vivía el pueblo colombiano a mediados de los años 50’’, porque, a decir verdad, los años 50 no fueron nada felices  para el pueblo colombiano.

 

El retorno del discurso retrogrado en lo sociopolítico coincidió con la perdida de espacio para las posturas euro-centristas y clásico-barrocas en el campo cultural. En el campo musical las manifestaciones folclóricas vernáculas fueron encontrando mayor espacio, gracias al auge de la industria del disco y al desarrollo de la radio. La radio erosionó –poco a poco- la resistencia frente a las manifestaciones folclóricas nacionales.

 

De otra parte, es importante señalar que el comportamiento hostil frente a lo vernáculo de las élites, no era un asunto que se circunscribía a los salones frecuentados por la elite bogotana. Según el investigador Adlai Stevenson Samper, en barranquilla la resistencia frente al porro en los salones frecuentados por la élite local comenzó a ceder con el auge de la radio. Para Stevenson no hay evidencias que nos muestren que antes de la década de 1930 a la élite barranquillera le gustara la música costeña. En efecto, para amenizar los bailes del Club Barranquilla y las presentaciones de la naciente industria radiofónica, se hizo venir de Tunja a Barranquilla al maestro Luis Felipe Sosa, que formó una orquesta que mutó más adelante en varias orquestas, que terminaron fusionándose más tarde en la orquesta de Pacho Galán (musicalafrolatino).

La orquesta de Sosa en Barranquilla en los años 1930, foto tomada de la página musicalafrolatino.com

 

La nota de Stevenson nos ofrece un dato interesante. En la barranquilla de la década de 1930, los que mandaban la parada en las fiestas de los clubes sociales –aún en los carnavales- eran los pasillos, los bambucos y los torbellinos. Para asegurar que estos se interpretaran en el más puro espíritu interiorano, la élite barranquillera hizo venir al maestro Sosa de Tunja. El repertorio era completado por el jazz, el fox-trot, el  béguine, el charlestón y otros aires foráneos. Para asegurar la pureza de dichos ritmos se traían por lo general músicos europeos, caribeños o estadounidenses, que alternaban con los músicos nacionales.

 

Por su parte las agrupaciones musicales debían siempre llevar los apellidos jazz-band en su nombre, para poder asegurar su supervivencia. En medio de ese universo dominado por las músicas foráneas, los músicos locales, aprovechando ciertas similitudes entre el porro y el jazz, barnizaban sus creaciones con los matices de esta música. Eso fue facilitando la entrada del porro en los salones de baile de la elite local, que finalmente terminó por abrirle campo en sus fiestas, luego que los miembros de la élite cartagenera, encabezados por el compositor de porros Daniel Lemaitre, acogieron al porro en sus clubes y comenzaron a bailarlo.

Infografía de Antonio María Peñaloza, uno de los integrantes de la orquesta Emisora Atlántico Jazz Band y de la banda de jazz Los Vagabundos, foto tomada de la página musicalafrolatino.com. 

 

La resistencia al acervo musical terrígeno no era una característica sólo de las élites de las grandes ciudades del país. El fenómeno también se presentaba en las ciudades de menor rango. Según el editor del blog Cumbiapoder, una de las medidas que tomó Rojas Pinilla cuando llegó al poder fue la de encomendarle a ‘‘los gobernadores militares […] la tarea de organizar retretas musicales, en escenarios públicos cada domingo’’. Con el objeto de cumplir el encargo presidencial, ‘‘los gobernadores conformaron bandas sinfónicas en las capitales departamentales, para poder cumplir con ese deber’’. En sus presentaciones dichas bandas colaban uno que otro porro.

Banda sinfónica ofreciendo una retreta dominical en un lugar público durante el gobierno militar, foto tomada del blog cumbiapoder

 

Al gobernador militar de caldas, general Gustavo Sierra Ochoa,  ‘‘en su afán de lucirse, se le ocurrió la idea de importar cinco instrumentistas de Italia, para reforzar a los lugareños’’. Cuando terminó el gobierno militar, la banda fue disuelta y los músicos italianos se quedaron sin empleo. Como las condiciones económicas no eran muy buenas en la Italia de postguerra, los músicos italianos decidieron quedarse en Colombia e integrar la orquesta, que siempre había dirigido quien fuera durante el gobierno militar el director de la orquesta departamental.

 

‘‘En cierta ocasión, un paisa llamado Botero, los contrato para actuar en un club de Palmira, Valle; viajaron en bus y al llegar a esa ciudad, para sorpresa de todos, encontraron grandes pancartas que rezaban: Directamente de Roma a Palmira orquesta Italiana Jazz’’. El director de la orquesta, Guillermo González, le preguntó al organizador del baile por la supuesta orquesta italiana y el empresario le dijo: ‘‘Vea negrito; a usted no lo conoce nadie aquí y si yo pongo en las pancartas Orquesta de Guillermo Gonzáles, tampoco lo conoce nadie; y como usted me dijo que en su orquesta había cinco italianos, yo la puse Italian Jazz’’. Para seguir impresionando al público, la orquesta continuo llamándose Italian Jazz y dándole un aire filarmónico a sus porros. Gracias a eso la contrataron por nueve años en un club social de Medellín y pudo grabar sus discos.

 

Era tan fuerte la resistencia y el desprecio por lo nacional que sentían las élites locales que, según Stevenson Samper, una vez en Barranquilla una compañía de teatro cubano-española puso en escena un baile de cumbia en una de sus presentaciones. El asunto causó un escándalo y la prensa de la época condenó lo ‘‘chabacano y sensual del espectáculo negroide’’, que se había puesto en escena ‘‘según los comentaristas, sin ningún pudor ni vergüenza’’.

 

En general, como lo hemos intentado de demostrar, el contexto en el que surgió la obra de Bermúdez está marcado por el fanatismo político y la predilección –en el campo cultural- por las manifestaciones foráneas de espíritu eurocéntrico. Como lo manifestó a El Tiempo el cantante Cosme Leal, en Bogotá, antes de la aparición de Lucho Bermúdez, " las orquestas no se atrevían a tocar un porro o una cumbia porque les daba pena". Por eso nos atrevemos a sostener (en contravía de lo que sostiene un gran número de críticos e historiadores musicales) que Lucho Bermúdez, para crear su obra musical, no se acercó al jazz ni a los ritmos extranjeros. Todo lo contrario: Bermúdez tomó distancia de ellos, para permitir que fluyeran en sus porros y cumbias las raíces sabaneras, sinuanas y bajo-magdalenense de estos ritmos. A la sazón, José Portaccio, biógrafo de Bermúdez, señala que éste ‘‘enriqueció los ritmos costeños sin que perdieran autenticidad".

 

Contrario a lo que sostiene el Dr. Villota Viveros, considero que Lucho Bermúdez y Pacho Galan desarroparon al porro de un vestuario elegante que no era el suyo y le permitieron de presentarse en público, con un aspecto más natural y silvestre. Es decir, más cercano al estilo alegre que le imponen, al momento de interpretarlo, las pequeñas agrupaciones de músicos pueblerinos ‘‘que hoy llamadas cariñosamente papayeras’’.  También discrepo del crítico musical José Vicente Contreras, que sostiene que Bermúdez "vistió de frac la música costeña".


Lucho Bermúdez con la Orquesta del Caribe, de fracs en el trópico para ganar credibilidad ante las élites, imagen tomada del blog cumbiapoder

 

En mi opinión Bermúdez, amparado en la autoridad que le confería su formación técnica en un medio dominado por músicos sin formación, se tomó el atrevimiento de entrar con la música costeña a la escena nacional vestida con su camisa floreada, su sombrero de paja, su pantalón blanco, sus abarcas tres punt’á y su mochila al hombro. No en vano muchos bogotanos se escandalizaron cuando Bermúdez presentó ‘‘en directo sus gaitas, cumbias, porros y mapalés en el programa radial La hora costeña. [Escandalizado] un famoso columnista de EL TIEMPO dijo, con desagrado, que la música de Bermúdez era "una merienda de negros".

 

Heriberto Friorillo afirmó en el tiempo que Bermúdez ‘‘introducía su solo de clarinete, revelando la profunda influencia que ejerció el jazz estadounidense sobre sus composiciones’’. Jacobo Vélez, director del grupo la Mojarra Eléctrica, sostiene que en sus fugas con el clarinete Lucho Bermúdez deja entrever ‘‘las influencias de Duke Ellington o de Benny Goodman’’. Da la impresión que tanto Fiorillo como Velez no conocen nada de la música de las sabanas de Bolívar y Sucre y de los valles del Sinú y del San Jorge. En la música de estas regiones el rol del clarinete es central, al lado de la trompeta. El momento más apoteósico de un porro, de un fandango y de ciertas gaitas se produce cuando uno de estos dos instrumentos se libera del resto de la banda y se toma la voz de la agrupación durante unos segundos. Los músicos de las bandas pueblerinas de antaño adoraban ese instante, porque éste les permitía de mostrarle al público y a sus colegas la maestría personal (y la virilidad: el perrenque) en el manejo del instrumento.

 

Sin duda alguna hay una incontrovertible influencia del jazz, de la música clásica y antillana en la obra de Bermúdez. Pero esta está más que todo presente en la forma, no el fondo. De todas maneras, tanto el jazz como algunas de las músicas antillanas tienen un ancestro común con el porro: las antiguas bandas marciales europeas, que el pueblo se tomó con su folclor ya en Louisiana, ya México, ya en las Antillas o ya en el Caribe colombiano. La habilidad de Lucho Bermúdez estuvo en mesclar cuidadosamente todas esas tradiciones musicales, sin que ellas opacaran la verdadera esencia del folclor de su tierra. Eso hace de él un universalizador de lo local. La habilidad de universalizar lo local, es un aspecto, que según el escritor German Espinoza, representa la característica principal de la gente de todos los pueblos del Caribe[v].

 

Retomando a Friedrich Nietzche, podemos decir que la grandeza de Lucho Bermúdez estuvo en reunir en su obra musical lo apolíneo, representado en el rigor de la técnica y lo sobrio del formato, y lo dionisiaco, presente en la festividad y alegría de cada nota musical de su obra. Según Nietzsche, el desarrollo del arte está siempre ‘‘ligado a la duplicidad de lo apolíneo y de lo dionisíaco’’, tal como la continuidad de la vida depende ‘‘de la dualidad de los sexos’’.

Lo apolíneo y lo dionisiaco: los dos principios en tensión que rigen al mundo y se manifiestan a través del arte. Imagen tomada de taringa.net


La obra musical de Lucho Bermúdez es uno de los pilares de la identidad nacional colombiana. Ella, al lado de las novelas de García Márquez, de Caballero Calderón, de José Eustacio Rivera o de Manuel Zapata Olivella, de la obra pictórica de Obregón, Rayo y Botero y escultórica de Edgar Negrete y Eduardo Ramírez Villamizar, al igual que el legado arquitectural de Rogelio Salmona, representa una de las cosas que hacen sobrellevadera –aunque suene a anatema- la condición de colombiano.

 

En gran parte es gracias a la música de Bermúdez que hoy podemos cantar, en un país, cuya historia se ha escrito ‘‘en surcos de dolores’’, en medio de una ‘‘horrible noche’’, que se niega a cesar: ‘‘Colombia tierra querida/ himno de fe y de alegría’’, aunque sin mucha convicción. En lo que me concierne puedo decir que gracias a la música de Bermúdez entendí, a muy temprana edad, que soy de una ‘‘tierra de placeres, de luz, de alegría, de lindas mujeres’’, en la que hasta ‘‘el más cobarde se enguapetona’’, cuando ‘‘el toro criollo salta a la arena’’.

 

Según el diario  El Lider, de Florencia, en medio de los homenajes que se hicieron ‘‘al maestro Lucho Bermúdez en su tierra natal, El Carmen de Bolívar”, “la ministra de Cultura anunció que se creará una escuela musical” en dicho pueblo, para honrar la memoria del insigne músico. Pero eso no basta. Su biografía debe insertarse en los manuales escolares de historia y de español y literatura, al lado de la de políticos y escritores, pues Lucho Bermúdez es, junto al escritor Gabriel García Márquez, al pintor Alejandro Obregón, al boxeador Antonio Cervantes Reyes y al hombre de negocios Julio Mario Santo-Domingo, una de las cinco personalidades más importe de la historia de la costa norte de Colombia en todo los tiempos.

 

Pictorica, Omar Rayo. Rayo es uno de los iconos de las artes plasticas colombianas durante el siglo XX. El intaglio es la técnica desarrollada por él.


[i] Los comentarios de lectores que citamos a continuación fueron recuperados en la colilla del artículo ‘‘A cien años del nacimiento de Lucho Bermúdez: Un siglo de bailes’’, de Adriana Carrillo, publicado en la sección Cultura de El Espectador (edición virtual) el 24 enero de 2012, así como en la colilla del artículo ‘‘¡Lucho vive!’’, de Reinaldo Spitaletta, publicado en el mismo diario, en la misma fecha, y del tele-reportaje de Caracol-televisión ‘‘Colombia celebra el natalicio de Lucho Bermúdez’’, reproducido por la página virtual de El Espectador el 25 de enero de 2012.

[ii]Las opiniones de Lamaitre pueden ser consultadas en las crónicas ‘‘Ideas de los españoles sobre los indios’’ y ‘‘La encomienda’’, contenidas en el libro ‘‘Memoria de la historia: historias detrás de la historia de Colombia’’, tomo II, páginas 53 a la 56 y 68 a la 71 respectivamente. 

[iii] Gerald Martin, Gabriel Garcia Marquez : une vie, Paris : Bernard Grasset, 2009, p. 3005.

[iv] Laureano Gómez, Discursos, Bogotá : Editorial revista colombiana, 1968, p.55-74.

[v] Germán Espinosa, ‘‘Caribe y universalidad’’, en Respirando el Caribe: memorias de la cátedra del Cribe Colombiano, vol. 1, bajo la dir. de Ariel Catillo Mier, Bogotá: Gente Nueva, 2001, p. 65-78.

Lorenzo Morales, Wilson Choperena y Pablo Flores: tres cultores del alma caribe que partieron

Foto  tomada por Enoïn Humanez Blanquicet en el salón de arte africano de Smithsonian  museum 12/29/2011

 

El 2011 fue un año prodigo en eventos históricos de todo género. Los hubo en el campo político-social, como la Primavera árabe, una marejada de revueltas populares que puso punto final a dictaduras añejas y temidas, relajó el puño de monarcas intransigentes y aplastó una tiranía popular, que estaba a punto de convertirse en una nueva dinastía revolucionaria. Los hubo de corte militar: la muerte de Osama Bin-Laden, en las faldas del Himalaya, en Pakistán, y la caída de Alfonso Cano, en las laderas de los andes colombianos. Los hubo en el campo económico, como el agosto negro que vivió el mercado bursátil global y el amago de colapso financiero que sacudió a casi todas las naciones del mediterráneo europeo. Los hubo en el plano de las catástrofes naturales y tecnológico-industriales, como el sismo de 8,9 grados en la escala abierta de Richter, que sacudió una parte del archipiélago japonés el 11 de marzo. Dicho sismo desató un tsunami, que arrasó las costas de algunas islas japonesas y causó graves daños en una central nuclear, que dieron origen a la segunda catástrofe de mayor importancia en el campo civil en la era atómica.   

 

En fin, en el 2011 se produjeron en las cuatro esquinas del mundo eventos cimeros, que los historiadores van a utilizar como mojones para delimitar el tiempo. No en vano Eric Hobsbawn, el historiador más importante del siglo XX, se ha atrevido a declarar a la BBC que el 2011 le ‘‘recuerda a 1848’’, el  "año de las revoluciones" en Europa’’ (semana). En el fondo se podría decir que durante este año se acabó ese período que se llamó en la jerga de las ciencias sociales la Postguerra.

 

Como bien lo resalta –de nuevo la BBC- en el 2011 varios de los líderes mundiales que dominaron la escena política en los últimos 40 años dijeron adiós al poder (semana). En el mismo orden de cosas hay que anotar que a lo largo del año partieron al Seol varios de los últimos protagonistas de los eventos que marcaron el advenimiento de ese periodo tensionado que se conoció como la Guerra fría. En el momento en que comenzaba la redacción de esta crónica la radio anunciaba la muerte de Kim Jong-il, jefe de gobierno de Corea del Norte “que –según fuentes coreanas- falleció el sábado 17 a las 8.30 de la mañana mientras viajaba para realizar sus funciones de liderazgo". Al tiempo que la televisión nos mostraba las imágenes de la congoja colectiva padecida por los norcoreanos por causa de la muerte de su querido líder, los portales de Internet nos informaban de la muerte del dramaturgo Václav Havel. Havel entró a la historia por ser uno de los opositores más lúcidos del régimen comunista en Checoslovaquia y uno de los conductores de la Revolución de Terciopelo, que puso fin a la era comunista en dicho país. De las figuras mayores que protagonizaron la Guerra Fría sólo quedan en vida Fidel Castro,  Mijael Gorbachov, el sindicalista polaco Lech Wałęsa y George Bush padre.

 

Respecto a Colombia, si acogemos la tesis de Hernando Gómez Buendía, a lo largo y ancho del país no sucedió nada que valga la pena de destacarse. Según éste prestigioso analista, en Colombia ‘‘Toda noticia es vieja’’ porque  “en este país, donde los periodistas dicen que pasan tantas cosas, en realidad no pasa casi nada […]. Los nombres propios cambian (y a veces ni siquiera), pero no cambian la masacre o el desfalco o el debate o el invierno o los congresistas o las declaraciones oficiales que se mantienen frescas porque las causas de todas esas cosas se mantienen’’ (elmalpensante).


El final de una era en el folclor del Caribe Colombiano

 


Instrumentos básicos en la interpretación de la cumbia tradicional

 

En cuanto al caribe colombiano, allí, aparte del séptimo título obtenido en la historia del futbol nacional por el Junior de Barraquilla, la elección del primer costeño como alcalde de Bogotá y la derrota de las huestes de la Gata en Magangué por un curtido rutero de la izquierda, no se produjeron eventos categóricos en el plano político, económico o social. Sin exagerar y tomando prestado el verso de una celebrada balada de Julio Iglesias uno podría sugerir que en general, allí, en esos planos, ‘‘al final/ la vida sigue igual’’. Pero si las cosas no se mueven en los escenarios antes mencionados, en la parte cultural –a pesar de la ausencia de una política sólida que le permita a la cultura tomar vuelo definitivo y convertirse en un renglón generador de riqueza- la región sigue siendo una cantera en plena producción.

 

En el campo folclórico los eventos más importantes –a mi modo de ver- son de carácter luctuoso, ya que están relacionados con la muerte de cuatro importantes cultores del alma caribe: Ester Forero, Álvaro José Arroyo, Lorenzo Morales, Wilson Choperena y Pablo Florez. En el caso de Forero, Morales, Choperena y Flores hay que tener en cuenta que estamos hablando de figuras que fundaron la tradición folclórica moderna de la Costa Atlántica colombiana. Su muerte marca el final de una era fecunda en la historia del folclor costeño, que le aportó a la historia musical nacional, como lo señaló un reportaje que buscaba explicarle a los cachacos de los años 50 ‘‘en que consistía la música costeña’’, una verdadera ‘‘galería de notables’’ (semana).

 

Los cuatro se cuentan entre los miembros más destacados de un grupo de músicos, compositores y cantores que sacaron la música del caribe colombiano de su entorno parroquial y la universalizaron. De la mano de ese grupo de pioneros, entre los que sobresalieron El Negro Meyer, Guillermo Buitrago, Pedro Laza y sus Pelayeros, José María Peñaranda, Crescencio Salcedo, Los Gaiteros de San Jacinto, Pacho Rada, Alejo Duran, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, el Sexteto Tabalá, entre otros, el folclor del caribe colombiano se nacionalizó y se comercializó. En las manos de este grupo de músicos los diferentes aires musicales que componen el folclor costeño se fusionaron, dando origen a varios géneros de música bailable, que han rebasado los linderos geográficos de la cultura costeña, para convertirse –en general- en uno de los mascarones de proa de la identidad cultural de la nación colombiana.

