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La Barca de Enoïn

Crónica Literaria

Muerte de Alfonso Cano: caída del último guerrillero legendario

Alfonso Cano y su perfil de individuo común y corriente, foto tomada del blog La Mula

Alfonso Cano fue –a mis ojos- un personaje gris, sombrío, distante, reservado, escurridizo y sin encanto; dueño de una estampa melancólica que no inspiraba una mala palabra ni un mal pensamiento. Ese aspecto es también resaltado por luchino, un comentarista de blog peruano para quien ‘‘Su rostro es el de un idealista generoso’’. A diferencia de otros personajes del bandolerismo nacional y del bandidaje patrio, cuya vida está llena de matices que podrían servir para escribir cientos de crónicas literarias y novelas sociológicas o históricas y componer corridos prohibidos abundantes en metáforas atrabiliarias o paseos vallenatos plenos de parábolas intemperantes, Cano es un hombre cuya efigie sólo alcanza para escribir una noticia policial de corte elemental. De no ser por sus orígenes sociales y por el perfil que se proyectó de él, el final de su vida de rebelde se hubiese podido cerrar con una nota periodística del siguiente corte: “El Gobierno colombiano informó que en la madrugada de hoy fue abatido alias Alfonso Cano, en un paraje montañoso del departamento del Cauca. Al momento de su muerte el jefe guerrillero se encontraba acompañado de un número reducido de combatientes.”

 

A diferencia del Mono Jojoy, cuya sola fotografía generaba escalofrío y su voz campechana infundía respeto, de Manuel Marulanda, cuya mirada torva generaba desconfianza, de Carlos Castaño, cuyo rictus de perturbado con poder producía temor, o de Rodríguez Gacha, cuyos modales montunos producían recelo, Cano fue un tipo frío e indescifrable, con un semblante que no producía –a simple vista- ninguna emoción. Por eso escribir una crónica, para reseñar su vida y su caída, resulta un desafío de talla mayor para cualquier escritor que quiera abordar el asunto desde una perspectiva diferente a los clásicos clichés que sobre él se han difundido.

  

  

Cano con el Mono Jojoy y Manuel Marulanda: ¡uno de estos animales no es como los otros! Foto tomada de gurusblog

Sus conmilitones lo describen como “un guerrillero intelectual, conocedor profundo de la historia del país, con una gran capacidad y un carisma especial para interlocutar, para cohesionar en torno al logro de la paz, incluso más allá de las estructuras de esa guerrilla”. En uno de los tantos texto en los que le rinden homenajes póstumos afirman que fue un “niño bien”, que renunció a los privilegios que “le correspondían a su acomodado origen social” e indignado –usemos ese término de moda- por la “cotidiana injusticia social de nuestro país” y “la violencia política”, que le “envenenaron” la cabeza”, decidió “sacrificar su condición de clase”. De acuerdo con su percepción de las cosas, fueron esos dos motivos los que lo llevaron a abandonar “las frías calles bogotanas”, empujándolo hacia al monte”, donde “terminó de camuflado y enfusilado”, compartiendo su camino “con un grupo de campesinos y citadinos”, que han dado origen a “un proceso sociológico [que se ha] arraigado en muchas regiones de Colombia, hasta [el punto] de constituirse en un fenómeno raizal”. Según ellos, “en un país medianamente normal’’, Cano no hubiese sido quien fue, sino “un brillante académico, investigador social o un dirigente político de un partido rosado” (webguerrillero).