 

Como lo resaltó en 1949 el reportaje de la revista Semana, ese ‘‘barullo de nombres’’ –pertenecientes a gente sin prosapia y en su mayoría sin formación musical metódica- comenzó por diferentes caminos y medios a trepar las cuestas de los Andes, a recorrer las calles de sus ciudades y a hacer presencia en los salones de baile de sus clubes sociales. Los ritmos musicales interpretados por ellos, –sin prisa y sin pausa- se fueron apoderando de la escena rumbera de la época, arrebatándole la pareja a una serie de ritmos locales y extranjeros, que mandaban la parada en esos lugares. Con el tiempo esos individuos, venidos de pueblos perdidos en los confines del universo calentano del Caribe colombiano, se hicieron a un nombre y sus melodías se volvieron familiares entre los aficionados al baile y al goce pagano (semana).


 

Lucho Bermúdez uno de los músicos más importantes en la popularización del porro. Foto tomada del portal de la biblioteca Luis Ángel Arango   

 

La obra musical de los compositores de esta generación ha sido fundamental en la formación de la identidad nacional. Sin saber concretamente lo que estaban haciendo, ellos solos levantaron, con sus cantos y sus notas –y por su propia cuenta- una de las hileras más sólidas de los pilares que sostienen el espíritu absoluto –y entiéndase el concepto en la más pura concepción hegeliana- de la nación colombiana. Usando los términos de Nicola Abbagnano podríamos sostener que la obra musical de los autores de esta generación ha incidido profundamente en el perfilamiento de la realidad histórica nacional y ha contribuido a la formación de un mundo de valores sociales –positivos- que nos identifican como colombianos (filosofia).

 

De esto dan cuenta los comentarios de los lectores de los periódicos más importantes del país el día de la muerte de Wilson Choperena. En esa ocasión hubo opinadores como Eltochecito, un comentarista del diario El Tiempo, que sostuvo que "La Pollera Colorá" es el “himno nacional de la cumbia”. Otros más trascendentales, como SATIRICON, llegaron incluso a considerar que “¡La Pollera colorá es un himno de Colombia para el mundo!” o en su defecto, como lo sostiene PedroMachete, para quién esta melodía es ‘‘el segundo himno de Colombia”; una suerte de himno festivo, que cuando suena ya sea en Madrid España o en Madrid Cundinamarca “se arma la parranda”. Por su parte porladecencia, un  comentarista  de El Espectador, escribió: “oír la pollera colora, fuera de Colombia, hace hervir la sangre y el nacionalismo […] uno se imagina un gran país, que no existe. Esa música nuestra lo mejor de Colombia: su música costeña vieja, que no la actual”. De su lado MIGUEL. A sostuvo: “en este país, en todas las fiestas nunca falta esta canción, y las seguimos bailando”.

 

Lorenzo Morales: un acordeonero de grandes quilates que no tuvo derecho a la gloria

 


Lorenzo Morales: foto tomada del blog elaguijonmusical

La mayoría de melómanos de mi generación se enteró de la existencia de Lorenzo Morales gracias a los versos de la canción La Gota Fría de Emiliano Zuleta, en la versión realizada por Ismael Rudas y Daniel Celedón. Esa es en mi opinión la mejor versión que se ha hecho de esa canción en todo los tiempos (youtube.)  Aparte de la información suministrada por el verso que dice: “que cultura/ que cultura va tener un negro Chumeca/ como Lorenzo Morales”, durante mucho tiempo no supimos a ciencia cierta quien era ni que hacía Moralito. Simplemente imaginábamos que era un hombre necio; que desde su condición de músico de segunda monta se atrevió a desafiar al gallardo Viejo Mile –en sus mejores tiempos-. La respuesta a su osadía fue la andanada de improperios contenidos en los geniales versos de la canción que éste le dedicó, en la que de entrada le dice: ‘‘acuérdate Moralito de aquel día/ que tuviste en Hurumita y no quisiste hacer parada/ te fuiste de mañanita/ hay sería de la misma rabia’’.

 

Al contrario de otros acordeoneros contemporáneos suyos, como Abel Antonio Villa, Pacho Rada, Alejandro Durán, Luis Enrique Martínez, Nafer Durán o Juancho Polo Valencia, Morales no nos dejó una obra musical registrada en acetato. En todo caso, si ésta existe, no ha sido muy difundida. Pero a pesar de que su obra no sea un producto de dominio público, como lo es la de otros autoras-ejecutores-cantores, como Abel Antonio Villa o Alejandro Durán, entendidos en vallenatos, como el responsable de la página de Internet Los Personajes del vallenato, son categóricos a la hora de sostener que Moralito fue compositor e interprete de “merengues, puyas, sones y paseos de los mas altos quilates rítmicos y melódicos”. En opinión de éste y otros folcloristas, “siempre que se quiera un modelo de cada aire vallenato hay que pensar en Amparito, como son; en Carmen Bracho, como merengue; y en El torito pinto como puya”. Para los especialistas éstas composiciones constituyen una “prueba incontrovertible de que Lorenzo Morales fue uno de los primeros [ejecutores que logró] dominar en el acordeón los cuatro aires vallenatos” (oocities.)

 

Son tan escasos los testimonios que quedaron para la posteridad de la maestría de Lorenzo Morales como ejecutante del acordeón, que resulta sorprendente que al escribir su nombre en Youtube, este buscador de audio-videos no nos ofrezca una sola melodía interpretada por él. Lo que hay de morales en la red –que es el mayor espacio de vulgarización cultural de nuestro tiempo- son unos cuantos toques que se hicieron en el marco de reportajes, que buscaban rememorar la célebre piqueria que sostuvo con Emiliano Zuleta. Sin embargo, las ejecuciones que otros han llevado a cabo de sus composiciones, como sucedes con el paseo El errante, el merengue Carmen Bracho y el  son Amparito, nos dan testimonio de que Lorenzo Morales fue uno de los intérpretes más talentosos del fuelle. Lamentablemente, las fuentes consultadas nos indican que morales partió al más allá sin dejarnos registrado en material fonográfico su legado musical (eltiempo)

 

Los precarios registros de audio que existen sobre la obra de Lorenzo Morales han determinado que en adelante tengamos que estudiarlo sólo a partir de las interpretaciones realizadas por otros acordeoneros. De otra parte, eso profundizará la imagen de perdedor que de él trazara Emiliano Zuleta. En efecto, la primera idea que de Morales se formaran las nuevas generaciones de melómanos y folclorólogos será la de un acordeonero secundario, que huyó de un duelo parrandero porque al escuchar a su contendor tocando “le cayó la gota fría” (micasaronera). Sin embargo, cuando uno se percata de la maestría de Lorenzo Morales como ejecutor del fuelle siente un poco de desconsuelo que las cosas pasen de ese modo. Morales, como bien lo resalta el analista Rodolfo Quintero Romero, era mas versátil que Emiliano tocando la tecla, pues “las personas que tuvieron la fortuna de escucharlos coinciden en que Morales fue mejor en el acordeón y Emiliano en los versos” (eltiempo).

 

Maria Victoria, la responsable del blog Mi casa ronera, autora de una de las mejores notas que se han escrito sobre Moralito, afirma sobre el célebre duelo de Hurumita “que ésta es la única piqueria vallenata donde el perdedor sale tan bien librado, que medio siglo después todavía se le recuerda con bullicio y sin afán alguno”. Por eso, como lo destaca Nistar Romero Acosta, resulta paradójico que nadie se haya interesado por demostrar –durante la larga vida de los protagonistas- que en ese lance ‘‘A Lorenzo Morales nunca le cayó La Gota Fría” (eltiempo). Lo anterior es ratificado –grosso modo- por Pedro Miguel, en su crónica sobre la muerte de Emiliano Zuleta, en la que sostiene que ‘‘Moralito también tenía lo suyo […] Pero quiso el destino que las réplicas de Lorenzo (La carta escritaBuscando a EmilianoChucho, marimonda y macoRumores...) a las puyas formuladas por Emiliano en La gota fría no brincaran a la fama, por lo que el primero ha quedado en el imaginario popular como el derrotado del encuentro’’ (jornada) .

 

La popularidad nacional que ha alcanzado La Gota Fría como obra musical allende del territorio vallenato comenzó en 1969. Ese año el canciller Alfonso López Michelsen utilizó sus versos en un debate en el congreso para contrarrestar los ataques que se le hacían en el parlamento al gobierno de Lleras Restrepo. Después de eso han venido una serie de grabaciones que nos han hecho olvidar las réplicas de Morales a los versos de Emiliano. Hoy, aunque la mayoría de la gente en el mundo hispano conoce de dicho duelo, nadie se ha interesado por llevar al acetato aquellos versos de Morales que dicen:

 

Le mandé a decir a Emiliano Zuleta

que para los carnavales me espere

El quiere tocar conmigo la tecla

 y así como yo le digo él no puede

En mi nota no hay quien mande

conmigo no hay quien se meta

Rutina tiene Morales

para Emiliano Zuleta

“Hablo claro delante de la gente

para que escuchen con buena atención

que si Emiliano me lleva en la nota

yo le regalo mi acordeón”

 

Además de la popularización de la canción emblema de Zuleta, hay también varios eventos que llevaron a que la historia terminara inmortalizando a Emiliano y relegando a un segundo plano a Morales. Uno de ellos es el éxito comercial alcanzado en el mercado musical por los descendientes del Viejo Mile, lo cual le permitió a éste de codearse con figuras importantes de la política y la cultura nacional en el ocaso de su vida. De otra parte Morales, aparte de no haber grabado discos, como si lo hizo Emiliano Zuleta Baquero, se refundió en una región rural en un momento en que todos los acordeoneros de la época se esforzaban por hacerse conocer en el medio urbano y por grabar lo mejor de su obra. Por eso su nombre y su gloria son una suerte de mito –o leyenda- que hace parte del patrimonio oral vallenato.

 

Wikipedia, esa enciclopedia en línea que se ha convertido en el primer documento de referencia sobre fenómenos sociales, personajes históricos y hechos científicos, sólo nos ofrece de él una reseña compuesta de 45 palabras, que tratan de resumir en 264  caracteres la vida de unos los mejores creadores e interpretes de música de acordeón en el país (wikipedia.) En oposición, su contendor en esa piqueria ha tenido derecho a reseñas biográficas en inglés, francés y español en el mismo medio. La reseña en español está compuesta por 424 palabras y 1996 caracteres (wikipedia).

 

Si anotamos Emiliano Zuleta Baquero en Google tenemos acceso, en 15 segundos, a por lo menos 50 páginas que nos ofrecen la posibilidad de consultar aproximadamente 300 documentos relacionados con esta categoría de búsqueda. Si escribimos Lorenzo Miguel Morales Herrera, obtenemos los mismos resultados. Pero aquí entra en escena una variable que vale la pena detallar. En aproximadamente el 60% de los títulos consultados, la categoría Lorenzo Morales Herrera es subalterna –conceptualmente hablando- de la categoría Emiliano Zuleta Baquero. Esto indica que el tema central de la nota es Emiliano Zuleta Baquero y no Lorenzo Miguel Morales Herrera.

 

De otra parte los ejercicios de arqueología sonora en Youtube nos conducen siempre a la obra musical en línea de otro Lorenzo Morales: el acordeonero Jose Lorenzo Morales, el conejo, un mexicano a quien sus seguidores consideran el El Mejor Acordeonista de Latinoamerica. La escasez de registros sonoros y los episodios que se narran en La Gota Fría y en el paseo “Buscando a Morales” de Escalona, hacen de Lorenzo Morales, tal como lo subraya María Victoria en su nota de Mi Casa Ronera, el último verdadero juglar de la música vallenata. Contrario a los demás intérpretes de ese género, que se han beneficiado a la hora de difundir su obra de los instrumentos modernos de promoción y conservación de productos culturales, Morales llevó durante largos años una vida de bohemia, por lo cual ‘‘no vivía en ninguna parte’’ y sólo se le ‘‘podía encontrar donde había fiestas’’, pues su principal propósito era entretener al público, tocando su instrumento musical, cantando y contando historias de la vida cotidiana, sin preocuparse mucho por la fama y la paga.

 

Cuando alguien le preguntó su opinión sobre la nueva generación de compositores, Moralito afirmó que sólo ‘‘quieren volverse ricos con ese arte’’, olvidando que ‘‘el folclor necesita humildad’’, que ‘‘no nació en la plaza’’, que ‘‘nació en el campo’’ y que en su seno ‘‘todo maestro’’ antes de serlo ‘‘fue principiante’’ (eltiempo).  En cuanto a El oligarca del ritmo; el histórico artículo de Semana dedicado a Lucho Bermúdez y a la música costeña en 1949, es curioso constatar que Moralito y el Viejo Mile no aparecen en la ‘‘galería de notables’’ músicos costeños mencionados por esta revista (semana).  

 

Wilson Choperena: un artífice de la universalización de la cumbia

 

Wuilson Choperena: foto tomada de El Espectador

 

Si nos atenemos a lo escrito por un anónimo redactor judicial del diario El Espectador, La pollera colora, de la que Choperena es coautor, ‘‘es la canción más colombiana de los colombianos’’ (elespectador). Resulta interesante de constatar que periodistas y comentaristas de periódicos coincidan sobre este punto. El hecho resulta revelador. Sobre todo si se tiene en cuenta que esta melodía no fue seleccionada por los oyentes de Radio RCN en su concurso de 1991 como la mejor canción colombiana de todos los tiempos. En esa ocasión la audiencia dio como ganador al bambuco El camino de la vida de Héctor Ochoa y ubicó en el segundo lugar al paseo vallenato La casa en el aire de Rafael Escalona. En 1999 se repitió de nuevo el mismo alineamiento, pues el mismo bambuco y el mismo vallenato fueron escogidos en otro concurso radial como las mejores canciones colombianas del siglo XX (vallenatocanada).

 

Pero los reconocimientos que no le confiere el público a nivel nacional, se los confiere la comunidad artística: músicos y danzarines particularmente, a nivel internacional. Un simple ejercicio de arqueología audiovisual en YouTube sirve para verificar que La pollera colorá es la canción colombiana más interpretada a nivel internacional en la historia de la cultura musical y la danza folclórica nacional. Un seguimiento a los videos cargados en YouTube nos permitió de identificar 23 videos, que muestran en acción a grupos de danzarines ocasionales y semiprofesionales de diferentes países de América latina y de latinoamericanos radicados en diferentes partes del mundo, que bailan al son de La pollera colorá.

 

Entre los videos retrasados se encuentra el de un grupo de ‘‘adultos mayores’’ –particularmente mujeres- de Collipulli, novena región de Chile, que danzan una versión que nos ofrece una visión femenina del episodio relatado en la canción, influenciada fuertemente por la música negra de Perú. Igualmente está el de un grupo de profesoras del colegio Santo Domingo de Guzmán de Quito, que danzan delante de sus estudiantes –vestidas de cumbiamberas- una versión fuertemente influenciada por los valses quiteños y la música de la población negra de la costa peruano-ecuatoriana.

 

Otro video muestra a un grupo de niñas peruanas, que danzan en una escuela francesa una versión exótica, mezcla de bossa-nova, vals limeño y música negra peruana. Hay videos que muestran a profesores chilenos de secundaria bailando una versión cercana a la salsa, interpretada por un grupo desconocido y a los estudiantes de noveno curso del colegio de Santa Luisa de Concepción (en Chile) danzando una versión parecida pero diferente. En fin, se encuentran videos de estudiantes que danzan al ritmo de La pollera colorá en Monroe High School, en el Estado de Washington, para celebrar el Martin Luther King day (día de la diversidad en Estados Unidos) e inmigrantes colombianos, que la danzan en las jornadas de francisacion delante de sus compañeros de todo el mundo en Quebec. Además, encontramos también las presentaciones de los grupos de danzas folclóricas, formados por inmigrantes colombianos en sus diferentes países de residencia.

 

Pareja bailando cumbia, imagen tomada del blog de José Zabala

 

De todos los videos analizados el más interesante –en mi opinión- es el de una pareja de padres de familia –originarios de un país no identificado de América Latina, que de ser colombianos son interioranos, que la bailaron en octubre de 2007, en un país igualmente desconocido- delante de la comunidad escolar donde estudia su hija. En agradecimiento al gesto de sus padres, la niña colgó el video en YouTube. Su presentación ha sido observada por 323 436 personas y recompensada por 15 páginas de comentarios de estudiantes, padres de familia y curiosos de todas las suertes, que los felicitan por haber tenido ese ‘‘bello gesto de apoyo a su hija’’ (youtube). Es importante de anotar que la mayoría de los grupos de danzarines, que han colgado el video de su baile de La pollera colorá en Internet, han danzado al son de la versión clásica de esta pieza musical: la interpretación de Choperena y Madera.

 

Los videos analizados nos muestran también que hay diferentes formas de bailar la cumbia. En las coreografías de los chilenos, los hombres bailan con el pañolón rojo amarrado al cinto y las dos manos atrás. Cuando las levantan, se esfuerzan por no insinuar nada con ellas a las mujeres. En Centro América y México la gente le da importancia a tomarse las manos con su pareja. De igual manera entre los colombianos también hay grandes diferencias en el baile de este género. Como bien lo señala el reportaje de Semana de 1949 sobre la música costeña, el "baile suelto […] fue criticado por grotesco en Bogotá’’, donde se le da importancia a tomar la pareja de las manos y el talle en la danza de cumbias y porros.

 

En cuanto a los grupos que han interpretado la célebre cumbia que nos ocupa, éstos se encuentran en casi todos los países del continente y el número es bastante considerable. Como se puede ver en el cuadro que sigue, la interpretación de La pollera colorá a partir de otros géneros musicales también es abundante. 

 

Análisis parcial del proceso de evolución de la canción La pollera colorá

Agrupacion

Pais

Género

Enlace

Carmen Rivero Y Su Conjunto

México

Danzon

youtube

Yuri

México

Fusión

youtube

La Internacional Luz Roja de San Marcos

México

Cumbia a la mexicana

youtube

El Nene Torres

México

Banda norteña

youtube

Fiko y su Tumbao

México

Tecnocumbia

youtube

Roberto y sus destellos

México

Tecnocumbia

youtube

Acapulco tropical

México

Tegno

youtube

Diamantes de la cumbia

México

Tecnocumbia

youtube

Estrellas Andinas

México

Fusion

youtube.

Lucho Bermúdez

Colombia

Porro-jazz

youtube

Banda Sinfónica U Antioquia

Colombia

Sinfonía

youtube

Banda Sinfonica de Pereira

Colombia

Sinfonía

youtube

Jaime Llano González

Colombia

Cumbia en organo

youtube

Corraleros de Majagual

Colombia

Cumbia Sabanera

youtube

La Sonora Carruseles

Colombia

Salsa-Cumbia

youtube

Cuarteto Imperial de Colombia

Colombia

Cumbia-estilisada

youtube

 Los numero uno de Colombia

Colombia

Salsa

youtube

Son de Giron

Colombia

Combia

youtube

Milena

Colombia

Fusión

youtube

Orquesta Discos Fuentes

Colombia

La pollera colora con violines

youtube

Charlie Sa

Colombia

Cumbi-jazz

youtube

Grupo mi tierra

Colombia

Cumbia en Acordeon

youtube

Nightlife

Texa USA

Texano

youtube.

Castillo Kids

Florid USA

Folclor Sur de USA

youtube

Mercy Silva

Florida USA

Fusion

youtube

Orquesta Solo Sabor

California USA

Salsa-Tecno

youtube

Los Ciegos del Barrio

New York USA

Fusión Cumbia –Pasillo-Salsa

youtube

Billo’s Caracas Boys

Venezuela

Indeterminado

youtube

Hugo Blanco

Venezuela

Arpa

youtube

Orquesta la serie

Ecuador

Salsa

youtube

Grupo Deseo

Ecuador

Tegno Cumbia

youtube

Aniceto Molina

Colombia-Meixo

Cumbia-Sonidera

youtube

Margarita La Diosa de la Cumbia

Colombia

Cumbia-Salsa

youtube

Amparito Jimenez

Colombia-Chile

Cumbia Andina

youtube

Tropical Panama

Panama

Organo sin género

youtube

Tropicana club

Perú

Cumbia-vals peruano y afro-Perú

youtube

Las Princesas de la Cumbia

El Salvador.

Musica tropical

youtube

Sonora Ponceña

Puerto Rico

Salsa

youtube

Los wawanco

Argentina

Cumbia Argentina

youtube

Banda Sabrosa

Ontario Canada

Salsa-Cumbia

youtube

 

La popularidad de dicha canción ha llevado a muchos comentaristas en YouTube a atribuirle un origen diferente al colombiano. Los comentarios de los despistados, que juran –la mano sobre la Biblia- que la canción es peruana, argentina o mexicana, exalta el espíritu de los nacionalistas extremos, que responden a dicha afirmación con insultos de grueso calibre. Esos comentarios atrabiliarios son matizados par las opiniones de comentaristas como ArgentMach0,  para quien ‘‘La pollera colorada ya es parte de la cultura de los pueblos que gustan de la buena música y la alegría colombiana’’. Ese punto de vista es complementado por comentaristas como alfvahua, que sostiene que ‘‘la pollera colora hace mucho tiempo que dejó de ser colombiana, porque es del mundo para el universo’’.

 

Indiscutiblemente la obra maestra de Choperena y Madera dividió en dos la historia de la cumbia. Antes de la creación de La pollera colorá la cumbia era una música de la “gentecita del montón, que se bailaba en establecimientos de mala muerte, en los parajes de tierra caliente”. Pero las cosas cambiaron para ella después de que Juan Madera Castro imaginara esa melodía. Desde ese día son pocos los colombianos que asumen una pose indiferente cuando escuchan ese repiquetear de tambores, seguidos de clarinetes que le abren camino a la garganta posesa de Wilson Choperena, que lanza el grito festivo que da inicio a una canción, cuyos versos podrían sonar a los odios de Jorge Luis Borges tan pueriles, como los versos de “la deplorable rumba El Manisero.”

 


Pareja bailando cumbia, imagen tomada del blog de José Zabala

 

Hoy cuando alguien menciona la palabra cumbia, usted no piensa en Colombia tierra querida, de Lucho Bermúdez, ni en Yo me llamo cumbia, de Mario Gareña. Tampoco en la Cumbia sampuesana de José Joaquín Bettín Martínez, ni en la Cumbia cienagüera de Andrés Paz Barros. Cuando se menciona la palabra cumbia, usted piensa inmediatamente en La pollera colorá. Es eso lo que ha llevado a algunos, como OldSchoolHx, a considerar que esta melodíaes el verdadero himno de Colombia” y a gritar: “Rafael Nuñez revuélcate en tu tumba”.

  

Pablo Florez: la voz cantante del porro cantado

 

Pablo Flores Camargo: foto tomada de El Universal de Cartagena

El porro fue –en los años 50- el primer ritmo costeña al que se le concedió permiso de entrar –tanto en la costa como en el interior- a los bailes de salón de la aristocrática élite colombiana. Cuando éste empezó a asomarse a los salones de baile, los poderosos del país preferían amenizar sus fiestas con ‘‘refinados pasillos, bambucos y torbellinos’. O en su defecto con ritmos extranjeros, como el tango, los corridos mexicanos, la rumba, el mambo y el bolero, los tres venidos de Cuba… Y cuando no, con ritmos de los Estados Unidos, como el fox, el swing, el blues y el Charleston, con los que había entrado en contacto a través del cine. Otros ritmos que mandaban la parada eran el vals, la polca, la mazurca y la bossa-nova. En medio de ese universo de refinamiento, el porro “era visto como un ritmo casi pecaminoso que incitaba a una desaforada alegría,” y por eso su baile “se limitaba al bajo pueblo” (semana).

 

En medio de ese universo de prejuicios y prevenciones aparecieron cinco orquestas: las orquestas de Pedro Lassa y sus Pelayeros, en Cartagena, de Lucho Bermúdez, en Bogotá, de Pacho Galán, en Barranquilla, y las orquestas venezolanas La Billo’s Caracas Boys y Los Melódicos. Estos grupos ayudaron al porro a abrirse camino en los salones frecuentados por la gente encopetada, lo cual le confirió los títulos de nobleza que le permitieron obtener el derecho a comprar casa alrededor de la plaza principal, al lado del bambuco, el pasillo y el torbellino; tres ritmos interioranos catalogados por aquella época como la fina flor de la música colombiana.

 

Según el redactor de la nota de Semana de 1949, el porro y sus parientes costeños se fueron imponiendo en la capital y las otras regiones del interior del país por varias razones: 1) la abundancia de buenos compositores en la costa y la falta de compositores activos en los géneros del interior 2) el fondo sensual que rodeaba su baile 3) su instrumentación dirigida al formato de las grandes orquestas y 4) su condición de música alegre, que podía bailarse sin seguir un protocolo formal.

 

Respecto a los compositores, entre los grandes compositores que emergieron en el universo del porro, en córdoba hay que destacar a Antolín Lenes y Pablo Flores: los tambores mayores de un grupo de músicos de Cienaga de Oro, que al lado de El Cabo Herrán, Francisco Zumaqué Nova y Noel Petro dieron a conocer la música cordobesa a nivel nacional e internacional y contribuyeron a su comercialización.

 

Algunos miembros del grupo de Ciénaga de oro: Antolin Lenes con el clarinete, y Pablo Flores con la guitarra. Foto tomada de Montería Web

 

Después de la desaparición de Antolín Lenes, el 27 de abril de 1976, la dinámica creativa que rodeaba al grupo de Cienaga de Oro disminuyó considerablemente y Pablo Flores, a pesar de su notoriedad como compositor e instrumentista, vivió un periodo de  altibajos. En la segunda mitad de los años 90 Flores volvió a ganar espacio en la escena pública gracias a la valorización de su música por sectores ligados al mundo universitario y a la promoción y difusión de la cultura sinuano-sabanera.

 

Según el investigador folclórico William Fortich, con Pablo Flórez el porro “adquirió una nueva dimensión”. Fortich considera que sin él y Joe Arroyo “la música del Caribe ya no será igual”. El cronista cultural Miguel Ángel Castilla Camargo lo consideró como “el principal referente […] de la cultura local” del Sinú y dijo de él que era “un poeta de pocas pretensiones materiales”. Por su parte Juan Manuel Roca y Alejandro Torres lo llamaron “cronista de unas tierras donde se cruzan lo imaginario y lo real”.

 

Como la mayoría de compositores de su época, Pablo Flores fue un músico versátil, que compuso canciones en una diversidad de ritmos, entre los que se cuenta el porro, el fandango, el tango, el valse, el pasillo, la ranchera y el bolero (wordpress).  Sus canciones insignias fueron La aventurera y Los sabores del porro. Ésta última le abrió las puertas, que lo condujeron a convertirse en los últimos años de su vida en la figura de mayor relieve en el género del porro cantado. Su desaparición se produce en un momento en que el porro –en todas sus manifestaciones- vive un periodo de reflujo, pues los creadores con talento y los intérpretes apasionados y de calidad parecen cada vez más escasos.

 

Colofón

 

Con la partida de Lorenzo Morales, Wilson Choperena y Pablito Flores, los tres aires mayores del caribe colombiano: el vallenato, la cumbia y el porro perdieron tres cultores, que fueron claves en su proceso de masificación y empderamiento social. Estos hombres –cuyo nivel educativo no podemos precisar con claridad- fueron, a pesar de poseer una educación que no rebasaba los límites de lo elemental, intérpretes genuinos del sentir del alma popular. Con sus canciones y sus notas contribuyeron a clarificar en el espíritu de la gran mayoría de los colombianos ese sentimiento indescriptible, que llamamos sentido de pertenencia u orgullo patrio.


Muerte de Alfonso Cano: caída del último guerrillero legendario

Alfonso Cano y su perfil de individuo común y corriente, foto tomada del blog La Mula

Alfonso Cano fue –a mis ojos- un personaje gris, sombrío, distante, reservado, escurridizo y sin encanto; dueño de una estampa melancólica que no inspiraba una mala palabra ni un mal pensamiento. Ese aspecto es también resaltado por luchino, un comentarista de blog peruano para quien ‘‘Su rostro es el de un idealista generoso’’. A diferencia de otros personajes del bandolerismo nacional y del bandidaje patrio, cuya vida está llena de matices que podrían servir para escribir cientos de crónicas literarias y novelas sociológicas o históricas y componer corridos prohibidos abundantes en metáforas atrabiliarias o paseos vallenatos plenos de parábolas intemperantes, Cano es un hombre cuya efigie sólo alcanza para escribir una noticia policial de corte elemental. De no ser por sus orígenes sociales y por el perfil que se proyectó de él, el final de su vida de rebelde se hubiese podido cerrar con una nota periodística del siguiente corte: “El Gobierno colombiano informó que en la madrugada de hoy fue abatido alias Alfonso Cano, en un paraje montañoso del departamento del Cauca. Al momento de su muerte el jefe guerrillero se encontraba acompañado de un número reducido de combatientes.”

 

A diferencia del Mono Jojoy, cuya sola fotografía generaba escalofrío y su voz campechana infundía respeto, de Manuel Marulanda, cuya mirada torva generaba desconfianza, de Carlos Castaño, cuyo rictus de perturbado con poder producía temor, o de Rodríguez Gacha, cuyos modales montunos producían recelo, Cano fue un tipo frío e indescifrable, con un semblante que no producía –a simple vista- ninguna emoción. Por eso escribir una crónica, para reseñar su vida y su caída, resulta un desafío de talla mayor para cualquier escritor que quiera abordar el asunto desde una perspectiva diferente a los clásicos clichés que sobre él se han difundido.

  

  

Cano con el Mono Jojoy y Manuel Marulanda: ¡uno de estos animales no es como los otros! Foto tomada de gurusblog

Sus conmilitones lo describen como “un guerrillero intelectual, conocedor profundo de la historia del país, con una gran capacidad y un carisma especial para interlocutar, para cohesionar en torno al logro de la paz, incluso más allá de las estructuras de esa guerrilla”. En uno de los tantos texto en los que le rinden homenajes póstumos afirman que fue un “niño bien”, que renunció a los privilegios que “le correspondían a su acomodado origen social” e indignado –usemos ese término de moda- por la “cotidiana injusticia social de nuestro país” y “la violencia política”, que le “envenenaron” la cabeza”, decidió “sacrificar su condición de clase”. De acuerdo con su percepción de las cosas, fueron esos dos motivos los que lo llevaron a abandonar “las frías calles bogotanas”, empujándolo hacia al monte”, donde “terminó de camuflado y enfusilado”, compartiendo su camino “con un grupo de campesinos y citadinos”, que han dado origen a “un proceso sociológico [que se ha] arraigado en muchas regiones de Colombia, hasta [el punto] de constituirse en un fenómeno raizal”. Según ellos, “en un país medianamente normal’’, Cano no hubiese sido quien fue, sino “un brillante académico, investigador social o un dirigente político de un partido rosado” (webguerrillero).

 

 

Alfonso Cano de camuflado y enfusilado, foto tomada del blog tatuytelevision

El elemento intelectual y su origen de “niño bien” son los dos aspectos de la personalidad de Cano que resaltan también los cronistas de los diarios colombianos y extranjeros, frecuentemente acusados por los compañeros de ruta del abatido jefe insurgente de no difundir jamás ‘‘información veraz’’ sobre el movimiento guerrillero y de propalar sobre éste y sus jefes sólo ‘‘intoxicación mediática, morbo y propaganda oficial de guerra’’. En el perfil postrero que John Saldarriaga escribió de Cano para El Colombiano, un diario conservador et fier de l’être, son esos dos elementos que conducen la crónica. En efecto, Saldarriaga abre su informe afirmando que "Cano" fue “un intelectual que se tragó la selva”. A renglón seguido nos cuenta que nació el 22 de julio de 1948 y que el hecho de que “hubiera salido marxista y de extrema izquierda” representa una de las más altas ironías de la vida, pues su padre era un “conservador laureanista”, que lo bautizó Guillermo León, para rendirle un homenaje “a Valencia, el segundo de los presidentes del Frente Nacional”. En adelante el cronista se explaya sobre su condición de ‘‘pequeño burgués’’ chapineruno, sus lecturas, sus amistades y pasatiempos universitarios, el camino que lo condujo al monte y los momentos memorables de su vida de jefe guerrillero (elcolombiano).

  

 

 Cano el jefe rebelde entregado a la guerra

Por su parte el bloguero peruano La Mula lo define –desde el titular de su nota- como un ‘‘intelectual de sueños violentos’’. En los dos parágrafos que preceden el reporte de la agencia EFE que el bloguero reproduce, éste sostiene: ‘‘La historia de Guillermo León Sáenz Vargas es la de un niño de la clase media alta colombiana al que no le faltó ni familia, ni dinero ni estudios; es la historia de un joven que devoraba libros de historia y ciencias políticas; la de un adulto que sintió el triunfo de Fidel Castro en Cuba como un triunfo suyo’’ (lamula).    

 

De su lado Daniel Lozano del diario Publico de España, que titula su nota ‘‘El intelectual que prefirió el rifle a las ideas’’, nos presenta desde la misma perspectiva una crónica que nos permite apreciar un mayor número de matices, pues Lozano se esfuerza por colorear la personalidad gris de Cano a partir de la literatura, los titulares de prensa sobre su muerte y las opiniones de analistas políticos que se han ocupado de versar sobre su final trágico. En lo que concierne a Manuel Koba, del portal Kaos en la Red, este resalta que Cano fue ‘‘un intelectual de la revolución’’ que vivió y luchó ‘‘con el pueblo’’(kaosenlared). En ese mismo sentido abunda el escritor James Petras, para quien ‘‘Alfonso Cano es uno de los más brillantes intelectuales, trabajador, guerrillero, de su época’’. Para Petras, Cano ‘‘tenía oportunidades de ganarse la vida como un pequeño burgués, profesor académico y en cambio sacrificó todo por su compromiso con la lucha por el pueblo y murió luchando fusil en mano contra toneladas de bombas cayendo sobre su campamento’’ (rebelion)

 

 Cano, líder ideológico de las FARC, acompaña al legendario Manuel Marulanda, foto wordpress

En síntesis, la mayoría de los medios: tantos los tradicionales como los contestatarios, terminaron de una u otra forma editorializando sobre lo mismo; recordándonos que Cano fue un intelectual de origen pequeño burgués, ‘‘que terminó escupiendo balas en la selva’’, como tituló y versó El País de Cali (elpais). Palabras más, palabras menos, fueron esos dos aspectos los que definieron su marca de comercio e hicieron de él un guerrillero legendario.

 

El intelectual que no se dio cuenta de un cambio de época

 

Aunque Alfonso Cano no fuera al momento de su muerte la última personalidad guerrillera de importancia mayor, que deambulara por los parajes cerriles de la geografía colombiana, su muerte cierra la aldaba sobre un capitulo de la historia nacional: la era de la fascinación por la lucha guerrillera. En adelante, las figuras rebeldes, que aún sobreviven, terminaran desdibujándose definitivamente ante los ojos de la opinión pública. Su depreciación histórica y política terminará por convertirlas en iconos vivientes de un pasado aciago y doloroso que, a pesar de haber germinado en el valle de la esperanza y el romanticismo, terminó marcando la vida de la nación con el hierro candente del luto, el odio y el miedo. Bien los sintetiza limero, un comentarista del blog La Mula, para quien en América del Sur estos ‘‘movimientos luchan por nada […] y lo que comienza como sueños de cambios y progreso termina desconsoladamente en crímenes, secuestros y narcotráfico’’.

 

Cada vez es más evidente que para el ciudadano del común, el mejoramiento de las condiciones de vida de los más necesitados en Colombia no pasa por una mesa de negociación con las guerrillas. Después del fracaso estruendoso de las negociaciones de paz del Caguán, donde quedó en evidencia la ausencia de un programa del lado de la dirigencia guerrillera para negociar con el Establecimiento la inclusión de los sectores marginados a la vida nacional, el número de los que creen que la redención de los pobres del país llegará por la vía de una revolución armada que derroque al sistema, como se creyó en el pasado, se ha reducido a sus mínimas proporciones. En marzo de 2007 la revista Semana informó que un sondeo de la encuestadora Gallup reveló que el rechazo de los colombianos a las FARC y al ELN se situaba en el 97% (semana).

 

 

Alfonso Cano y los altos mandos de las FARC durante las negociaciones de paz del Caguán. Foto wordpress

Los niveles de rechazo que hoy registra en la opinión pública el fenómeno insurgente contrasta con los niveles de aceptación que tuvieron los grupos rebeldes en los años 70, 80 y comienzo de los 90, momentos en los que entre el 25 y 35% de los colombianos manifestaba cierta simpatía por la insurgencia. En esos tiempos el hecho de asumir la defensa de las posturas insurgentes generaba cierto prestigio intelectual en algunos sectores de la sociedad latinoamericana. Como bien lo evoca luchino, ‘‘cuando “Alfonso” hizo sus votos de profesión de fe, todo parecía que él apuntaba en la dirección “buena”, era la época en que ser joven y opuesto a las ideas que lo condujeron al sacrificio, era un real contrasentido.’’

 

Desafortunadamente para el país, la primera víctima del guerrillero Alfonso Cano fue el intelectual –en formación- Guillermo León Sáenz Vargas. Cuando se leen las entrevistas concedidas por el  dirigente guerrillero, uno puede darse cuenta que éste –enfrascado en la estrategia militar y la lucha guerrillera- no tuvo tiempo para percatarse de que ‘‘La historia avanzó con aceleración en las últimas décadas’’ y que ‘‘su credo, o religión terrenal’’ ya no era el instrumento adecuado para interpretar la nueva realidad social nacional y global. Sumergido en el día a día del conflicto, Cano no tuvo tiempo para darse cuenta de que a pesar de los altos niveles de desigualdad que acusa el país, la organización guerrillera que comandaba había perdido paulatinamente su autoproclamada condición de ‘‘defensora de los derechos de los campesinos’’ y que sus ‘‘sacrificios y su lucha’’ habían comenzado a ser percibidos –por el pueblo- como un  ‘‘ideal ’’, que no tenía nada que ver con  ‘‘el bienestar del pueblo’’.

 

El creciente rechazo que ha manifestado la opinión pública frente al fenómeno insurgente, visto desde el ángulo de la historia y al tenor de la luz del espíritu de los tiempos que corren, no es de poca monta. Ese fenómeno puede explicarse a partir de varios factores: la torpeza de la guerrilla, la caída del campo socialista, el ascenso de la globalidad y el empoderamiento de los discursos que la atraviesan, que han convertido a la sociedad civil en interlocutora directa del Estado. Eso explica –en gran parte- porque después de la segunda mitad de los años 90 la dirigencia subversiva ha mostrado una gran dificultad para sintonizar sus prácticas con los discursos, que movilizan a los sectores más activos de la sociedad colombiana, como el discurso sobre la defensa de los derechos humanos, la democracia deliberativa, la protección de los animales y el cuidado del medio ambiente, los derechos de los niños y de género, los derechos de las nuevas generaciones, etc. Estos discursos, que para la mayoría de los revolucionarios de viejo cuño no pasan de ser una manifestación de la mentalidad pequeño burguesa, están hoy en el centro de la agitación social y su ascenso ha puesto sobre el tapete otras formas de lucha, que le han quitado vigencia a las utopías rebeldes y al romanticismo guerrillero.