 

 

Alfonso Cano de camuflado y enfusilado, foto tomada del blog tatuytelevision

El elemento intelectual y su origen de “niño bien” son los dos aspectos de la personalidad de Cano que resaltan también los cronistas de los diarios colombianos y extranjeros, frecuentemente acusados por los compañeros de ruta del abatido jefe insurgente de no difundir jamás ‘‘información veraz’’ sobre el movimiento guerrillero y de propalar sobre éste y sus jefes sólo ‘‘intoxicación mediática, morbo y propaganda oficial de guerra’’. En el perfil postrero que John Saldarriaga escribió de Cano para El Colombiano, un diario conservador et fier de l’être, son esos dos elementos que conducen la crónica. En efecto, Saldarriaga abre su informe afirmando que "Cano" fue “un intelectual que se tragó la selva”. A renglón seguido nos cuenta que nació el 22 de julio de 1948 y que el hecho de que “hubiera salido marxista y de extrema izquierda” representa una de las más altas ironías de la vida, pues su padre era un “conservador laureanista”, que lo bautizó Guillermo León, para rendirle un homenaje “a Valencia, el segundo de los presidentes del Frente Nacional”. En adelante el cronista se explaya sobre su condición de ‘‘pequeño burgués’’ chapineruno, sus lecturas, sus amistades y pasatiempos universitarios, el camino que lo condujo al monte y los momentos memorables de su vida de jefe guerrillero (elcolombiano).

  

 

 Cano el jefe rebelde entregado a la guerra

Por su parte el bloguero peruano La Mula lo define –desde el titular de su nota- como un ‘‘intelectual de sueños violentos’’. En los dos parágrafos que preceden el reporte de la agencia EFE que el bloguero reproduce, éste sostiene: ‘‘La historia de Guillermo León Sáenz Vargas es la de un niño de la clase media alta colombiana al que no le faltó ni familia, ni dinero ni estudios; es la historia de un joven que devoraba libros de historia y ciencias políticas; la de un adulto que sintió el triunfo de Fidel Castro en Cuba como un triunfo suyo’’ (lamula).    

 

De su lado Daniel Lozano del diario Publico de España, que titula su nota ‘‘El intelectual que prefirió el rifle a las ideas’’, nos presenta desde la misma perspectiva una crónica que nos permite apreciar un mayor número de matices, pues Lozano se esfuerza por colorear la personalidad gris de Cano a partir de la literatura, los titulares de prensa sobre su muerte y las opiniones de analistas políticos que se han ocupado de versar sobre su final trágico. En lo que concierne a Manuel Koba, del portal Kaos en la Red, este resalta que Cano fue ‘‘un intelectual de la revolución’’ que vivió y luchó ‘‘con el pueblo’’(kaosenlared). En ese mismo sentido abunda el escritor James Petras, para quien ‘‘Alfonso Cano es uno de los más brillantes intelectuales, trabajador, guerrillero, de su época’’. Para Petras, Cano ‘‘tenía oportunidades de ganarse la vida como un pequeño burgués, profesor académico y en cambio sacrificó todo por su compromiso con la lucha por el pueblo y murió luchando fusil en mano contra toneladas de bombas cayendo sobre su campamento’’ (rebelion)

 

 Cano, líder ideológico de las FARC, acompaña al legendario Manuel Marulanda, foto wordpress

En síntesis, la mayoría de los medios: tantos los tradicionales como los contestatarios, terminaron de una u otra forma editorializando sobre lo mismo; recordándonos que Cano fue un intelectual de origen pequeño burgués, ‘‘que terminó escupiendo balas en la selva’’, como tituló y versó El País de Cali (elpais). Palabras más, palabras menos, fueron esos dos aspectos los que definieron su marca de comercio e hicieron de él un guerrillero legendario.

 

El intelectual que no se dio cuenta de un cambio de época

 

Aunque Alfonso Cano no fuera al momento de su muerte la última personalidad guerrillera de importancia mayor, que deambulara por los parajes cerriles de la geografía colombiana, su muerte cierra la aldaba sobre un capitulo de la historia nacional: la era de la fascinación por la lucha guerrillera. En adelante, las figuras rebeldes, que aún sobreviven, terminaran desdibujándose definitivamente ante los ojos de la opinión pública. Su depreciación histórica y política terminará por convertirlas en iconos vivientes de un pasado aciago y doloroso que, a pesar de haber germinado en el valle de la esperanza y el romanticismo, terminó marcando la vida de la nación con el hierro candente del luto, el odio y el miedo. Bien los sintetiza limero, un comentarista del blog La Mula, para quien en América del Sur estos ‘‘movimientos luchan por nada […] y lo que comienza como sueños de cambios y progreso termina desconsoladamente en crímenes, secuestros y narcotráfico’’.

 

Cada vez es más evidente que para el ciudadano del común, el mejoramiento de las condiciones de vida de los más necesitados en Colombia no pasa por una mesa de negociación con las guerrillas. Después del fracaso estruendoso de las negociaciones de paz del Caguán, donde quedó en evidencia la ausencia de un programa del lado de la dirigencia guerrillera para negociar con el Establecimiento la inclusión de los sectores marginados a la vida nacional, el número de los que creen que la redención de los pobres del país llegará por la vía de una revolución armada que derroque al sistema, como se creyó en el pasado, se ha reducido a sus mínimas proporciones. En marzo de 2007 la revista Semana informó que un sondeo de la encuestadora Gallup reveló que el rechazo de los colombianos a las FARC y al ELN se situaba en el 97% (semana).

 

 

Alfonso Cano y los altos mandos de las FARC durante las negociaciones de paz del Caguán. Foto wordpress

Los niveles de rechazo que hoy registra en la opinión pública el fenómeno insurgente contrasta con los niveles de aceptación que tuvieron los grupos rebeldes en los años 70, 80 y comienzo de los 90, momentos en los que entre el 25 y 35% de los colombianos manifestaba cierta simpatía por la insurgencia. En esos tiempos el hecho de asumir la defensa de las posturas insurgentes generaba cierto prestigio intelectual en algunos sectores de la sociedad latinoamericana. Como bien lo evoca luchino, ‘‘cuando “Alfonso” hizo sus votos de profesión de fe, todo parecía que él apuntaba en la dirección “buena”, era la época en que ser joven y opuesto a las ideas que lo condujeron al sacrificio, era un real contrasentido.’’

 

Desafortunadamente para el país, la primera víctima del guerrillero Alfonso Cano fue el intelectual –en formación- Guillermo León Sáenz Vargas. Cuando se leen las entrevistas concedidas por el  dirigente guerrillero, uno puede darse cuenta que éste –enfrascado en la estrategia militar y la lucha guerrillera- no tuvo tiempo para percatarse de que ‘‘La historia avanzó con aceleración en las últimas décadas’’ y que ‘‘su credo, o religión terrenal’’ ya no era el instrumento adecuado para interpretar la nueva realidad social nacional y global. Sumergido en el día a día del conflicto, Cano no tuvo tiempo para darse cuenta de que a pesar de los altos niveles de desigualdad que acusa el país, la organización guerrillera que comandaba había perdido paulatinamente su autoproclamada condición de ‘‘defensora de los derechos de los campesinos’’ y que sus ‘‘sacrificios y su lucha’’ habían comenzado a ser percibidos –por el pueblo- como un  ‘‘ideal ’’, que no tenía nada que ver con  ‘‘el bienestar del pueblo’’.

 

El creciente rechazo que ha manifestado la opinión pública frente al fenómeno insurgente, visto desde el ángulo de la historia y al tenor de la luz del espíritu de los tiempos que corren, no es de poca monta. Ese fenómeno puede explicarse a partir de varios factores: la torpeza de la guerrilla, la caída del campo socialista, el ascenso de la globalidad y el empoderamiento de los discursos que la atraviesan, que han convertido a la sociedad civil en interlocutora directa del Estado. Eso explica –en gran parte- porque después de la segunda mitad de los años 90 la dirigencia subversiva ha mostrado una gran dificultad para sintonizar sus prácticas con los discursos, que movilizan a los sectores más activos de la sociedad colombiana, como el discurso sobre la defensa de los derechos humanos, la democracia deliberativa, la protección de los animales y el cuidado del medio ambiente, los derechos de los niños y de género, los derechos de las nuevas generaciones, etc. Estos discursos, que para la mayoría de los revolucionarios de viejo cuño no pasan de ser una manifestación de la mentalidad pequeño burguesa, están hoy en el centro de la agitación social y su ascenso ha puesto sobre el tapete otras formas de lucha, que le han quitado vigencia a las utopías rebeldes y al romanticismo guerrillero.