 

  La sociedad civil se moviliza contra los abusos de las FARC. Foto wordpress 

Son esos nuevos discursos globales, que han remplazado al viejo discurso revolucionario, los que nos ofrecen las claves para entender porque los jóvenes de nuestro tiempo, auque tengan el corazón lleno de odio contra el sistema y se sientan frustrados por el mal manejo de la cosa pública por parte de élites dirigentes corrompidas, no están dispuestos a morir anónimamente con un arma en la mano, en un lugar recóndito de la geografía planetaria. Para esa generación de infantes, que vino a este mundo delante de un televisor, viendo durante la primavera de 1989 la acción heroica de un estudiante chino que enfrenta a una caravana de tanques del Ejército del pueblo, armado de un simple bolso y un paraguas en la Plaza Tian’anmen, resulta más poético recibir una paliza de la policía o morir en una masacre pública, delante de las cámaras de televisión (youtube).

 

Suena hedonista, pero así es. La revolución contra el régimen libio, el levantamiento contra la dictadura siria, la primavera árabe, las movilizaciones de los indignados en las cuatro esquinas del mundo y la oposición férrea de los estudiantes chilenos y colombianos a los proyectos de reformas neoliberales a la educación superior, son una prueba elocuente de que la acción revolucionaria no se juega hoy en los farallones de La Sierra Maestra, ni en las cuestas andinas del Macizo Colombiano, sino en las calles y plazas de los centros urbanos.

 

Los movimientos sociales de los últimos 20 años nos muestran que para los espíritus utópicos de nuestro tiempo toda la gloria que podía alcanzarse por la vía de la lucha armada, ya fue alcanzada por alguien. Para ellos es evidente que ya no habrá un nuevo Che Guevara, ni tampoco otro Fidel Castro entrando a la Habana, con una paloma posada sobre el hombro, al frente de un ejército de rebeldes barbudos, sudorosos y felices. Tampoco habrá más guerrilleros sandinistas entrando a Managua, poniendo al dictador en fuga en medio de la algarabía del pueblo.

 

 Fidel Castro da un discurso luego de su entrada a la Habana rodeado de Palomas 

 Guerrilleros sandinistas preparan el asalto a Managua. Foto tomada del blog de Leandro Albani 

Lo que nos muestran los grandes movimientos ciudadanos, que se han generado en Colombia en los últimos 15 años, es que la nueva dirigencia social colombiana es consciente de que las paginas de gloria que podían escribirse a través de la lucha guerrillera en el país, ya fueron escritas por alguien y las que no se escribieron antes del fracasado proceso de paz del Caguán, ya no se escribirán jamás. Dentro de esa lógica, todo indica que no habrá un segundo cura guerrillero, que mueran heroicamente tratando de arrancarle el fusil a un soldado en pleno combate, ni tendremos a otro Jaimes Bateman Cayón, que desaparezca para siempre a bordo de un avión en las selvas del Chocó. En fin, no habrá otro Jacobo Arenas, ni otro Tiro Fijo, ni un nuevo Cura Pérez muriendo de viejo en su cambuche en medio de la manigua, derrotando por la vía de la muerte natural a un Estado débil, que no fue capas de capturarlos o de abatirlos, a pesar de que puso precio a sus cabezas y anunció durante años, por todos los medios –y a los cuatro vientos-, que se pagaría recompensa a quien diera razón de sus paraderos.

 

En consecuencia, la toma del poder por la vía de las armas parce ser -cada día que pasa- un capitulo agotado, una quimera que no despierta el entusiasmo de nadie, un sueño que se ha transformado en pesadilla dantesca. Con respecto a ese punto vale aquí traer a colación lo anotado por Destellos humanos, uno de los comentaristas de la nota sobre la muerte de Cano en el periódico Público de España. Según él, ‘‘Los movimientos guerrilleros en Latinoamérica que se propagaron por el continente en el siglo pasado tuvieron un significado y una significación histórica con grandes diferencias respecto a los movimientos armados que aún hoy existen (generalmente centrados en actividades comerciales ilícitas por encima del sustrato ideológico que pretenden conservar)’’.

 

En esa misma dirección apunta el Columnista independiente y Escritor, Álvaro de Jesús, para quien los movimientos guerrilleros perdieron la confianza del pueblo por ‘‘La mentira, el total desinterés por la paz, y el desarrollo de los pueblos, aunado a la escalada del negocio de la droga justificado en la financiación de la guerra’’. Esos y otros hierros, terminaron ‘‘convirtiéndolos ante la opinión publica en bandidos armados, con territorios dominados para el delito’’. Su imagen se desdibujó aún más cuando comenzaron  a ‘‘perseguir al pueblo que decían que defendían’’. Éste, ‘‘ante el horror del secuestro y las pescas milagrosas, como de los inhumanos ataques a las poblaciones’’, ha decidido rechazar abiertamente sus desafueros, porque se dio cuenta que no ‘‘será el camino de la guerra y el sometimiento por la fuerza, la vía que lleve a la nación hacia el fin de las injusticias de los poderosos, ni hacia el desarrollo social, económico y cultural’’.     

 

El declive que hoy registra la utopía insurgente en Colombia comenzó con el fracaso de las negociaciones de paz en el Caguán. Después de ese momento el fervor por la lucha armada, que marcó la vida de tres generaciones de colombianos, se ha extinguido aceleradamente. Por eso son pocos los que han salido a protestar la muerte de Cano. La decadencia de la utopia guerrillera ha prosperado a pesar de que las FARC no han dejado de gritar –a todo pulmón- que en nombre de “los humildes de Colombia”, “los guerrilleros de las FARC entraremos a Bogotá”, de la mano del “Libertador”, “con Manuel, con Jacobo, con Jorge, con Raúl, con Iván Ríos y con todos los caídos, [...] en los puños levantados del pueblo, cabalgando en la insurrección, para instaurar en la plaza de Bolívar el nuevo gobierno patriótico y bolivariano inspirador de nuestra lucha”, poniendo fin a la opresión y alcanzando, “al fin, la justicia social para todos” (comunicado de las FARC-EP).

 

 

 Manifestación contra el secuestro y las FARC. Foto tomada de gathacol.

Hay un evento que nos da algunos indicios de la desvalorización que ha sufrido en los últimos tiempos la lucha guerrillera como vehiculo de reivindicación social en Colombia: el movimiento estudiantil de defensa de la Universidad Pública. A pesar de que la muerte de Alfonso Cano se produjo en medio de la más importante agitación universitaria de los últimos 40 años en el país, ésta no ha perturbado el espíritu del Movimiento Estudiantil. El comportamiento asumido por los estudiantes frente al hecho nos indica que algo ha cambiado profundamente en el sector estudiantil con respecto a la actividad insurgente, pues en el pasado los estudiantes se contaban entre los primeros en salir a condenar las acciones armadas en las que se arrebataba la vida a los dirigentes de izquierda o en las que se daba debaja a uno que otro reconocido icono rebelde.

  

 

 Nuevo estilo de la protesta estudiantil en Colombia. Foto tomada de hispano.com

 Lo que ha pasado con la muerte de Cano y el movimiento estudiantil de defensa de la Universidad Pública me recuerda un episodio que sucedió el día de la muerte de Pablo Escobar en la Universidad de Córdoba. Ese día los estudiantes del programa de Ciencias Sociales se encontraban en asamblea general para definir el curso de una huelga estudiantil que llevaba más de un mes. La discusión estaba en su mejor momento cuando un estudiante entró gritando al recinto donde se realizaba la asamblea: “¡Acaban de matar a Escobar, acaban de Matar a Escobar!... Su exclamación sólo generó un murmullo tímido entre los asistentes. El estudiante que dirigía la reunión miró al heraldo con un poco de asombró, luego miró a los concurrentes para escrutar lo que reflejaba su semblante por causa de la noticia. Acto seguido dijo: “continuemos con el orden del día y luego comentamos el incidente”. Al final de la reunión uno de los dirigentes estudiantiles más importante de ese momento le dijo a los pocos estudiantes que aún quedaban en la sala… “Algo importante ha pasado en el país después que se expidió la Constitución del 91 y se desmovilizó el M19 y el EPL. Si la muerte de Escobar hubiese sucedido en los años 80, los estudiantes no hubiésemos dudado un minuto para salir a la calle a rechazar el hecho, a vivar al muerto y a condenar el intervencionismo del imperialismo yanqui en Colombia”.

 

A pesar de todos los eventos que condimentan la actual coyuntura política colombiana: la discusión sobre la reparación a las victimas, la restitución de las tierras a los desplazados, la develación de los escándalos de la parapolítica, de las chuzadas, de los falsos positivos y de las ollas podridas de corrupción que comprometen al anterior gobierno, la opinión pública colombiana; el país de a pie, profundiza –día à día- su distancia frente a la lucha guerrillera y a todo tipo de manifestación armada irregular.

 

La consolidación de otros mecanismos de protestas social, como la celebre Corzatón que obligó al presidente del Senado –a pesar de su arrogancia inicial- a emendar la plana y las criticas en las redes sociales que han llevado a Pachito Santos a pedir disculpas por sus –siniestras recomendaciones- al gobierno sobre el manejo de la protesta estudiantil, son eventos que nos llevan a considerar que la muerte de Alfonso Cano, la última figura de corte legendario que le quedaba a las FARC, va a profundizar la depreciación del rol de los grupos armados –de todo género-  como voceros del descontento y la indignación social.

Icono de la Corzatón, una de la más celebres protestas ciudadanas del año 2011. Foto tomada de edunewscolombia 

En consecuencia, la única salida que hoy les queda a personajes como Gabino y a los altos jerarcas del ELN, que componen el COCE, así como a la miríada de comandantes de menor rango que se aprestan a integrar el Secretariado Mayor de las FARC, si quieren ocupar un lugar aceptable en las páginas de la historia nacional, es la negociación con el Estado de las condiciones de su retorno a la vida civil.

 

A pesar de que un gran porcentaje de los reportajes que se escribieron para reseñar la muerte de Cano se concentran en presentarlo como un intelectual rebelde, hay en todas partes personas que resaltan que la intelectualidad no es la principal característica de Cano. Por ejemplo Machiavelli Jobs comentarista del periódico Público de España sostiene que ‘‘Un intelectual nunca haría eso [preferir el rifle a las ideas], por muchos estudios que tuviera y muchas obras que hubiera leído y escrito, cuando coge el rifle deja de ser intelectual, del tirón!’’ Otro comentarista de periódico que está sintonizado con la misma tesis es petete, de El País de Cali, para quien ‘‘si cano hubiera sido intelectual no hubiera hecho tanto daño a su país…, no hubiera matado tanta gente y no hubiera abusado del pueblo colombiano. Así que –para él, Cano- de intelectual nada’’. Por su parte Héctor riveros Serrato sostiene que Cano no fue ni intelectual ni amigo de la paz, como se ha creído por largo tiempo. En su parecer ’Alfonso Cano’, fue un individuo poseído por un ‘‘delirio mortal’’ (elespectador).

    

Pero en fin, –si realizamos la reconstrucción de su vida a partir de las notas tanto de la ‘‘prensa burguesa’’ como de la ‘‘prensa revolucionaria’’-, es bajo la etiqueta de intelectual que Cano entrará en los casilleros de la historia. En los periódicos electrónicos y los portales de internet afines a su causa, sus partidarios sostienen que los ‘‘intelectuales de la talla de Cano’’, al contrario de los ‘‘los intelectuales pequeños burgueses’’ que pasan su vida en ‘‘cómodos gabinetes y oficinas de estudio teórico [...], ponen a prueba sus diplomas, reconocimientos teóricos y títulos académicos en la práctica revolucionaria, los arriesgan en la práctica, poniendo en juego su vida en forma absoluta e incidiendo de manera determinante en el curso mismo de la historia’’ (anncol).

 

Por su parte la ‘‘gran prensa’’ lo presenta como ‘‘un ‘nerd’ como esos que pintan las películas de Hollywood, apasionado por la historia, obsesionado con los libros sobre política’’, que después de entrar a la Universidad Nacional se ‘‘convirtió en líder de las Juventudes Comunistas’’ y en el año 1981, luego de un carcelazo, se ‘‘sumerge en montañas colombianas, busca a los jefes de las Farc y se declara su nuevo peón, contrariando las intenciones del Partido Comunista, que quería enviarlo a estudiar a Moscú para protegerlo de las autoridades que ya conocían de la incidencia que empezaba a tener.’’ Por esa vía el ‘‘chico flaco, débil, de pelo revuelto, gafas de lentes gruesos’’, que ‘‘creció en el barrio Chapinero de Bogotá en medio de un ambiente típico de clase media: sin lujos mayores, sin hondas carencias’’, se convirtió en el máximo líder de las FARC, gracias a su ‘‘formación ideológica y capacidad estratégica’’(elpais).

 

Siendo honestos hay que reconocer que Alfonso Cano incidió de ‘‘manera determinante [y cruenta] en el curso mismo de la historia’’ colombiana de las últimas dos décadas. Eso nadie se lo va a negar. Forjado intelectual y políticamente en la agitación y el dogma": ‘‘Agitación y Dogma’’ era la divisa de la célula comunista a la que perteneció el estudiante Guillermo León Sáenz Vargas en la Universidad Nacional, Cano perdió o no adquirió los reflejos indispensables que le permiten a todo intelectual percibir antes que la gente del común los signos de un cambio de época. Sin duda alguna su diagnóstico sobre el origen de la guerra en Colombia es adecuado. Su tesis que sostiene que “la guerrilla revolucionaria no existe en nuestro país […] por una orden impartida desde el antiguo campo socialista”, sino que surgió ‘‘por causa de la marginalidad social y la violencia política ejercida de manera sistemática por la élite del poder’’, es coherente desde el punto de vista histórico.

 

De otra parte, la salida que planteaba al conflicto: un acuerdo de paz que condujera a ‘‘cambios de fondo, democráticos, a la vida institucional y a las reglas de convivencia’’, basados en la ‘‘concepción revolucionaria’’ de su movimiento guerrillero y su visión ‘‘de la Nueva Colombia’’, nos muestran que era el jefe rebelde el que gobernaba al espíritu de Cano y no el intelectual (abpnoticias). De hecho, eso explica porque ‘‘Las FARC dicen que persistirán en buscar una solución política –a la confrontación- pero sin previo desarme’’ porque para Cano la desmovilización era "sinónimo de inercia, de entrega cobarde, de rendición y traición a la causa popular y al ideario revolucionario (...), una indignidad" (elmundo). En conclusión, para Cano y los que piensan como él la paz sólo se conseguirá en Colombia cuando las FARC hagan una revolución armada que viabilice su proyecto de ‘‘paz con dignidad y justicia social" y sobre esa base las partes difícilmente llegaran a un acuerdo político que ponga fin al conflicto.

 

 

Alfonso Cano, el líder rebelde de posición intransigente frente a la solución del conflicto. Foto ikiru

Alfonso Cano fue un personaje producto de su época y de la sociedad en la que nació, creció, se reprodujo y murió. Una de mis amigas dice que hay varios hechos que se asociaron para marcar de manera negativa su destino: haber nacido el 22 de julio de 1948, tres meses y trece días después del evento que dio el pitazo inicial de la violencia política de a mediados del siglo XX; ser hijo de una familia conservadora, cuyo padre laureanista lo bautiza con el nombre –para hacerle un homenaje- de un político, que de presidente de la república durante el frente nacional ordenó el ataque a Marquetalia en mayo de 1964 y haber crecido en un periodo agitado en el seno de una sociedad violenta y excluyente. Según mi amiga la conjugación de todas las malas energías, que representan esos eventos, determinaron el sino trágico del pequeño Guillermo León. En efecto, toda esa carga histórica negativa –según ella- lo ungió de un karma protervo, que hizo de él lo que fue. Esos elementos configuraron un albur que lo predestinó para entrar en las paganías de la historia por la puerta de la violencia y a través del dolor, lo cual se hubiese podido evitar de haberse llamado verdaderamente Alfonso, Cantalicio, Mamerto, Godofredo o Vicente o de haberse saldado la operación Marquetalia con la muerte o captura de Tiro Fijo y Jacobo Arenas, sus posteriores mentores.

 

Particularmente no le doy crédito a esa teoría, porque no creo que los signos ocultos, que se develan a la luz de la astrología, incidan sobre el curso de la vida de un individuo. Pero mi amiga, que es fanática del tarot y la quiromancia, sostiene que el entrecruzamiento de todos esos arcanos funestos en la vida de ese individuo marcó su existencia. Para ella, las vivencias de Cano, de la cuna a la tumba, representan la trama perfecta de una novela, que le puede prodigar la gloria literaria a quien la escriba, si el escritor tiene la genialidad suficiente para descifrar las claves que se esconden detrás del personaje y su época.

 



 

Una de las pocas caricaturas sobre Alfonso Cano disponibles para uso público en internet. Tomada del diario La Nación de Neiva.

El final de Gadafi: un icono de la utopía rebelde

Gaddafi en sus años gloriosos. Foto tomada de lanouvelletribune.info

Cuando Mohammad Gadafi llegó al poder el  primero de septiembre en 1969 mi generación no había aún comenzado a ver la luz de este mundo. Su partida se ha producido cuando el almanaque nos marca el borde de la cuarentena. En síntesis, podemos decir que nacimos, crecimos, pasamos nuestra juventud y comenzamos a envejecer oyendo hablar de él en los medios, leyendo su biografía en enciclopedias físicas y virtuales, reseñando sus gestas en exposiciones escolares y discutiendo –los que hemos participado del activismo izquierdista- acerca de sus acciones en el concierto político mundial.

 

Muammar Gaddafi y Fidel Castro: dos iconos rebeldes en sus tiempos de gloria. Foto tomada de la prensa cubana

Personalmente no me acuerdo cuando fue la primera vez que oí hablar de él ni en que circunstancias. Pudo haber sido un profesor de historia, devoto de los iconos rebeldes, que me mandó a pesquisar por su vida, en una enciclopedia de esas que se vendían a crédito à las familias de clase media. Pudo haber sido en un periódico, que dedicaba un reportaje especial a una de sus frecuentes furruscas con los líderes occidentales. Pudo haber sido en un radioperiódico, que interrumpió el ritmo monótono de su emisión cotidiana, con el estruendoso sonido que acompaña la expresión “última hora, sala de redacción”, para informar sobre un incidente temerario, cometido por agentes libios en algún país lejano. Pudo haber sido en un noticiero de la tele, a las  10 de la noche, que mostraba su pose altiva, su perfil altanero y su visaje cubierto con sus inmondables (para decirlo en argot caribe del barrio Sucre de Montería) gafas de sol, que le daban ese aire de hombre siniestro, que reforzaban su aura de chico malozo, que le dispensaban una pinta de gangster reputado y disimulaban a la perfección su condición de coronel golpista.


Gaddafi con sus inmancables gafas de sol. Foto tomada de lanouvelletribune.info

Siendo honorables y sinceros, si cualquiera le presenta a usted un álbum fotográfico de Mohammad Gadafi, organizado a partir de los registros fotográficos que los medios poseen sobre él, sin contarle una pizca de su historia personal, es poco probable que usted se imagine que ese hombre de bigote ralo y chivera exigua haya sido un militar de mando medio, que dio un golpe de Estado que puso fin a una monarquía en un país del Mundo árabe.

 

En lo que toca con los registros enciclopédicos, la celebre enciclopedia Forjadores del mundo contemporáneo, que se vendió en Colombia a comienzo de los años 90, lo contó entre “los 131 personajes que más han influido en la formación de nuestro mundo”. El biógrafo que se ocupó de escribir su perfil nos cuenta que nació el 7 de junio de 1942, en el seno de una familia perteneciente a un grupo de beduinos, conocidos en su región de origen bajo la denominación de Qaddafa, de la cual procede el apellido Qaddafi o Gadafi. Según dicho texto, Gadafi nació y se creó en el desierto, alimentado con leche de camella. Al final de su adolescencia ingresó al ejército y ya de militar llevaba una vida verdaderamente austera, que no cambió cuando tomó las riendas de su país. De su amor por la vida sencilla, según esa biografía, daba testimonio su inquebrantable voluntad de vivir en una carpa de beduino, como cualquier paisano, alejado de los lujos propios del poder.