 

  La sociedad civil se moviliza contra los abusos de las FARC. Foto wordpress 

Son esos nuevos discursos globales, que han remplazado al viejo discurso revolucionario, los que nos ofrecen las claves para entender porque los jóvenes de nuestro tiempo, auque tengan el corazón lleno de odio contra el sistema y se sientan frustrados por el mal manejo de la cosa pública por parte de élites dirigentes corrompidas, no están dispuestos a morir anónimamente con un arma en la mano, en un lugar recóndito de la geografía planetaria. Para esa generación de infantes, que vino a este mundo delante de un televisor, viendo durante la primavera de 1989 la acción heroica de un estudiante chino que enfrenta a una caravana de tanques del Ejército del pueblo, armado de un simple bolso y un paraguas en la Plaza Tian’anmen, resulta más poético recibir una paliza de la policía o morir en una masacre pública, delante de las cámaras de televisión (youtube).

 

Suena hedonista, pero así es. La revolución contra el régimen libio, el levantamiento contra la dictadura siria, la primavera árabe, las movilizaciones de los indignados en las cuatro esquinas del mundo y la oposición férrea de los estudiantes chilenos y colombianos a los proyectos de reformas neoliberales a la educación superior, son una prueba elocuente de que la acción revolucionaria no se juega hoy en los farallones de La Sierra Maestra, ni en las cuestas andinas del Macizo Colombiano, sino en las calles y plazas de los centros urbanos.

 

Los movimientos sociales de los últimos 20 años nos muestran que para los espíritus utópicos de nuestro tiempo toda la gloria que podía alcanzarse por la vía de la lucha armada, ya fue alcanzada por alguien. Para ellos es evidente que ya no habrá un nuevo Che Guevara, ni tampoco otro Fidel Castro entrando a la Habana, con una paloma posada sobre el hombro, al frente de un ejército de rebeldes barbudos, sudorosos y felices. Tampoco habrá más guerrilleros sandinistas entrando a Managua, poniendo al dictador en fuga en medio de la algarabía del pueblo.

 

 Fidel Castro da un discurso luego de su entrada a la Habana rodeado de Palomas 

 Guerrilleros sandinistas preparan el asalto a Managua. Foto tomada del blog de Leandro Albani 

Lo que nos muestran los grandes movimientos ciudadanos, que se han generado en Colombia en los últimos 15 años, es que la nueva dirigencia social colombiana es consciente de que las paginas de gloria que podían escribirse a través de la lucha guerrillera en el país, ya fueron escritas por alguien y las que no se escribieron antes del fracasado proceso de paz del Caguán, ya no se escribirán jamás. Dentro de esa lógica, todo indica que no habrá un segundo cura guerrillero, que mueran heroicamente tratando de arrancarle el fusil a un soldado en pleno combate, ni tendremos a otro Jaimes Bateman Cayón, que desaparezca para siempre a bordo de un avión en las selvas del Chocó. En fin, no habrá otro Jacobo Arenas, ni otro Tiro Fijo, ni un nuevo Cura Pérez muriendo de viejo en su cambuche en medio de la manigua, derrotando por la vía de la muerte natural a un Estado débil, que no fue capas de capturarlos o de abatirlos, a pesar de que puso precio a sus cabezas y anunció durante años, por todos los medios –y a los cuatro vientos-, que se pagaría recompensa a quien diera razón de sus paraderos.

 

En consecuencia, la toma del poder por la vía de las armas parce ser -cada día que pasa- un capitulo agotado, una quimera que no despierta el entusiasmo de nadie, un sueño que se ha transformado en pesadilla dantesca. Con respecto a ese punto vale aquí traer a colación lo anotado por Destellos humanos, uno de los comentaristas de la nota sobre la muerte de Cano en el periódico Público de España. Según él, ‘‘Los movimientos guerrilleros en Latinoamérica que se propagaron por el continente en el siglo pasado tuvieron un significado y una significación histórica con grandes diferencias respecto a los movimientos armados que aún hoy existen (generalmente centrados en actividades comerciales ilícitas por encima del sustrato ideológico que pretenden conservar)’’.

 

En esa misma dirección apunta el Columnista independiente y Escritor, Álvaro de Jesús, para quien los movimientos guerrilleros perdieron la confianza del pueblo por ‘‘La mentira, el total desinterés por la paz, y el desarrollo de los pueblos, aunado a la escalada del negocio de la droga justificado en la financiación de la guerra’’. Esos y otros hierros, terminaron ‘‘convirtiéndolos ante la opinión publica en bandidos armados, con territorios dominados para el delito’’. Su imagen se desdibujó aún más cuando comenzaron  a ‘‘perseguir al pueblo que decían que defendían’’. Éste, ‘‘ante el horror del secuestro y las pescas milagrosas, como de los inhumanos ataques a las poblaciones’’, ha decidido rechazar abiertamente sus desafueros, porque se dio cuenta que no ‘‘será el camino de la guerra y el sometimiento por la fuerza, la vía que lleve a la nación hacia el fin de las injusticias de los poderosos, ni hacia el desarrollo social, económico y cultural’’.     

 

El declive que hoy registra la utopía insurgente en Colombia comenzó con el fracaso de las negociaciones de paz en el Caguán. Después de ese momento el fervor por la lucha armada, que marcó la vida de tres generaciones de colombianos, se ha extinguido aceleradamente. Por eso son pocos los que han salido a protestar la muerte de Cano. La decadencia de la utopia guerrillera ha prosperado a pesar de que las FARC no han dejado de gritar –a todo pulmón- que en nombre de “los humildes de Colombia”, “los guerrilleros de las FARC entraremos a Bogotá”, de la mano del “Libertador”, “con Manuel, con Jacobo, con Jorge, con Raúl, con Iván Ríos y con todos los caídos, [...] en los puños levantados del pueblo, cabalgando en la insurrección, para instaurar en la plaza de Bolívar el nuevo gobierno patriótico y bolivariano inspirador de nuestra lucha”, poniendo fin a la opresión y alcanzando, “al fin, la justicia social para todos” (comunicado de las FARC-EP).

 

 

 Manifestación contra el secuestro y las FARC. Foto tomada de gathacol.

Hay un evento que nos da algunos indicios de la desvalorización que ha sufrido en los últimos tiempos la lucha guerrillera como vehiculo de reivindicación social en Colombia: el movimiento estudiantil de defensa de la Universidad Pública. A pesar de que la muerte de Alfonso Cano se produjo en medio de la más importante agitación universitaria de los últimos 40 años en el país, ésta no ha perturbado el espíritu del Movimiento Estudiantil. El comportamiento asumido por los estudiantes frente al hecho nos indica que algo ha cambiado profundamente en el sector estudiantil con respecto a la actividad insurgente, pues en el pasado los estudiantes se contaban entre los primeros en salir a condenar las acciones armadas en las que se arrebataba la vida a los dirigentes de izquierda o en las que se daba debaja a uno que otro reconocido icono rebelde.