 

La mayoría de las reseñas biográficas, que de él circularon en los años 80 y 90 del siglo pasado, nos contaban que desarrolló un fuerte ascendiente entre los militares jóvenes de su país gracias a su espiritó de servicio, a su carisma para manejar la tropa y a su disposición de llevar una vida monacal. Fue ese ascendiente en el seno de esa nueva generación de oficiales soliviantados por el espíritu nacionalista, que alimentó la atmósfera revolucionaria que envolvía al Medio oriente y al continente africano en la década del 60, el que le permitió dar el golpe de estado que puso punto final a la monarquía que regentaba el rey Idris. 

 

Muammar Gaddafi: un coronel golpista que toma el poder.

 

Con el levantamiento militar que lo llevó al poder comenzó la leyenda que lo convirtió, en opinión de sus admiradores, en el «Che Guevara árabe» y  según el editor de El Periódico de Extremadura en “la bestia negra de EEUU” (elperiodicoextremadura). El correr del tiempo nos fue formando de él, ese aura mitad folclórica y mitad siniestra,  mitad cómica y mitad mitológica, con la que entró en los libros de historia. La imagen que el mundo tiene hoy de él fue un hibrido creado concientemente por su régimen y alimentado cuidadosamente por los medios occidentales.

 

Cuando se inició el levantamiento que puso fin a su reinado, la televisión francesa de Radio Canadá emitió un reportaje, en el cual se daba cuenta de las dificultades encontradas por los gobiernos europeos, de Estados Unidos y Canadá para congelar los dineros que había guardado en los bancos de dichos países. Según el reportaje, que se basaba en un registro que el Evening Standard de Londres había elaborado en el 2004, existían 37 formas distintas de escribir el apellido del jefe africano. Por su parte ABC News sostuvo en otro reportaje que existían 112 formas de escribir su nombre, que habrían sido ideadas personalmente por él mismo. De semejante confusión da elocuente testimonio un reportaje del diario argentino El Clarín de Buenos Aires, que se interroga: ¿Con “Q”? ¿Con “G”? Cien formas para escribir un apellido ¿Gaddafi, El Kazzafi, Al–Qathafi, Kadaffi, al–Khadafy, Qaddafy? ¿Acaso estará en lo cierto la venerable Biblioteca del Congreso de EE.UU. que alguna vez lo identificó como Al–Qadhdhaafi, sumiendo a todos en un estupor universal?

 

Al tiempo que los banqueros de las potencias de la OTAN rastreaban sus haberes bancarios, ayudados por lingüistas árabes procedentes de África del Norte que trataban de decodificar la escritura de su nombre, Gaddafi negaba ante las cámaras de televisión de la BBC (bbc) y de ABC, –con un tono entre iluminado y demente- el levantamiento que se había iniciado contra su gobierno en la ciudad de Benghazi. Sin ningún asomo de preocupación, le dijo al editor de la BBC Jeremy Bowen: “Mohammad Gaddafi no tiene porque abandonar el poder, porque Mohammad Gadafi no tiene ningún cargo en el gobierno de Libia. Él simplemente es el guía de la revolución y el guía de la revolución no puede renunciar a sus funciones. El poder en Libia está en manos del pueblo libio y el pueblo libio está con Gaddafi porque el pueblo libio ama a Gaddafi”.

 

Muammar Gaddafi: el dictador que se cree amado de su pueblo

 

Mostrando una vez más su talante altanero y provocador retó a los que lo acusaban de tener dinero en el extranjero a que mostraran las pruebas. En una jugada sagas sacó los aces con los que buscaba desacreditar a los rebeldes, que se levantaban –ciudad tras ciudad- contra su régimen. “La gente que se encuentra en estos momentos protestando en las calles es gente que está bajo la influencia de drogas suministradas por Al-Qaeda” sentenció con firmeza. De ese modo trataba de ganarse la indulgencia de los sectores conservadores de occidente, que habían pedido –semanas antes- no quitarle el apoyo a Hosni Mubarak, porque era el único líder capas de mantener la cohesión social en Egipto y evitar el ascenso de los islamistas radicales.

 

Conciente de los alcances de sus declaraciones a los medios occidentales se jugó otra carta, con la que buscaba desatar la solidaridad de la gente del común, que había salido a la calle a protestar contra la invasión de los Estados Unidos a Irak en el 2003. En las pocas entrevistas que concedió, siempre –en tono vehemente (ver entrevista en antiwar), exponía que la coalición multinacional que se estaba preparando para intervenir en Libia, con el objeto de brindarle protección a los civiles, era una maniobra “con la que se quería colonizar al país para apoderarse de su petróleo”.

 

Las horas finales de su vida y los detalles que rodearon su muerte están marcadas por el misterio. Auque su caída difiere grosso modo de la caída de su homologo Sadam Husein, sus últimos días estuvieron rodeados por circunstancias parecidas (ambito). Los dos corrieron a esconderse en sus ciudades de origen: Sadam en Tikrit; y Gaddafi en Sirte, a buscar refugio entre los suyos, entre los que vivieron la agonía, día a día, del final de su gloria, pagando escondederos a peso. Los dos se escondieron de sus cazadores en madrigueras inhóspitas, que marcaban un fuerte contraste con los espacios donde habían transcurrido sus vidas. Las imagines que de ellos tenemos en el momento de sus capturas es el retrato exacto de la orfandad de poder. Disminuidos, temerosos, exhaustos, desprotegidos, sucios y sudorosos se abandonaron a su suerte, mientras que en sus ojos de hombres vencidos no quedaba ya el más mínimo brillo de sus días de gloria.

 

Gaddafi: el hombre vencido

Un final inesperado que no estaba en el libreto

 

Creo que nadie entre aquellos que han seguido los ires y venires de la actualidad del Medio Oriente, sin importar que sean especialistas o amateurs, había imaginado que Muammar Haddafi  y su régimen iban a tener el final que tuvieron. Durante los años 80 y 90 no fueron pocos los que se atrevieron a pronosticar que su dictadura finalizaría en un sangriento enfrentamiento con los Estados Unidos, que podría dar curso a una tercera guerra mundial. Previendo ese enfrentamiento Kaddafi se empleó a fondo en la construcción de un gran "ejército antiimperialista global": la “Mathaba’ mundial”, en la que participaron combatientes de los más importantes grupos guerrilleros del mundo en ese momento (eltiempo).

 

La intensidad de la confrontación entre el régimen libio y los Estados Unidos alcanzó su momento de clímax durante la era Reagan. Mientras que Ronald Reagan lo etiquetaba como “el perro salvaje del Medio Oriente”, Gaddafi repostaba diciendo que estaba dispuesto a volverse “comunista sólo para fastidiar a EEUU". Debido a la intensidad de la confrontación, en 1986 no fueron pocos los que creyeron que después de los atentados en una discoteca frecuentada por soldados estadounidenses en Berlín, en abril de ese año, Estados Unidos atacaría Libia, como en efecto sucedió, y que ésta respondería con ataques terroristas a gran escala, que desatarían la confrontación. Los ataques de Estados Unidos contra Trípoli y Benghazi dejaron 41 muertos, entre ellos una menor que resulto ser hija de Kadhafi. Según las malas lenguas, -o las plumas mal intencionadas- la niña no era en realidad hija de Gadafi, sino que el coronel la adoptó después de fallecida, dentro del marco de una estrategia propagandística contra Estados Unidos.

 

En todo caso las acciones terroristas a gran escala del régimen de Muammar El-Kaddafi –por gracia de Dios- nunca se produjeron. La situación se fue calmando. Cuando el mundo comenzaba ya a olvidar los bombardeos estadounidenses de 1986 sobre Trípoli y Benghazi, en 1988 un avión de la compañía aérea Pan Am estalló en pleno vuelo, cuando pasaba sobre la población escocesa de Lockerbie, dejando 270 personas muertas. Las autoridades estadounidenses e inglesas acusaron al régimen libio. De nuevo las alarmas se prendieron. Los tambores de guerra sonaron. Los portaviones gringos se prepararon para atacar objetivos libios, pero la situación se fue distensionando lentamente (ecodiario.eleconomista).

 

A pesar del tono agresivo de parte y parte la situación nunca desembocó en una confrontación militar abierta. Ello se debió en gran medida al frágil equilibrio geopolítico de la época, montado alrededor de dos superpotencias, armadas hasta los dientes, que se amenazaban mutuamente con sus arsenales atómicos. La actitud desafiante de Jaddafi frente a los países occidentales puede explicarse más que nada a partir del tensionante ambiente de la guerra fría. En una atmósfera caldeada por los vientos de guerra agitados por el armamentismo continuo de las grandes potencias, la existencia de la URSS le permitía a los regimenes más díscolos del mundo desafiar a los Estados Unidos con cierta holgura, sin temer represalias que pusieran en peligro su existencia.

 

Desafortunadamente el contexto geopolítico mundial, que le permitía al líder libio –y a sus similares- sus bravuconeadas sin temor a represalias mayores, cambió de la noche a la mañana el 9 de noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín. Desde ese momento vimos un cuidadoso acomodamiento del régimen libio a los intereses occidentales, que se hizo evidente a través de la suavización del lenguaje y los mores de Al-Qaddafi. La morigeración de su talante altanero se intensificó luego de la rápida derrotada de las tropas de Sadam Husein en la  guerra del Golfo pérsico en 1991. Los incidentes del 11 de septiembre de 2001 y la respuesta contundente de la comunidad internacional contra las organizaciones terroristas islámicas, federadas alrededor de Al-Qaeda, lo llevaron a alejarse de los jefes terroristas, con los que se había codeado, y a renegar en público de su credo. La invasión de Estados Unidos a Irak y la caída del régimen de Sadam Husein terminaron por domesticarlo. Según su exministro de relaciones exteriores Abdul Rahman Shalgam, Khadafi estaba empeñado en no terminar su vida como Husein, pues el final trágico del líder iraquí lo había traumatizado (elpais.cr).

 

Para potabilizar su imagen, el temerario –y viejo- coronel Al Gathafi abandonó el patrocinio a los grupos terroristas, las campañas militares contra sus vecinos del sur, los proyectos de fabricación de armas de destrucción masiva y los saboteos a la navegación de los petroleros gringos por el mediterráneo. Para mostrar que era de verdad un buen muchacho permitió el retorno de las multinacionales petroleras, que había expulsado de su país en 1973, y  diseño un plan audaz para sacar a Libia del aislamiento internacional.

 

Gaddafi: el gurú hindú predicador de la paz

Ese cambio de postura política vino acompañado de un cambio de vestuario. En adelante Khadafi abandonó los uniformes militares –que le daban un aire mitad portero de puteadero bogotano reputado, mitad chofer de señora aristócrata- y comenzó a vestir fastuosos trajes típicos de colores llamativos, que le proporcionaban un aura de gurú espiritual hindú. Fue así como consiguió la rehabilitación por parte de las potencias occidentales, que sacaron a su país de la categoría de «Estado paria» y lo admitieron como miembro pleno de la «comunidad internacional».

 

Gaddafi: ¿militar, portero de bar o chofer privado? Foto tomada de bbc.co.uk

 

Ese nuevo estatus le permitió de codearse en igualdad de condiciones con políticos de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia y Alemania. Para reafirmar la confianza de sus nuevos amigos sobre su cambio de comportamiento, Gadafi comenzó a predicar el pacifismo y de ello daban testimonio frases como: "ahora podemos abandonar el fusil y hacer avanzar la paz y el desarrollo", disminuyó su perfil de icono rebelde y dejó a un lado su interés por liderar una revolución mundial. Para no pisarse las mangueras con los jefes de las grandes potencias, se concentró en hacer posible su sueño de construir los "Estados Unidos de África". El aumento del interés por su propio continente le valió ser coronado rey de reyes africanos, el 2 de febrero de 2009, en Addis Abeba. Su africanismo lo llevó a decir en cumbres internacionales: "Europa está formada por naciones y África por tribus. Eso hace que el Estado en África sea ficticio".

 

Gaddafi con los líderes de G-8 en el 2009

El momento más importante de su proceso de reconversión –y de inserción en la comunidad internacional- sucedió el  5 de septiembre de 2008, cuando la secretaria de estado de los Estados Unidos, bajo el gobierno Bush, Condoleezza Rice, visitó Trípolis. Esa visita le permite decir que había “terminado el largo ostracismo de su régimen por parte de Estados Unidos”. Por su parte el celebérrimo presidente George W. Bush felicitó en público a Gadafi “por su contribución a la paz del mundo”.

 


Gaddafi y Condoleezza Rice en Trípolis en el 2008, foto tomada de 7sur7.be

 

Después de haber allanado ese camino y de haberse reconciliado con sus más temibles enemigos, ni la más pesimista pitonisa de este mundo se hubiese atrevido a pronosticar un final tan trágico para el estrafalario –a los ojos de muchos- coronel Mohamed Jaddafi. Pero así sucedió. Como dice la máxima popular: “aquel que a hierro mata a hierro muere”. Aunque parezca increíble, el coronel  Moammar Haddafi, que llegara al poder a la cabeza de una revolución: la ’Revolución verde”; la “Yamahiriya”, que se empeño en liberar a su pueblo del yugo del imperialismo, fue expulsado del poder por su propio pueblo, a través de una revolución contra la revolución. Quien mejor ha descrito el asunto es el cronista Léonce Gamaï, de un periódico francófono, que tituló su nota: “Mort de Mouammar Kadhafi : La révolution a tué la Révolution".

 

Revolucionarios ponen fin a una revolución. Foto tomada de informe21.com

El derrocamiento de su régimen, si bien era un hecho previsible: los dictadores –sin importar que sean revolucionarios o cavernarios- generalmente son forzados a abandonar los corredores del poder por las salidas de emergencia, el final de su vida resulta inédito. Grosso modo es un cruce entre el final de Sadam Husein y el del dictador rumano Nicolae Ceaușescu. En todo caso, particularmente después de su acelerado aconductamiento, nadie imaginaba que dicha escena, que hoy sabemos que incluyó un grotesco acto de sodomización antes de matarlo, estaba dentro del libreto (ver video en taringa).

 

Gaddafi rehabilitado por occidente: José Luis Rodríguez Zapatero et Mouammar Kadhafi, le 29 novembre 2010.

 

Los registros de prensa y los comentarios del público

 

No me enteré de la muerte de Kaddafi por los medios tradicionales de prensa, sino por los recuentos de noticias que ofrece la empresa de correos electrónicos Hotmail a sus usuarios. Ese jueves (20 de octubre de 2011) al mediodía, cuando cerré mi correo, el despacho de la Agencia Francesa de prensa –difundido por un periódico francés- me saltó directo a los ojos. “Dieron de-baja a Haddafi”, le grité a mi mujer, que estaba en la cocina terminando de preparar el almuerzo. Curiosamente no sentí ningún tipo de emoción y eso me sorprende porque seguí la vida del líder libio durante años con cierto interés. Después que leí el despacho de prensa corrí a mirar los portales de Internet de algunos medios hispanos, para mirar los titulares con los que éstos recogían una noticia de grueso calibre histórico. Como dijo alguien: “los titulares de los periódicos son el primer borrador de la historia”.

 

El diario ABC (abc.es) de Madrid tituló: “Gadafi muere en combate” y a renglón seguido lanza… “Muamar Gadafi ha muerto. El que ha sido líder de facto de Libia durante más de cuarenta años cayó este jueves en manos de los rebeldes tras sufrir un ataque aéreo de la OTAN en su ciudad natal, Sirte, y falleció poco después como consecuencia de las heridas sufridas en la cabeza y en ambas piernas”.

 

Por su parte La Razón, otro diario español, puso en el cabezote de su nota: “Capturaron vivo a Gadafi” y continuación expone…. “La cadena de televisión catarí, Al Yazira, mostró hoy unas imágenes de vídeo de Gadafi antes de morir en las que aparece con el rostro parcialmente ensangrentado, en manos de un grupo de rebeldes que lo llevan a empellones” (larazon.es).

 

El portal de la fundación Iberoamérica-Europa (ver eldiarioexterior.com) resalta el hecho titulando: “Nueva etapa en Libia tras la muerte de Gadaffi” y continua…. “El tirano libio ha muerto tras librar varios combates con las tropas de la oposición.” En México la cadena de televisión Sur encabezó la noticia titulando: “La muerte de Gadafi es otra victoria para la doctrina Obama” y prosiguió… “La mano del presidente Barack Obama se volvió más fuerte por la forma como enfrenta a los enemigos de Estados Unidos. La muerte del dictador libio Moamar Gadafi el jueves amplía la serie de victorias en seguridad bajo la vigilancia de Obama” (surtitulares)”.

 

El Clarín de buenos aires suscribió: “Confirman que Kadafi murió de un tiro en la cabeza” y enseguida acota…. “Muammar Kadafi murió de un tiro en la cabeza. De un arma 9 mm. Así lo confirmó el titular del Consejo Nacional de Transición (CNT), Mahmud Jibril”. En lo que concierne a El Meridiano de Córdoba (Colombia) éste tituló: “Gadafi ejecutado en su ciudad” y continuación agrega…. “A Muamar Gadafi, de 69 años, lo mataron ayer en Sirte, su ciudad natal, anunciaron las nuevas autoridades libias, que se aprestan a proclamar formalmente la liberación de ese país africano, tras varias décadas de conflicto y represión”.

 

Finalmente el diario La Industria de Trujillo, Perú, se concentró en destacar lo que dijo el presidente venezolano Hugo Chávez. Según este diario Chávez dijo que la muerte del líder libio Muamar Gadafi es un "asesinato" que constituye "un atropello más a la vida", y afirmó que su ex aliado será ahora recordado como un "mártir" (laindustria.pe).

 

Entre los comentaristas de los periódicos se encuentran quienes celebran obscenamente su muerte y quienes la lamentan de manera sentida. Por ejemplo Rasputín, un lector de La Industria de Trujillo sostiene: “Es evidente que estos descerebrados y desequilibrados mentales terminen ajusticiados por sus mismos pueblos, que son finalmente quienes sufren los atropellos de estos demonios de la humanidad”. Por su parte Marii una lectora del ABC sostiene lacónicamente:Así deberían qdar to2 los malos (sic)”. De su lado Riquin, también del ABC, expresa sin rodeos: “Un mal día para dictadores. Castro is next”.

 

En cuanto a los que manifiestan cierta pena por su final, la denuncia de la captura de los recursos petroleros libios y su ejecución extrajudicial es el tema predominante. Así lo manifiesta cucoantonio Severo, un lector de la revista colombiana Semana, para quien “el tonto pueblo Libio, le hace el favor a los gringos y franceses, entregándoles otro pozo más de petróleo. Según él “esta muerte solo beneficia a las grandes potencias productoras de gasolina” De otra parte sostiene que es un insulto decir que los que acabaron con el régimen libio son revolucionarios, pues son “más bien Idiotas útiles”. De su lado Carlos Rozo, también de Semana, sostiene que “Gadafi cumplió su palabra y luchó hasta el final, para eso se necesita ser valiente”. En otro orden de ideas afirma que “de fondo se observa que los supuestos amigos que tenía en occidente: Obama y los presidentes de Europa, salieron traidores y luego lo apuñalaron”. Juan De Dios Gzz de ABC anota por su parte: “Ohh lo mataron las libertadoras fuerzas de la Otan ! Hip Hip Hurra! Ya no les servia Gadaffi y por fin lo mataron, algo bueno les dejo "La Primavera Árabe" pero a Somalia ¿por qué no entran? ahh ahí no hay petróleo... no importa que mueran cientos de miles de hambre...”