  

 

 Nuevo estilo de la protesta estudiantil en Colombia. Foto tomada de hispano.com

 Lo que ha pasado con la muerte de Cano y el movimiento estudiantil de defensa de la Universidad Pública me recuerda un episodio que sucedió el día de la muerte de Pablo Escobar en la Universidad de Córdoba. Ese día los estudiantes del programa de Ciencias Sociales se encontraban en asamblea general para definir el curso de una huelga estudiantil que llevaba más de un mes. La discusión estaba en su mejor momento cuando un estudiante entró gritando al recinto donde se realizaba la asamblea: “¡Acaban de matar a Escobar, acaban de Matar a Escobar!... Su exclamación sólo generó un murmullo tímido entre los asistentes. El estudiante que dirigía la reunión miró al heraldo con un poco de asombró, luego miró a los concurrentes para escrutar lo que reflejaba su semblante por causa de la noticia. Acto seguido dijo: “continuemos con el orden del día y luego comentamos el incidente”. Al final de la reunión uno de los dirigentes estudiantiles más importante de ese momento le dijo a los pocos estudiantes que aún quedaban en la sala… “Algo importante ha pasado en el país después que se expidió la Constitución del 91 y se desmovilizó el M19 y el EPL. Si la muerte de Escobar hubiese sucedido en los años 80, los estudiantes no hubiésemos dudado un minuto para salir a la calle a rechazar el hecho, a vivar al muerto y a condenar el intervencionismo del imperialismo yanqui en Colombia”.

 

A pesar de todos los eventos que condimentan la actual coyuntura política colombiana: la discusión sobre la reparación a las victimas, la restitución de las tierras a los desplazados, la develación de los escándalos de la parapolítica, de las chuzadas, de los falsos positivos y de las ollas podridas de corrupción que comprometen al anterior gobierno, la opinión pública colombiana; el país de a pie, profundiza –día à día- su distancia frente a la lucha guerrillera y a todo tipo de manifestación armada irregular.

 

La consolidación de otros mecanismos de protestas social, como la celebre Corzatón que obligó al presidente del Senado –a pesar de su arrogancia inicial- a emendar la plana y las criticas en las redes sociales que han llevado a Pachito Santos a pedir disculpas por sus –siniestras recomendaciones- al gobierno sobre el manejo de la protesta estudiantil, son eventos que nos llevan a considerar que la muerte de Alfonso Cano, la última figura de corte legendario que le quedaba a las FARC, va a profundizar la depreciación del rol de los grupos armados –de todo género-  como voceros del descontento y la indignación social.

Icono de la Corzatón, una de la más celebres protestas ciudadanas del año 2011. Foto tomada de edunewscolombia 

En consecuencia, la única salida que hoy les queda a personajes como Gabino y a los altos jerarcas del ELN, que componen el COCE, así como a la miríada de comandantes de menor rango que se aprestan a integrar el Secretariado Mayor de las FARC, si quieren ocupar un lugar aceptable en las páginas de la historia nacional, es la negociación con el Estado de las condiciones de su retorno a la vida civil.

 

A pesar de que un gran porcentaje de los reportajes que se escribieron para reseñar la muerte de Cano se concentran en presentarlo como un intelectual rebelde, hay en todas partes personas que resaltan que la intelectualidad no es la principal característica de Cano. Por ejemplo Machiavelli Jobs comentarista del periódico Público de España sostiene que ‘‘Un intelectual nunca haría eso [preferir el rifle a las ideas], por muchos estudios que tuviera y muchas obras que hubiera leído y escrito, cuando coge el rifle deja de ser intelectual, del tirón!’’ Otro comentarista de periódico que está sintonizado con la misma tesis es petete, de El País de Cali, para quien ‘‘si cano hubiera sido intelectual no hubiera hecho tanto daño a su país…, no hubiera matado tanta gente y no hubiera abusado del pueblo colombiano. Así que –para él, Cano- de intelectual nada’’. Por su parte Héctor riveros Serrato sostiene que Cano no fue ni intelectual ni amigo de la paz, como se ha creído por largo tiempo. En su parecer ’Alfonso Cano’, fue un individuo poseído por un ‘‘delirio mortal’’ (elespectador).