 

Hay también quienes como Caleb, que con tono filosófico-teológico, sentencia: “Nadie vive para siempre. Y la maldad nunca prevalecerá ni quedara impune”. Con la muerte de Mulazim Awwal Mu’ammar Muhammad Abu Monyar al-Qadhafi: así dice Wikipedia que lo bautizaron al nacer, comienzan a cerrarse las últimas páginas de un período bicéfalo de la historia contemporánea: la era de los regimenes surgidos de la descolonización de África y Oriente medio y la era de las revoluciones autoritarias del tercer mundo, que quisieron izarse como una alternativa al “capitalismo salvaje” y al “socialismo real”, encarnados por los dos grandes bloques hegemónicos que se enfrentaron durante la guerra fría.

 

Fin de una era: Una niña patea una caricatura de Gaddafi

Jadaffi, Qaddafi –o como se escriba- fue uno de los símbolos más aquilatados de ese tipo de regimenes, que Azzedine Rakkah describe como “utopías nacionalistas y tercermundistas”, movidas por “un nacionalismo virulento, antisionista y antiestadounidense”. En síntesis, fue un hijo perfecto de su época y de su sociedad, que jugó a cabalidad el rol que le encomendó la historia. Fue a la vez tirano y revolucionario, matón sin agüero y hombre humanitario, líder mesiánico y político hábil, chafarote excéntrico y líder tribal, comediante genuino y jefe beduino.

 

Fue una verdadera figura de su tiempo y un acrisolado producto de su sociedad. Como dicen las abuelas: “un el fondo uno no puede pedirle peras al olmo”. Una sociedad tribal y premoderna como la suya, gobernada desde la noche de los tiempos por regímenes autoritarios, encabezados por faraones, césares, emperadores y califas, e invadida en todas las edades de la humanidad por las potencias extranjeras del momento, no podía dar a luz en la persona de Muammar Al-Gaddafi –sobre todo durante el periodo que le tocó vivir- un Abraham Lincon, un François Mitterrand, un Olof Palme, un Salvador Allende, un Felipe González, o un Nelson Mandela. Tampoco un Bill Clinton ni un Barack Obama.

 

Gaddafi y Gamal Abdel Nasser: dos iconos de una era en Oriente medio

Sólo podía producir eso: un icono de la utopía rebelde, como aquel que en marzo de 2009 le dijo, sin formula de cortesía, al rey de Arabia Saudita, en una cumbre de países árabes: “Soy un líder internacional, el decano de los gobernantes árabes, el rey de reyes de África y el imán de los musulmanes. Mi estatus internacional no me permite descender a un nivel más bajo”.

 

Gaddafi: rey de reyes de África, el día de su coronación en 2009. Foto tomada de elmundo.es

Cayó el telón de la tercera edición del festival Latin-Arte

Ángela Sierra en la inauguración del festival LatinArte 2011


El festival de arte latino, que organiza anualmente en Montreal la fundación LatinArte, es hoy por hoy la actividad cultural latinoamericana mas importante de Québec. Este festival, que llegó este año a su tercera edición, ha venido ganando espacio en la escena cultural montrealense y creciendo en calidad año tras año. La excelente factura de los trabajos artísticos que se exponen y la seriedad que hasta ahora han mostrado sus organizadores, le ha venido granjeando el reconocimiento no sólo de la comunidad latinoamericana de Montreal, sino de los actores gubernamentales ligados a la gestión de la cultura en todo los niveles del Estado quebeco-canadiense. La diversidad de manifestaciones artísticas y el nutrido número de cultores latinoamericanos, que encuentran un lugar en la escena cultural de la ciudad durante el festival es admirable. Sobre todo si se tiene en cuenta que los latinoamericanos que viven en esta metrópolis canadiense constituyen –así lo reconocen varios estudios científicos- una comunidad dispersa y apática, que poco se interesa en los asuntos que conciernen su vida comunitaria y sus intereses colectivos.

 

Con LatinArte la cultura latinoamericana entra en escena

 

Hasta antes de la entrada en escena del festival de LatinArte, las manifestaciones culturales que históricamente habían proyectado la imagen de la latinoamericanidad en Montreal eran las celebraciones anuales de las fiestas patrias. En estos eventos se escuchan generalmente las interpretaciones de los aires nacionales, que hacen grupos musicales formados por músicos que vienen de los diversos países de América Latina. La fiesta, que casi siempre se inicia con la presentación de grupos de danzas folclóricas, se termina con un baile amenizado por una orquesta que toca viejas canciones de salsa y merengues de moda.

 

Los asistentes al convite aprovechan la oportunidad para deleitar su paladar con los sabores de la gastronomía de sus países y, mientras se echan sus tragos, gritan vivas al lejano país que los vio nacer. Cuando la noche empieza a caer –después de las ocho de la tarde-, todo el mundo comienza a recoger sus emociones y se va con sus amigos –si vino con ellos a la fiesta- abrigando la esperanza de volver el año siguiente a repetir el mismo ritual.

 

Mientras el rito de las fiestas nacionales regresa, los latinoamericanos se refugian en las fiestas organizadas por jóvenes, que se improvisan como disjokeys y empresarios del entretenimiento, y los basares organizados en los sótanos de las iglesias, para recoger fondos para las actividades de catequesis, dirigidas a la comunidad latinoamericana. De vez en cuando una agrupación de músicos latinoamericanos o un cantante reconocido, como Oscar de León, pasa por la ciudad y ofrece un espectáculo. A éste concurren los fiesteros auténticos y los que posen ingresos económicos aceptables, pues las boletas no bajan de 30 dólares y 30 dólares, multiplicados por dos, se convierten a veces en una cifra gruesa para el promedio de las familias latinoamericanas, que se dispersan en el territorio de la gran región de Montreal. 

 

En otros casos, los compradores de boletos se han quedado con los crespos hechos, porque al artista convocado las autoridades canadienses le han negado –a última hora- la visa de entrada al país. Así sucedió en septiembre de 2009 con Dimedes Días. El cantante de vallenatos había sido contratado para amenizar un baile el día del amor y la amistad, pero su presentación fue cancelada a última hora. Otra motivo que ha llevado a la gente a quedarse vestida y alborotada en las puertas de un concierto toca con el hecho de que los organizadores del evento no tramitaron a tiempo el permiso de alcohol y alimentos, ni contrataron el servicio de guardianes especializados. Así sucedió en mayo de este año con un baile, en el que se iba a presentar una charanga cubana, que venía acompañada por un trompetista que fue promocionado como la nueva revelación del afro-cuban-jazz.

 

En fin, a parte de la rumba, antes de la aparición de la Fundación LatinArte, los latinoamericanos de Montreal; particularmente los artistas latinoamericanos, no tenían otro escenario que les permitiera disfrutar de sus manifestaciones culturales, resaltando el trabajo aislado y solitario de los cultores latinoamericanos que viven en la ciudad. Ante la escasez de espacios que divulgaran la cultura latinoamericana en su versión más extensa, Anguela sierra; una mujer Quijote, apasionada por las artes, le apostó a la idea de crear un festival, que sacara a los artistas latinoamericanos, de todos los géneros, de sus casas y los expusiera en todos los escenarios posibles. Fue así como pintores, poetas, músicos, teatreros, fotógrafos, escultores y danzarines comenzaron a transitar con propiedad por escenarios, a los que en el pasado se habían acercado sólo por la orillita.


Isbel Alba y Ángela Sierra en el encuentro de Bloggers

 

El impacto que generó la primera versión del festival de LatinArte en la retina del público fue positivo. La calidad de las obras que se expusieron y de los eventos que se realizaron, llevaron a Jean-Christophe Laurence cronista de la actividad cultural, en el periódico La Presse, uno de los más influyentes de Québec, a titular: LatinArte: bien plus que la Salsa. Ese elogio, viniendo de un cronista acreditado en la materia, cobraba todo su precio en oro, pues históricamente a los latinoamericanos se les ha tenido como unos fiesteros incorregibles, que sólo se reúnen para bailar, comer y tomar. Antes de esa primera versión, la actividad cultural latinoamericana de carácter popular, en general, no iba más allá de espectáculos de baile de salsa y merengue, articulados alrededor de programas de radio en español, en los que se hacen sonar las bachatas más lacrimógenas del momento.

 

Una tercera edición dedicada a la releva y a la cultura urbana

 

La tercera edición del festival artístico de LatinArte fue dedicada a los cultores con edades comprendidas entre 18 y 35 años. Con esta iniciativa los organizadores del festival buscaban posicionar en el panorama cultural latinoamericano de Montreal y en la escena cultural de la ciudad a una nueva generación de cultores latinoamericanos, que comienzan a pedir su derecho de ciudad, como se decía en la Edad Media. Ese concepto permitió que graffiteros y músicos que se dedican a crear a partir de las manifestaciones musicales urbanas pasaran a la escena. En el campo del cine, los documentalistas participantes también dedicaron sus trabajos a valorizar el esfuerzo, que en diversas esquinas del continente realiza una pléyade silenciosa de hombres y mujeres, para alejar a los jóvenes de los barrios pobres de las drogas, el crimen y la marginalidad social.

 

Ese interés por los artistas jóvenes puso sobre el tapete la preocupación por el futuro de la juventud, particularmente de los jóvenes marginados de las grandes ciudades del continente. De la mano de dicha preocupación entró al festival el tema de la cultura del hip-hop. Y de verdad, ésta estuvo en el centro del festival, pues la tercera edición se serró con un concierto en el que subieron a tarima, bajo la etiqueta Heavy Sound, un nutrido grupo de músicos que fusionaron los tradicionales ritmos musicales latinoamericanos con los ritmos urbanos, que agitan el corazón de las barriadas populares de las ciudades de América del Norte, en los tiempos que corren. El montaje de la maroma estuvo a cargo de  Ronald Chele Lemus, un joven de origen salvadoreño, que busca con este tipo de  músicahacer algo que bailes, pero que al mismo tiempo te haga pensar”.  



Ronald Chele Lemus, Imagen tomada  NM.com

 

Los músicos latinoamericanos alternaron con una de las figuras más prominentes de la música urbana quebequense del momento: el rapero indígena Samian, quien incluye en sus presentaciones ritmos típicos de los grupos aborígenes norteamericanos. De acuerdo con Samian, el rap es un canal que le permite a los grupos marginados urbanos sacar el veneno de su corazón y abrirse un camino para salir del abismo. El cantante que tuvo una infancia difícil, salpicada por la drogadicción y el vagabundaje, sostiene que el rap es una forma de expresión que le ha permitido comunicarle al mundo su visión de la vida.

 

Sobre el concierto el portal de noticia N.M. (noticiasmontreal.com) sostuvo que “la expresión urbana llegó a su cumbre” con el show principal, que alternó de manera armoniosa el Hip-hop y el rap “con ritmos latinos y muchos metales”. En conclusión el portal consideró que el espectáculo puso en escena un concepto que “representa la cultura que se respira en la provincia de Quebec, caracterizada por su gran mezcla” cultural.

 

Una vitrina para las artes visuales en una casa barrial de la cultura

 

De todos los eventos organizados por LatinArte uno de los que congrega mayor número de público, sobre todo públicos de todos los orígenes culturales, es la exposición de pintura, que se realiza en el la sala de exposición de la Casa de la cultura del barrio Parc-Extension. En dicho barrio, que es uno de los más multiculturales de Montreal, el 93,2% de sus habitantes son de origen inmigrante. En el sector las lenguas más populares son el griego, el punjabi, el urdu, el bengalí, el tamul, el creol, el español y el italiano. Dentro de ese mosaico cultural y esa torre de babel lingüística, la exposición anual de pintura de LatinArte se ha vuelto ya un referente cultural importante. Pero en Montreal dicha exposición no ha llamado la atención sólo del público común y corriente. La calidad de los trabajos que se colgaron en la primera edición fue objeto de una reseña de Bernard Lévy, director de la revista Vie des Arts, publicación que es considerada una de las mejores, en su género, en el medio artístico francófono de América del Norte.

 

Este año los artistas que tuvieron la oportunidad de exponer sus trabajos abordaron temáticas tan diversas como las leyendas vudú en medio urbano, la memoria migratoria, el mestizaje cultural, los paisajes interiores y la memoria. Los artistas participantes de la exposición proceden de Haití, Colombia, México y Québec.

 

Otros eventos de interés

 

Otros eventos importantes fueron la noche de cine documental, la jornada de graffiti, el encuentro virtual de blogeros y el seminario de capacitación para artistas. En este evento los profesionales y consejeros de 6 organismos culturales de la municipalidad de Montreal (o el ayuntamiento dirían los españoles) le ofrecieron a todos los artistas que participaron del evento “una formación básica adaptada al contexto artístico” quebequense.  Hay que destacar también la noche bohemia; evento en el que 13 poetas leyeron 39 poemas. El evento tuvo tanta acogida, que el responsable del centro Montréal Arts Interculturels (MAI), en cuya sala de espectáculos se realizó la velada poética, estaba cerrando las puertas de su establecimiento y el último poeta leía delirante al público los últimos versos, del último poema de la noche.



Jóvenes graffiteros trabajando la escenografía del concierto


En promedio hubo 80 personas, que se deleitaron con una noche des gaitas, al estilo de los Gaiteros de San Jacinto, el "bello canto" y la poesía. Para gusto de todos los públicos, los poemas pasaban de la protesta contra el statu quo a la espiritualidad, de la exaltación de la revolución à la crítica demoledora de los iconos revolucionarios y poetas hubo que le cantaron a la impotencia masculina, que trae consigo el paso de los años, en festivos versos, envueltos en mensajes navideños.

 

El espíritu que atravesó la Noche bohemia de 2011 se resumen bien en los comentarios del público. Uno de los asistentes dijo a la salida: “que cruce más exótico el que hemos visto hoy sobre el escenario. De un lado Wilson Santoyo y sus gaiteros interpretando la Puya Loca y del otro, el tenor mexicano Genaro Roja cantando “O sole mio”… que cosa más loca señor”. Por su parte una mujer, que consignó sus impresiones en el Web de LatinArte, dejó constancia que ésta fue “la mejor noche bohemia a la que he asistido desde que vivo en Montreal y que conste: he asistido a muchas”.

 

La novedad de este año: un encuentro de académicos

 

La novedad del festival este año fue el encuentro de investigadores que se ocupan de temas latinoamericanos o que realizan investigaciones sobre los latinoamericanos en Québec. En el marco del festival, en colaboración con el Observatorio de las Américas y la Universidad de Québec en Montreal, 10 investigadores de diferentes disciplinas de las ciencias sociales expusieron el resultado de sus trabajos o hablaron sobre sus proyectos investigativos en el marco del coloquio Una Mirada a América Latina.

 

Investigadores responden preguntas del público

 

El evento, que se realizó en uno de los auditorios de La Biblioteca Nacional de Québec, sirvió para poner en contacto a los investigadores con intelectuales de la comunidad latinoamericana de Montreal, que no concurren a las universidades y con gente que trabaja en el sector comunitario con población latinoamericana, que pocas veces tiene la oportunidad de conocer de primera mano las investigaciones, que se llevan a cabo sobre los latinoamericanos de Québec. Uno de los dos paneles del coloquio fue dirigido por el reconocido historiador chileno José del Pozo, quien fue además uno de los expertos invitados al evento.

 

En opinión de una de las investigadoras que participaron del evento, la condición interdisciplinaria que tuvo el mismo le permitió no sólo conocer los investigadores, que se ocupan de temas latinoamericanos en las diferentes universidades de Montreal, sino realizar una mirada transversal de la realidad de la región a partir de otras disciplinas.

 

El Balance final

 

Cayó el telón de la edición LatinArte 2011 y a pesar de las dificultades económicas que tuvo que sortear el grupo de organizadores, las personas que se implicaron en el evento consideran que todo salió bien, pues la programación dejo a los artistas y al público contentos.

 

Para Ángela Sierra, directora de la fundación LatinArte “el balance es muy positivo”, pues hoy LatinArte pisa firme en el panorama cultural de la ciudad”. Según ella, la acogida del festival en el medio artístico ha crecido, pues “este año se logró hacer la difusión de 40 artistas y muchos de ellos hacen parte de la nueva generación”. También recalcó que “con la apertura de las puertas del festival 2011 a los jóvenes, el festival celebró a su manera el año Internacional de la Juventud”. En conclusión, “la experiencia de trabajar con jóvenes según Sierra- fue muy grata, ya que son muy generosos con el publico en sus prestaciones y shows”. La directora de LatinArte considera que su aproximación a los artistas jóvenes le permitió de “constatar que no solo hay talento sino que también hay gente muy disciplinada, que ha venido convirtiéndose poco a poco en artistas emergentes de nuestra comunidad en Montreal”.


Jóvenes en concierto, Imagen tomada  NM.com

 

En general los medios, el público y los artistas coincidieron en una cosa: “el Festival LatinArte” es “un puente cultural para la integración”, porque “vienen a poner no uno, sino muchos granos de arena en la labor que desarrollan los latinos en (Montreal), en donde el arte y la cultura tienen un protagonismo especial” y lo que necesitamos los latinoamericanos que vivimos en esta ciudad es “algo que nos integre”.

 

Afiche promocional del festival LatinArte 2011 

Crónica sobre diez años de historia televisada: del atentado a las Torres gemela a los levantamientos populares en el Mundo árabe.

Crónica sobre diez años de historia televisada: del atentado a las Torres gemela a los levantamientos populares en el Mundo árabe.

 

Hace pocos días el mundo contempló por televisión las ceremonias sentidas, sencillas y a la vez majestuosas, que se pusieron en escena para conmemorar el décimo aniversario del ataque a las Torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Sin querer exagerar, se podría decir que el ataque y caída de las Torres gemelas fue el primer evento que tuvo cubrimiento y audiencia planetaria en la historia de los medios audiovisuales. Ese día, después de que el primer avión golpeo las torres, en todas partes la gente se pegó a la televisión y por eso más de medio planeta debió haber sido testigo del ataque del segundo avión. Para aquellos historiadores que buscan eventos significativos para demarcar el nacimiento de una nueva época histórica o el final de un siglo, creo que ese evento va a ser un evento que va a servir como mojón para alinderar el tiempo, porque el mundo era uno antes de la caída de esos edificios y es otro bien diferente 10 años después. 

     

Para no dejar pasar por alto el aniversario número 10 de ese fatídico 11 de septiembre de 2001, tan fatídico como el 11 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile, decidí sondear entre mis contactos de Facebook, con el objeto de dimensionar un poco el significado de dicho evento en el imaginario popular. Me sorprendió la mezcla de emociones, que se esconde detrás de las respuestas de aquellos que decidieron compartirme su apreciación sobre los hechos.

 

Mi colega y excondiscípulo Abel Fuentes, que se encontraba dictando en el momento de los atentados una clase de historia en un colegio de secundaria en Bogotá, sostuvo que se valió de los hechos para recordarle a sus estudiantes que en ese momento se estaba produciendo un hecho que marcaría profundamente la historia del mundo, porque alguien estaba haciendo historia. Según él después de esos atentados a mucha gente le cambió la vida, porque dichos hechos nos volvieron a los que no somos estadounidenses más sospechosos, a todos los niveles. Me acuerdo que un amigo cercano, que emigraba al día siguiente a Canadá con toda su familia, tuvo que aplazar su salida del país por casi un mes, porque el gobierno canadiense decidió rebarajar las cartas en materia migratoria.

 

Por su parte el microempresario Eder Pereira, que se encontraba esa mañana haciendo los trámites para obtener su título de licenciado en informática y medios audiovisuales en la Universidad de Córdoba, en Montería, recuerda que sintió una profunda contradicción en su corazón, pues al tiempo que sentía pesar por el dolor de las “familias que estaban sufriendo por ese monstruoso hecho”, también pensaba que el atentado era “la consecuencia de las actuaciones de los EE.UU. en el mundo, pues esa mañana alguien había decidido tomar venganza en nombre de los pequeños pueblos humillados por la superpotencia, demostrándole a  ésta que las cosas no son siempre como ella las plantea”.

 

La fotógrafa venezolana Maira Sofía Carrero Marta, manifiesta que en el momento del atentado ella tenía 16 años y se encontraba en Orlando, Florida, en las típicas vacaciones en Disneylandia. Carrero recuerda que ese día comprendió para siempre que “los asuntos de índole internacional no eran una ficción contada por las noticias o por los aburridos libros de historia”, sino una realidad lacerante “que afecta la vida de mucha gente en el mundo. Eso me llevo a sentirme muy insegura, pues ese día fue la primera vez que viví el racismo en carne viva y de modo violento. Mi papa se llama Omar y además usa barba. Por esa razón lo detuvieron, lo metieron en un cuarto oscuro, le hicieron un montón de preguntas y la computadora que llevaba se la decomisaron, porque andaban buscando una conexión entre él y los grupos arabo-musulmanes, sin detenerse a reparar que entre él y esos grupos no había ningún vínculo, porque sencillamente el era un pobre señor venezolano, que se llama Omar porque a mi abuela se le dio la gana de ponerle ese nombre”.

 

En lo que a él concierne, Melanio Falco, un funcionario del sistema electoral colombiano que trabaja en Cartagena dijo: “esa mañana me encontraba en mi oficina y cuando me enteré de la noticia pensé que era un hecho grave pero a la vez me dije que los Estados Unidos se lo tenían merecido por el gobierno arrogante y belicoso que tenían en ese período”. En cuanto a Luis Edgar Espitia Cárdenas, éste recuerda que esa mañana se encontraba en Barcelona, siguiendo las noticias por Internet y mientras seguía la evolución de los hechos se preguntaba si estos hechos no eran laconsecuencia de las acciones de un imperio, que se ha hecho fuerte en los últimos cien años, sin importarle mucho los métodos ni las consecuencias de sus acciones”. Espitia nos recuerda que ese imperio “pocas veces ha sido atacado al interior de sus fronteras, salvo el caso de Pancho Villa que lo hizo y cayó abatido” por su osadía. Para él esos acontecimientos no han cambiado en casi nada su vida, pero afirma: “ahora soy más conciente de lo vulnerable que somos los ciudadanos frente a los Estados”.

 

De su lado el líder sindical Jairo Millán afirmó: “cuando sucedieron los hechos vivía aún en Cali. Ese día me desperté tarde y prendí la televisión. Al comienzo cuando ví la primera torre llena de humo pensé que era un incendio que se había presentado. Pero luego cuando leía en la parte de arriba de la pantalla: “ataque a los EEUU unidos” pensé que quizás se trataba de un ataque con misiles y me sentí muy inquieto. No he sido muy afecto a los EEUU, pero en ese momento creí que algo grave estaba ocurriendo. Cuando ví en la televisión como se estrellaba el segundo avión llegué a pensar que verdaderamente se trataba de un ataque a gran escala. Fue en ese momento que pensé en mis familiares que viven desde hace mucho tiempo en New York. Si bien siempre me he opuesto a las políticas de los Estados Unidos, frente a los hechos no podía más que sentir compasión por los inocentes que habían quedado atrapados en la parte alta de las torres incendiadas. Aunque uno lo imagine, nunca puede dimensionar el grado de desesperación de esas personas, muchas de las cuales llegaron al punto de lanzarse al vacío. Tampoco comprendía y no comprendo aún como el país mas poderoso de la tierra, que hace uso de la más alta tecnología en materia de radares y sistemas de alerta satelital, al menos en el segundo avión, el sistema de defensa no pudo reaccionar a tiempo para evitar el ataque. Todavía me pregunto por qué los sistemas de seguridad nunca se activaron. Vaya uno a saber por que las cosas sucedieron así.  Consternado por los hechos, recuerdo que salí a la calle y al encontrarme con un conocido le pregunté cuál era su opinión. El hombre me dijo, sin ningún asomo de humanidad, que celebraba los ataques. Escuchándolo,  la verdad es que sentí tristeza. En lo más profundo de mi me preguntaba ¿cómo alguien puede celebrar la muerte trágica de personas, que así no conozcamos tienen como nosotros una vida por vivir, la cual fue destruida por el odio y por los cálculos políticos de los poderosos?

 

En cuanto a mí, el 11 de septiembre, cuando atacaron las Torres gemelas, me encontraba durmiendo. En ese tiempo trabajaba dictando clases en una escuela de validación del bachillerato para adultos, que quedaba en la calle 65 con Caracas en Bogotá. Como mi último curso terminaba a las 11 de la noche, con lo lento que resultaba transportarse en la Bogotá de la época, aún en las noches, generalmente llegaba al cuarto donde vivía pasada las 12 y media. Cuando la televisión dio cuenta del hecho, la señora dueña del cuarto corrió a llamarme: “profesor venga a ver las noticias, un avión acaba de estrellarse contra las Torres gemelas”. No había yo tomado bien asiento en su sala cuando me soltó una pregunta a quemarropa ¿Qué puede ser eso profesor? Me acuerdo que sin darle vueltas al asunto le dije: “para mí el autor de ese ataque puede ser el grupo Al-Qaeda de Osama Bin Laden”. “¿Eso qué es, o quien es ese o qué?”, me interpeló uno de los que se encontraban viendo las noticias conmigo. Me toco explicarle grosso modo todo eso. Me sorprendió que ninguno hubiera tenido noticia del grupo en cuestión, ni ninguno había escuchado hablar jamás de su líder.

 

Mi velocidad de reacción se debió a que había acabado de leer Las guerras del futuro, un libro de Alvin y Haydee Toffler, que pasó más bien inadvertido en el mercado de la literatura académica. Eso se debe a que muchos académicos no se miden para calificar a los Toffler de charlatanes, que posan de científicos sociales, cuando no son más que simples vulgarizadores, que se han hecho célebres vendiendo betcelers de poca fiabilidad conceptual. Sin embargo los Toffler habían barajado, cinco o seis años antes, en Las guerras del futuro, la tesis de que la criminalidad y el terrorismo mundial serían dos de los principales actores que protagonizarían las guerras del futuro.

 

Argumentaron los Toffler que la globalización favorecería paradójicamente el crecimiento y la operación de estos demonios porque sus tentáculos “sobrepasan los límites territoriales de los países y se constituyen en “redes”, que cubren muchas veces la totalidad del planeta”. Como lo destaca el prospectologo Francisco José Mojica[i], así como “la producción de bienes y servicios involucra redes que [le] dan la vuelta al mundo, igualmente el crimen y el terrorismo” se articulan en “redes” igualmente globales, dispuestas a sembrar el caos a lo largo y ancho del planeta.

 

“La historia está en Marcha”: una mirada a los hechos desde el ángulo teórico

 

Al comienzo de los años noventa el politólogo y cronista estadounidenses Francis Fukuyama sorprendió al mundo con un libro, que causó mucho revuelo más por su titulo que por su contenido. Para muchos intelectuales, sobre todo de izquierda, el sólo título del libro de Fukuyama: El fin de la Historia y el último hombre, era en si un insulto al intelecto, un atropello a la razón. En su libro Fukuyama expuso la polémica tesis de que la historia, como lucha de ideologías había terminado con el triunfo final de la democracia liberal, que según él ocurrió con la caída del Muro de Berlín, que puso fin à la Guerra Fría. Dentro de los millares de páginas que se escribieron para criticar las apreciaciones de Fukuyama, en medio de una oleada de indignación, matizada por la frustración que acompañó el colapso del llamado Socialismo real, representado por la URSS,  hay dos autores que merecen especial atención : Alex Callinicos[ii] y Perry Anderson.  

 

El primero, en su libro Contra el postmodernismo, nos ofrece una critica detallada y contundente de la mayoría de discursos filosóficos que precedieron la aparición de la obra de Fukuyama, algunos de los cuales llegaron incluso a postular la idea de una post-historia. Según Callinicos, el “fin de la guerra fría y el hundimiento de los regímenes de Europa Oriental y de la Unión Soviética” y la victoria del discurso del libre mercado en economía, que propugnaba por una gestión económico-social basada a ultranza en el capitalismo liberal, así como del neo-conservatismo en la gestión del Estado, llevaron a Fukuyama a proponer su teoría. Argumenta el autor que ese discurso fue aupado por el espíritu del momento: “era la época de Reagan y de Thatcher, […] en la cual las economías occidentales parecían flotar hacia una prosperidad cada vez mayor, sostenida por una ola de especulación en el mercado de valores y en el intercambio comercial acompañada por una retórica generalizada de libre mercado y por una insaciable avidez”.

 

Por su parte Anderson, en Los fines de la historia, alaba inicialmente la tesis de Fukuyama, a la que considera como una ágil combinación de las tesis de los filósofos Federico Hegel y Alexandre Kojève, pues del primero Fukuyama recoge su constitucionalismo liberal y el optimismo que su visión trasluce, mientras que del segundo retoma “la caducidad que le diagnostica al Estado-nación y la imagen hedonista del consumismo moderno”. Luego de hacer esas aclaraciones, Anderson critica el discurso de Fukuyama por no asumir una posición clara frente a “la carencia de sustancia moral que ofrece el capitalismo occidental, cuyo descrédito se dejaría ver en la falta de cohesión social de sus países más representativos”, y por la falta de “concatenación” en su teoría. Anderson sostiene que uno de los pilares del discurso de Fukuyama: la tesis que afirma que el motor de la historia es el deseo de reconocimiento, el thimos, que habita en el espíritu de cada ser humano, está mal desarrollada en el libro. En su consideración, aunque Fukuyama desarrolla a profundidad el “postulado que sostiene que el desarrollo económico es una condición necesaria para el desarrollo de la democracia”, al final de su libro no queda “claro si el deseo de reconocimiento actuaría previa o posteriormente al triunfo de la racionalidad científica”.

 

Como lo sostiene el analista bibliográfico Jose Andrés Fernández Leost, uno de los logros del libro de Anderson fue el de haber reorientado el debate filosófico sobre la dinámica de la historia. Dicho debate se había vuelto moroso en medio de una atmósfera académico-intelectual, enrarecida por el discurso de Fukuyama. Considera Fernández Leost, que después del fin de la guerra fría y de la publicación del célebre artículo « ¿El fin de la historia?» en 1989, muchos intelectuales y académicos abrazaron, sin oponer mucha resistencia, la idea de que nos hallábamos indiscutiblemente –ideológicamente hablando- “en la última fase de la historia”, caracterizada por la “universalización de la democracia liberal occidental” y “sostenida por un sistema de economía de mercado, como forma final de gobierno humano”.

 

Una de las ideas más fornidas, que emergieron de la mano del discurso de Fukuyama, es el concepto de "nuevo orden mundial". Dicho concepto puso en boga la tesis de la emergencia de una “nueva era”, caracterizada por “el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas”, en la que “los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas.” En síntesis, en eso se resumía para Fukuyama la idea del “fin de la historia”, pues en la nueva sociedad las ideologías ya no serían necesarias y al final éstas serían sustituidas por la economía.

 

Dentro de esa lógica el presidente George Bush (padre) se convirtió en el primer pregonero del concepto nuevo orden mundial, dentro del cual los Estados Unidos se posesionaron como superpotencia militar y económica. Su rol de gran gendarme planetario parecía un hecho irrefutable y sus partidarios en todas las esquinas del planeta afirmaban, sin sonrojarse, que “Estados Unidos, era por así decirlo, la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases”, por eso su modelo social era el modelo a seguir, el patrón a imitar.

 

En casi todas partes la sociedad comenzó a americanizarse de una manera, que a veces rayaba en lo absurdo. Las mujeres, como en las películas de Holywood, se volvieron más liberales sexualmente hablando: eso no es lo absurdo, y asumieron patrones de consumo que antes no era comunes en ellas. Muchos países se embarcaron en la dolarización de sus economías. En el sector público se puso en marcha un tipo de gestión del Estado, que condujo a la desmantelación del Estado de bienestar: el estado asistencialista lo llamaban los tecnócratas recién salidos de Harvard, en sociedades, como la latinoamericana, que nunca habían implementado el Estado de bienestar.

 

En la época una de las noticias que más sensación causaba en los medios era la apertura de un restaurante Mc Donalds en un país de capitalismo dependiente, en un antiguo país comunista o en una nación aún comunista. Sucedió así cuando se abrió el primer restaurante de la cadena en Moscú, en 1990. La televisión nos mostraba a millares de clientes que comenzaron a hacer fila dos días antes de que el restaurante abriera sus puertas, para tener el privilegio de ser los primeros en probar las hamburguesas de Mc Donals en un antiguo país comunista. La fiebre fue tan intensa, que Mcdo. atendió durante la primera semana un promedio de 27,000 clientes diarios. Sucedió así en Beijín. En 1992, cuando se abrió su primer restaurante en la China, Mcdo. atendió en promedio 40,000 clientes diarios durante los primeros meses. Así sucedió también en Bogotá en 1995. Allí el revuelo en los medios y en la gente fue tal, que la Revista Semana (semana.com) tituló “DOBLE CARNE CON PESOS…. Después de casi dos décadas de espera, por fin McDonald’s llega a Colombia”. Según la nota para “garantizar la calidad” de “las hamburguesas que se [iban] a vender en Bogotá”, en un comienzo se importó “buena parte de los insumos”, porque los directivos de la compañía consideraron que “de otra manera”  no se podía ofrecer un buen producto al consumidor.

 

Imbuidos dentro de esa mentalidad se nos fueron los años 90, que se convirtieron en un periodo de completa americanización de la vida cotidiana de la gente. Ese momento dejó su huella –en Colombia- en la identidad de los estratos populares urbanos, pues no fueron pocos los que bautizaron a sus hijos con nombres anglófonos, tales como Steven, Stevenson, Arliton, Jeison, Jerson, Gerson, Watson, Clinton, etc. Por eso el ataque a las Torres gemelas, pero sobre todo la modalidad que se utilizó, nos sorprendió a todos, pues ese tipo de eventos no estaba en las cartas de ningún pronosticador del futuro.

 

En la jerga política, el  termino Nuevo orden mundial se convirtió en un lugar común entre los analistas políticos de los medios prestantes y sin prestancia, así como entre los políticos más esnobistas y los académicos de todo pelo, que se ocupaban de la coyuntura internacional. Dentro de esa lógica, no es raro que el historiador –y político- Gustavo Bell Lemus diga que el 11 de septiembre de 2001, cuando atacaron las torres gemelas “no solo se derrumbaron las Torres, también el orden internacional[iii]”.

 

¿Cuál orden mundial se cayó con las torres gemelas?: pregunta para Gustavo Bell

 

Contrario a lo que sostiene Gustavo Bell Lemus, considero que el 11 de septiembre no se derrumbó ningún orden mundial. Todo lo contrario se reforzó ese nuevo orden mundial que se había venido construyendo ladrillo por ladrillo después de la caída del Muro de Berlín y de la primera guerra contra Sadam Husein. Con el ataqué a las Torres gemelas las potencias occidentales obtuvieron una patente de corso, que les confirió permiso para atacar los bolsones de resistencia armada o los regímenes díscolos, que se levantaban abiertamente contra sus intereses o que amenazaban su seguridad. Dicho de otro modo: atacando las Torres gemelas, Bin Laden y el régimen talibán de Afganistán firmaron sus actas de defunción, y de carambola decretaron la descontinuación del activismo político-revolucionario armado en todo el mundo.

 

En adelante, los grupos insurgentes, tan en boga después del triunfo de la revolución cubana, que aún se encontraban activos, quedaron sin ningún chance de volver a protagonizar la historia. Después de los célebres atentados todos los grupos armados al margen de la ley, en casi todas partes, fueron etiquetados como terroristas. Asustada por lo sucedido, la opinión pública les retiró –sin contemplación- su respaldo y el pueblo perdió su confianza en ellos como redentores de los desfavorecidos o como liberadores nacionales.

 

En lo que toca a los países arabo-musulmanes hay cuatro elementos, que Azzedine Rakkah[iv] señala en uno de sus artículos, que resultan capitales para comprender todo lo que ha pasado en esos países después de la mañana de ese fatídico 11 de septiembre : 1) el temor de ciertos países árabes a ser blanco de los ataques de Al-Qaeda, por su cercanía con las potencias occidentales, 2) el temor de ciertos líderes de la región a una confrontación directa con Estados Unidos por su cercanía con los grupos terroristas, 3) el temor de los regimenes más autoritarios y cercanos a occidente de ser forzados a una democratización por causa de políticas erróneas, sobre todo en materia de derechos humanos y 4) la pobreza monumental que golpea a la población en los países del mundo musulmán.

 

Luego de que la coalición de potencias occidentales atacara al régimen afgano y diera inicio a la cacería contra Osama Bin Laden, los regimenes díscolos como el de Sadam Husein, en Irak, el de Mohammad Gadafi, en Libia, el régimen sirio de Bashar al-Assad, así como el régimen argelino, emprendieron una rápida transformación, con el objeto de volverse potables ante los ojos de las potencias occidentales. Como lo deja entrever Rakkah, paradójicamente es el Irak de Sadam Husein el que primero emprende ese proceso de transformación. Pero el esfuerzo que hace el régimen de Sadam por demostrar que no tiene nada que ver con Al-Qaeda no lo libera de la cólera de George Bush (hijo), que organiza casi en solitario la segunda guerra contra Irak. A parte del Reino Unido y de España, en esa aventura los Estados Unidos son acompañados solamente por naciones de segundo y tercer orden como Honduras, Nicaragua, Colombia y Filipinas.

 

Temerosos de su suerte los regimenes de Libia, Siria y Argelia emprendieron transformaciones políticas y económicas internas, al tiempo que suavizaban sus posturas frente a las potencias occidentales, con lo que ponen fin, según Rakkah, a “unas utopías nacionalistas y tercermundistas que surgieron en los años sesenta y setenta”, caracterizadas por “un nacionalismo virulento, antisionista y antiestadounidense”.

 

El domingo 11 de septiembre de 2011, bajo una atmósfera gris que presagiaba la llegada de un otoño lluvioso y frío, Nueva York conmemoró el décimo aniversario de la desaparición de uno de sus iconos más preciados: las Torres gemelas. Curiosamente ese décimo aniversario ha coincidido con la caída de Osama Bin Laden y con un levantamiento de la sociedad civil en los países arabo-musulmanes. Allí los ciudadanos del común, al grito de pan y libertad, han logrado expulsar del poder a varios lideres nacionales que llegaron a la dirección de sus países arropados con el manto de la revolución y se convirtieron en vulgares dictadores, que sólo velaban por sus intereses personales y los de sus cofrades, mientras debelaban los derechos de sus gobernados.

 

A la luz de lo que hoy pasa en esos países, uno podría decir que en algunos de los puntos que trató en su obra, Fukuyama resultó teniendo razón. El mundo se instala hoy en una nueva era. Ésta comenzó cuando la Unión Soviética invadió Afganistán para proteger al régimen comunista de Kabul de los ataques de los guerrilleros talibanes, que en ese tiempo no se llamaban todavía así, armados por los Estados Unidos y ayudados por un tal Osama Ben Laden.

 

La primera fase de esa nueva era ha llegado a su final. El orden mundial que surgió con la caída del Muro de Berlín se consolida. El único orden que ha ido desapareciendo con la caída de las Torres gemelas es el orden postcolonial, instaurado en los países árabes después de la Segunda guerra mundial. Como dijo el presidente Barak Obama cuando estallaron los levantamientos populares en los países de África del norte en enero pasado: “La historia está en marcha”. Resulta increíble, pero la caída de unos ladrillos en Nueva York sacudieron al mundo entero y descuadernaron el orden político de una de las sociedades más antiguas –y tradicionalistas- del planeta: la sociedad arabo-musulmana.



[i] Francisco José Mojica, Las guerras del futuro y su impacto en América Latina, Conferencia presentada en el V Encuentro Latinoamericano de Estudios Prospectivos, Universidad de Guadalajara, México, 3, 4 y 5 de diciembre de 2002,http://rimd.reduaz.mx/coleccion_desarrollo_migracion/americalat/Americalat_capII_lasguerras.pdf

[ii]Este autor se ocupa tangencialmente del trabajo de Fukuyama, pero critica la mentalidad que imperaba en el universo académico-intelectual de la época que lo vio nacer.