    

Pero en fin, –si realizamos la reconstrucción de su vida a partir de las notas tanto de la ‘‘prensa burguesa’’ como de la ‘‘prensa revolucionaria’’-, es bajo la etiqueta de intelectual que Cano entrará en los casilleros de la historia. En los periódicos electrónicos y los portales de internet afines a su causa, sus partidarios sostienen que los ‘‘intelectuales de la talla de Cano’’, al contrario de los ‘‘los intelectuales pequeños burgueses’’ que pasan su vida en ‘‘cómodos gabinetes y oficinas de estudio teórico [...], ponen a prueba sus diplomas, reconocimientos teóricos y títulos académicos en la práctica revolucionaria, los arriesgan en la práctica, poniendo en juego su vida en forma absoluta e incidiendo de manera determinante en el curso mismo de la historia’’ (anncol).

 

Por su parte la ‘‘gran prensa’’ lo presenta como ‘‘un ‘nerd’ como esos que pintan las películas de Hollywood, apasionado por la historia, obsesionado con los libros sobre política’’, que después de entrar a la Universidad Nacional se ‘‘convirtió en líder de las Juventudes Comunistas’’ y en el año 1981, luego de un carcelazo, se ‘‘sumerge en montañas colombianas, busca a los jefes de las Farc y se declara su nuevo peón, contrariando las intenciones del Partido Comunista, que quería enviarlo a estudiar a Moscú para protegerlo de las autoridades que ya conocían de la incidencia que empezaba a tener.’’ Por esa vía el ‘‘chico flaco, débil, de pelo revuelto, gafas de lentes gruesos’’, que ‘‘creció en el barrio Chapinero de Bogotá en medio de un ambiente típico de clase media: sin lujos mayores, sin hondas carencias’’, se convirtió en el máximo líder de las FARC, gracias a su ‘‘formación ideológica y capacidad estratégica’’(elpais).

 

Siendo honestos hay que reconocer que Alfonso Cano incidió de ‘‘manera determinante [y cruenta] en el curso mismo de la historia’’ colombiana de las últimas dos décadas. Eso nadie se lo va a negar. Forjado intelectual y políticamente en la agitación y el dogma": ‘‘Agitación y Dogma’’ era la divisa de la célula comunista a la que perteneció el estudiante Guillermo León Sáenz Vargas en la Universidad Nacional, Cano perdió o no adquirió los reflejos indispensables que le permiten a todo intelectual percibir antes que la gente del común los signos de un cambio de época. Sin duda alguna su diagnóstico sobre el origen de la guerra en Colombia es adecuado. Su tesis que sostiene que “la guerrilla revolucionaria no existe en nuestro país […] por una orden impartida desde el antiguo campo socialista”, sino que surgió ‘‘por causa de la marginalidad social y la violencia política ejercida de manera sistemática por la élite del poder’’, es coherente desde el punto de vista histórico.

 

De otra parte, la salida que planteaba al conflicto: un acuerdo de paz que condujera a ‘‘cambios de fondo, democráticos, a la vida institucional y a las reglas de convivencia’’, basados en la ‘‘concepción revolucionaria’’ de su movimiento guerrillero y su visión ‘‘de la Nueva Colombia’’, nos muestran que era el jefe rebelde el que gobernaba al espíritu de Cano y no el intelectual (abpnoticias). De hecho, eso explica porque ‘‘Las FARC dicen que persistirán en buscar una solución política –a la confrontación- pero sin previo desarme’’ porque para Cano la desmovilización era "sinónimo de inercia, de entrega cobarde, de rendición y traición a la causa popular y al ideario revolucionario (...), una indignidad" (elmundo). En conclusión, para Cano y los que piensan como él la paz sólo se conseguirá en Colombia cuando las FARC hagan una revolución armada que viabilice su proyecto de ‘‘paz con dignidad y justicia social" y sobre esa base las partes difícilmente llegaran a un acuerdo político que ponga fin al conflicto.