[iii] Gustavo Bell, “No solo se derrumbaron las Torres, también el orden internacional”, Revista dinero, 2011, 10 de septiembre, http://www.dinero.com/internacional/articulo/no-solo-derrumbaron-torres-tambien-orden-internacional-gustavo-bell/135008

[iv] Azzedine Rakkah, «El mundo árabe depués del 11 de septiembre », Oasis No 10, p 25-78,  http://redalyc.uaemex.mx/pdf/531/53101004.pdf

Asesinato del profesor Alejandro Peñata López: ¡una muerte que me duele!

Asesinato del profesor Alejandro Peñata López: ¡una muerte que me duele!


 

El pasado 21 de junio, cuando revisaba los titulares de la prensa regional de la Costa Norte de Colombia, en la cual casi nunca me detengo, encontré una noticia que me revolvió el espíritu. La víspera en el corregimiento de Campanito, localizado entre los municipios de San Pelayo y Cotorra, “había sido ahorcado con alambre de púas, por personas desconocidas”, el docente Alejandro Peñata López. El asesinato de Alejandro Peñata López me conmociona por dos razones. En primera instancia, porque Alejandro Peñata López fue mi condiscípulo en la carrera de Ciencias Sociales, la cual cursamos juntos hasta el séptimo semestre. En segundo lugar, su asesinato me conmueve porque denota un grado de salvajismo y falta de humanidad, del que no se tenía antecedentes en la historia de la criminalidad a sueldo –y selectiva- en el departamento de Córdoba.


Hasta mediado de los años ochenta el departamento de Córdoba fue una tierra bastante tranquila, donde la noticia de un asesinato generaba conmoción social durante varias semanas. Todavía me acuerdo, como si fuera ayer, del revuelo causado por un tiroteo –quizá el primero- cometido, a mediados del año 1986, por sicarios de la moto en pleno centro de Montería. En esa época yo trabajaba cuidando carros, los fines de semana, en la discoteca Video Estudio 54, que quedaba en la 29 con carrera tercera. Un sábado, cuando iba para la discoteca, escuché varios tiros a la altura de la calle 34 con primera. Como en ese tiempo hacer tiros al aire era un deporte favorito de ciertos borrachos de clase alta, no le puse mucha atención al asunto. A las ocho y media de la noche, cuando los primeros clientes de la discoteca empezaron a llegar, nos enteramos que desconocidos había matado, a tiros, en la entrada de su negocio, a un comerciante antioqueño, que hacía poco había abierto un comercio en la ciudad. El lunes, el periodista William Bendeck Olivella dijo en su noticiero de las seis de la mañana, en La Voz de Montería, que el comandante de la policía había dicho que se presumía que el crimen obedecía “a móviles ligados a venganzas personales” y para esclarecer los hechos prometía “una investigación exhaustiva”. Sin embargo, todo quedó allí y el polvo del tiempo sepultó el asunto.

 

Tres años más tarde, el 13 de octubre de 1989, dos hombres armados llegaron hasta la puerta de la casa del periodista William Bendeck Olivella y le dispararon en varias oportunidades. En la insalubre calle del mercado publicó: la célebre 36, los jugadores de dominó comentaban, en sus partidas cotidianas a la caída del sol, que a Bendeck Olivella lo mataron por ser “un tipo lengua larga, que hablaba mucha mierda sobre los políticos”. Una vez, en una parranda, le escuché decir a alguien muy bien posicionado socialmente en Montería, que a Bendeck Olivella no lo habían matado “por hablar mucha mierda sobre los políticos, si no porque él había trabajado para el régimen de Anastacio Somoza y los sandinistas había decidido ir a Montería a ajustarle las cuentas”. Pero la cosa no paso a mayores, por eso  todo quedó allí y el polvo del tiempo sepultó el asunto. 

 

Un año antes de la muerte de Bendeck Olivella, el 11 de noviembre de 1988, había sido asesinado Oswaldo Regino Pérez, corresponsal del diario El Universal en Montería. El rumor que corrió por la época fue que a Regino Pérez lo habían baleado por “haber cubierto unas masacres de campesinos y casos de violencia perpetrados por grupos, que se dedicaban al negocio de la droga”. Sin embargo en las calles de la ciudad corrió otro rumor. En baja voz la gente decía que a Oswaldo Regino Pérez lo mataron por ser “un marxista, que leía a Lenin, escuchaba música de Mercedes Sosa, Facundo Cabral y Pablo Milanés, además de colaborar con la guerrilla”. En ese tiempo ya había cogido vuelo en Córdoba la teoría que sostiene “que matar comunistas es lícito, porque se salva a la patria de las garras del demonio y se le hace un favor al pueblo, protegiendo sus buenas tradiciones”. Nadie se preocupó de esclarecer los hechos y por eso todo quedó allí y el polvo del tiempo sepultó el asunto.

 

Amparados por la zozobra masiva que genera el terror y la confianza que produce en el criminal la impunidad, el temido grupoLos Magníficos” hacía circula de tiempo en tiempo un volante tenebroso titulado “OJO POR OJO”. Esa chapola macabra anunciaba, sin tapujos, como si se tratase de las presentaciones futuras de una banda pelayera o de un grupo de gaiteros sabaneros, las acciones criminales que dicho grupo proyectaba realizar en el corto plazo. Fue así como circuló, de mano en mano, en abril de 1988, la víspera del sepelio del profesor Duque Perea, un ejemplar de dicho volante, en el que se le anunciaba, sin ambages, “a los distinguidos camaradas Alejandro Cortés y Geminiano Pérez”, que los visitarían “para felicitarlos por haber sido designados integrantes de la Junta Nacional de la “Unión Patriótica”. Meses más tarde atentaron, en su casa, en Cereté, a plena luz del día, contra el profesor Geminiano Pérez. La gente se escandalizó con el hecho, pero finalmente todo quedó allí y el polvo del tiempo sepultó el asunto.

 

Sin embargo cuando las muertes de los periodistas Regino y Bendeck se produjeron, ya la tradicional calma –o al menos la aparente calma- del departamento de Córdoba había desaparecido, pues en Montería se habían hecho estallar dos bombas: una en la sede política de Camilo Jiménez Villalba y otra en la sede del candidato del Partido Conservador. El hallazgo de muertos, generalmente decapitados o ejecutados, con un tiro de gracia, en las carreteras principales y marginales era un asunto frecuente. Dichas acciones eran los coletazos –menores, si se puede decir- de una ola de violencia bien articulada, que recorría –y hacía correr la sangre por doquier- en el territorio cordobés, la cual se escenificaba ante la mirada impotente –digámoslo de ese modo, para no decir negligente- de las autoridades y la actitud aterrorizada de la ciudadanía.

 

Los actos de terror colectivo contra la población cordobesa habían comenzado el tres de abril de 1988. Ese día, en el caserío de La Mejor Esquina, Los Magníficos interrumpieron el fandango ritual del sábado de gloria y acribillaron, a balazos, a 27 campesinos, incluyendo varios menores. Las circunstancias que rodearan el ataque nunca se esclarecieron, todo quedó en rumores y el polvo del tiempo sepultó el asunto.

 

Luego vinieron otras masacres como la de El Rincón de las Viejas, un caserío paupérrimo y bucólico, que queda entre Pueblo Bujo o Chifla’ó y Loma Verde. Esta masacre nadie la recuerda hoy, ni tiene dolientes porque no se mencionó en los periódicos nacionales y los muertos de El Rincón de las Viejas fueron los muertos de un pueblo, cuyo nombre sólo puede hacer parte de una toponimia digna de la geografía del absurdo y la jocosidad. Lo único que puedo decir es que la masacre de El Rincón de las Viejas fue antes que la masacre del caserío de El Tomate, perpetrada el 30 de agosto de 1988, donde “murieron 16 campesinos, entre ellos un niño de 3 años, calcinado en su propia residencia, incendiada por los forajidos”. Al igual que la Masacre de El Tomate, la masacre de El Rincón de las Viejas “quedó impune”, pues “nadie investigó lo sucedido” y el polvo del tiempo sepultó el asunto.

 

Después de esas tres masacres, que no fueron las únicas, y de una silenciosa campaña de limpidaza social y de desaparición de jóvenes en los caseríos ribereños del alto Sinú, la gente, sobre todos los muchachos, fue perdiendo la costumbre atávica de ir a pasar Semana Santa y fin de año al Monte –así se le dice en Córdoba a la región rural-, porque, (particularmente en el alto Sinú), circular en la región rural sin la compañía de un lugareño se volvió un acto osado, que se pagaba generalmente con la vida.

 

Uno de mis compañeros de universidad me cotaba que un p rimo suyo, que era aficionado a la casería de canarios, se fue una vez a capturar sus pájaros por la vía a Tierralta. Cuando se encontraba en las inmediaciones de una finca cercana a San Anterito, montando sus trampas, fue rodeado por un grupo de hombres fuertemente armados, que lo golpearon sin piedad. Después de propinarle su golpiza, el jefe del grupo, antes de partir con su pelotón, le encomendó al  miembro más joven del escuadrón que lo matara y lo enterrara. El hombre puso al muchacho a cavar su propia tumba y mientra este cavaba el hoyo donde iba a ser enterrado, el hombre al verlo llorar inconsolablemente comenzó a hacerle preguntas, porque él también era aficionado a la captura de canarios cuando adolescente. En la conversación salió a relucir el nombre de un conocido de los dos que compraba canarios en Montería. Gracias a esa coincidencia el muchacho se salvó. Historias de altercados con grupos armados en las veredas cercanas a Montería les escuché contar a muchos muchachos de los barrios populares de esa ciudad, que tenían el hábito de ir a recoger leña o excremento de ganado, para vender entre sus vecinos.   

 

Los profesores de Córdoba en la mira de los gatilleros

 

No puedo señalar con precisión cuando asesinaron al primer profesor en el departamento de Córdoba, ni quien fue la victima. Desafortunadamente el magisterio cordobés no ha elaborado, ni el colombiano tampoco, una reseña de cada caso, que nos permita conocer los nombres de las victimas, la fecha de los asesinatos y el resultado de las investigaciones judiciales de manera expeditan, como medianamente lo han hecho los periodistas. Si lo han hecho, dicho documento no se encuentra en línea. Ante la ausencia de un documento de tal catadura, que sería de gran ayuda para aquellos que intentemos aproximarnos al fenómeno del exterminio del magisterio en Córdoba, desde la perspectiva histórica o desde la crónica periodística, tendré que aventurarme en los laberintos de mi memoria, para evocar ciertos hechos que considero significativos.

 

La primera vez que tuve noticias de un atentado contra un profesor fue en el año 1987, cuando estaba en séptimo grado. Ese año, sin ninguna explicación desapareció de la Normal de varones Guillermo Valencia el profesor José María Durango, un profesor bastante dinámico y carismático, que me dictaba historia. Un día alguien, que estaba mejor informado que los demás, comentó que la ausencia del profesor Durango se debía a que habían intentado matarlo. El profesor Durango había llegado a remplazar al profesor Horacio Garnica Díaz, que había tenido que dejar la ciudad meses antes, porque lo habían amenazado de muerte. Sin embargo, el primer asesinato de profesor ampliamente comentado en los medios, que generó gran movilización del sector profesoral fue el del profesor Alfonso Cujavante Acevedo, el 15 de marzo de 1988. A éste se le sumaron después los asesinatos de los profesores Rafael Duque Perea y Orlando Manuel Colón Hernández.

 

La víspera del sepelio de los profesores Duque Perea y Colón Hernández circuló una edición del susodicho pasquín “OJO POR OJO”, en la que se anunciaba, de manera escueta que:

El pasado 15 de marzo fue ajusticiado ALFONSO CUJAVANTE. Ahora les tocó el turno a RAFAEL DUQUE PEREA y ORLANDO MANUEL COLÓN HERNÁNDEZ. [...] Fueron ajusticiados porque como militantes del movimiento “Frente Popular” aprovecharon su máscara de educadores para concientizar a la juventud, para engañarla y hacer apología al comunismo. [...] Sus camaradas hablan de ellos como “ilustres educadores” porque servían de títeres al partido y lo cierto es que además eran una escoria, con malos ejemplos para la juventud y la sociedad monteriana. [...] Muchos son los que están en la lista; pero también hay muchos que no están pero que podrían ser ajusticiados en masa, si asisten al sepelio de Rafael Duque Perea y Orlando Manuel Colón Hernández.

 

Después de la circulación de ese pasquín se volvió común en Córdoba el asesinato y la amenaza a profesores. Con ocasión del asesinato de Alejandro Peñata, el diario El Heraldo (25/6/2011) rememoró un hecho que en 1988 se comentó en baja voz, pero que no pasó a mayores. En el municipio de Valencia, “en un hecho sin precedentes en Córdoba y el país, 200 profesores abandonaron sus plazas [...], por la presión armada de grupos de ultraderecha”. Pero eso no era todo, algunos profesores de ciencias sociales, que trabajaban en los colegios del Alto Sinú, particularmente en el municipio de Valencia, manifestaban –en baja vos- que en esa región, el pensum de dicha materia se determinaba en la celebérrima hacienda Las Tangas, de los epónimos hermanos Castaño Gil

 

En los últimos 20 años, en Córdoba, la amenaza y la matanza de docentes ha sido un hecho continuo y sostenido en el tiempo. Y no hay esperanza de que las cosas cambien. Según directivos del sindicato de profesores, desde diciembre de 2008 hasta la fecha, 20 docente han sido asesinados en el territorio departamental. Lo interesante de todo esto –por utilizar un adjetivo calificativo neutro- es que el comandante de la policía departamental, afirme; así lo informó Radio Caracol (junio 21 de 2011), “que estas personas no han sido asesinadas por su calidad de maestros” y por eso “no se puede afirmar que se trate de una acción de exterminio contra los profesores”. Por su parte Aurelio Ordóñez, segundo comandante de la policía en Córdoba y oficial responsable de la parte operativa, sostiene que los asesinatos de los profesores en el departamento “son hechos que se presentan por situaciones personales”. En su opinión “cada caso es materia de investigación por parte de los organismos de seguridad del Estado”. Lo curioso es que las investigaciones policiales nunca den frutos. De allí que no sepamos –a ciencia cierta- si a los maestros los están matando por líos de faldas, por robo de ganado mayor, por deudas que no han pagado a los tenderos de barrios, por haberse atrevido a develar la ubicaci ón exacta de las calderas de Piero Botero[i], o bien para facilitar el nombramiento de un nuevo docente en el cargo del difunto o simplemente porque le pusieron mala nota al hijo del ciudadano gatillo fácil del pueblo, que no acepta las malas notas para su retoñito.

 

Por causa de la matanza –permanente y sostenida- de profesores en Córdoba, todo aquel que haya asistido a los planteles de secundaria públicos en dicho departamento, después del final de los años ochenta, debe tener la sensación de que recibió clases o se cruzó alguna vez, en algún pasillo, con un profesor que luego fue abatido a valazos por un sicario. Matar profesores en Córdoba se ha convertido en una cosa tan común, que a veces tengo la impresión que es una afición similar a la casería de pisingos y otros patos ciénagueros, actividad que fuera el pasatiempo preferido del Mono Mancuso, en los meses de enero, febrero y marzo en las ciénagas de la región.

 

“Maestro: profesión peligro en Córdoba”

 

Tienen toda la razón los redactores de El Heraldo cuando afirman que la de “Maestro” es en Córdoba una “profesión peligro”. Según el diario El Universal (22 junio de 2011) “la ola de violencia que atraviesa el Departamento de Córdoba [...] está afectando directamente al gremio docente”, pues éste es “uno de los más azotados por asesinatos, extorsiones, fleteos y todo tipo de actos delictivos en los últimos años”. Por su parte El Heraldo resalta que en marzo del presente año las “autoridades gubernamentales revelaron que alrededor de 70 maestros en Córdoba estaban siendo víctimas de algún tipo de extorsión o amenazas”. Según dicho diario, “el 13 de octubre de 2010 se hizo pública la amenaza colectiva contra los 12 profesores que laboraban en la escuela del corregimiento Los Córdobas, Montelíbano”, que “encontraron en los pizarrones mensajes intimidatorios de una de las bandas criminales” que operan en la región, lo cual motivó la dimisión automática del personal docente del plantel.

 

Según Zenen Niño, presidente de FECODE, el departamento de Córdoba es el más afectado “por la ola de violencia contra los docentes en diferentes regiones de Colombia”. Lo que más desconcerta de todo esto es que la aguda situación de seguridad por la que hoy atraviesa el magisterio cordobés sea ampliamente conocida por las autoridades educativas a nivel nacional y que el Estado –en todos los niveles- no haga mucho para superarla. En el website de El Ministerio de educación de Colombia (mineducacion) aparece colgado un reporte de prensa del diario El Heraldo de Barranquilla, fechado 25 de Septiembre de 2010, que a la sazón dice:  “En lo que va corrido de este año han sido amenazados en Córdoba un total de 66 educadores”. De acuerdo con dicho reporte, el mayor número de agresiones “se presentan en la subregión del San Jorge que la conforman los municipios de Ayapel, La Apartada, Montelíbano y Puerto Libertador”. Según dicha nota, los autores de las amenazas “se identifican como miembros de las bandas criminales al servicio del narcotráfico”.  

 

La inseguridad crónica que padece el departamento de Córdoba acabó con la vida del joven educador Alejandro Peñata López. El salvajismo que los criminales pusieron en escena es repugnante y debe ser condenado  -sin tapujos y de frente- por toda persona civilizada y mentalmente sana. La ciudadanía cordobesa, otrora pacifica y respetuosa de la vida, debe entender, como bien lo señala Héctor Abad Faciolince en su columna de El Espectador (elespectador), que “Hay una sola cosa peor que matar, y es dejarse matar”. Por eso todo aquel cordobés, que se considere persona de bien, debe pedir la ayuda de la “parte sana y valiente del Estado y de la autoridad”, para que ésta, haciendo “un uso legítimo de la fuerza”, enfrente a “la mano negra de la mafia” y de la criminalidad política, con la “mano limpia de la verdad y la justicia”, que es la única que puede garantizar una paz y cohesión social durables.

 

A Alejandro lo voy a recordar siempre como un chico juicioso y pacifico, que trató de tener el menor número posible de problemas en la vida. Gracias a su apariencia física, en la que sobresalían “rasgos masculinos” bien marcados: “quijada grande, cejas prominentes, voz gruesa y pelo en pecho”, siempre fue el preferido de las compañeras de clase, que lo apreciaban también porque era un hombre respetuoso, colaborador y agradable. Frente a su muerte no me queda más que decir que "Un país que asesina a sus maestros es un país que asesina la democracia, es un país que asesina su futuro".

 

Eso no lo digo yo. Lo dijo Álvaro Uribe Velez, el 23 de octubre de 2002, en la clausura del foro educativo "Evaluar es valorar". Lo doloroso es que durante sus ocho años de gobierno, en los que se exhaló sin descaso el mantra de “La seguridad democratica”, no se hizo mucho por aumentar la seguridad de los educadores, pues un reporte de Radio RCN (rcnradio), difundido el 28 de marzo de 2011 nos informa que “Más de 4 mil profesores están amenazados en el país por las Bacrim”.


Nota: cuando terminaba la redacción de esta crónica, una banda de sicario acribillaba a balazos en la ciudad de Guatemala, en la vía al aeropuerto, a Facundo Cabral, un cantor que me incitó a ser irreverente a través del discurso. Yo que me he salvado –por poco- de correr una suerte similar a la de él y a la de Alejandro, deseo paz en sus tumbas y a sus deudos solo me queda acompañarlos en su dolor.



[i] No hay un origen claro para la expresión «Las calderas de Pedro Botero». Pedro Botero es uno de los nombres que varios literatos, en el siglo de Oro español, dieron al Demonio en varias obras literarias. También lo llamaron Pero Gotero, Pedro Botello o Piero Botero. De allí la expresión “Las calderas de Pedro Botero”, que hace referencia a un infierno flamígero, físico y real.