 

 

Alfonso Cano, el líder rebelde de posición intransigente frente a la solución del conflicto. Foto ikiru

Alfonso Cano fue un personaje producto de su época y de la sociedad en la que nació, creció, se reprodujo y murió. Una de mis amigas dice que hay varios hechos que se asociaron para marcar de manera negativa su destino: haber nacido el 22 de julio de 1948, tres meses y trece días después del evento que dio el pitazo inicial de la violencia política de a mediados del siglo XX; ser hijo de una familia conservadora, cuyo padre laureanista lo bautiza con el nombre –para hacerle un homenaje- de un político, que de presidente de la república durante el frente nacional ordenó el ataque a Marquetalia en mayo de 1964 y haber crecido en un periodo agitado en el seno de una sociedad violenta y excluyente. Según mi amiga la conjugación de todas las malas energías, que representan esos eventos, determinaron el sino trágico del pequeño Guillermo León. En efecto, toda esa carga histórica negativa –según ella- lo ungió de un karma protervo, que hizo de él lo que fue. Esos elementos configuraron un albur que lo predestinó para entrar en las paganías de la historia por la puerta de la violencia y a través del dolor, lo cual se hubiese podido evitar de haberse llamado verdaderamente Alfonso, Cantalicio, Mamerto, Godofredo o Vicente o de haberse saldado la operación Marquetalia con la muerte o captura de Tiro Fijo y Jacobo Arenas, sus posteriores mentores.

 

Particularmente no le doy crédito a esa teoría, porque no creo que los signos ocultos, que se develan a la luz de la astrología, incidan sobre el curso de la vida de un individuo. Pero mi amiga, que es fanática del tarot y la quiromancia, sostiene que el entrecruzamiento de todos esos arcanos funestos en la vida de ese individuo marcó su existencia. Para ella, las vivencias de Cano, de la cuna a la tumba, representan la trama perfecta de una novela, que le puede prodigar la gloria literaria a quien la escriba, si el escritor tiene la genialidad suficiente para descifrar las claves que se esconden detrás del personaje y su época.

 



 

Una de las pocas caricaturas sobre Alfonso Cano disponibles para uso público en internet. Tomada del diario La Nación de Neiva.

El final de Gadafi: un icono de la utopía rebelde

Gaddafi en sus años gloriosos. Foto tomada de lanouvelletribune.info

Cuando Mohammad Gadafi llegó al poder el  primero de septiembre en 1969 mi generación no había aún comenzado a ver la luz de este mundo. Su partida se ha producido cuando el almanaque nos marca el borde de la cuarentena. En síntesis, podemos decir que nacimos, crecimos, pasamos nuestra juventud y comenzamos a envejecer oyendo hablar de él en los medios, leyendo su biografía en enciclopedias físicas y virtuales, reseñando sus gestas en exposiciones escolares y discutiendo –los que hemos participado del activismo izquierdista- acerca de sus acciones en el concierto político mundial.

 

Muammar Gaddafi y Fidel Castro: dos iconos rebeldes en sus tiempos de gloria. Foto tomada de la prensa cubana

Personalmente no me acuerdo cuando fue la primera vez que oí hablar de él ni en que circunstancias. Pudo haber sido un profesor de historia, devoto de los iconos rebeldes, que me mandó a pesquisar por su vida, en una enciclopedia de esas que se vendían a crédito à las familias de clase media. Pudo haber sido en un periódico, que dedicaba un reportaje especial a una de sus frecuentes furruscas con los líderes occidentales. Pudo haber sido en un radioperiódico, que interrumpió el ritmo monótono de su emisión cotidiana, con el estruendoso sonido que acompaña la expresión “última hora, sala de redacción”, para informar sobre un incidente temerario, cometido por agentes libios en algún país lejano. Pudo haber sido en un noticiero de la tele, a las  10 de la noche, que mostraba su pose altiva, su perfil altanero y su visaje cubierto con sus inmondables (para decirlo en argot caribe del barrio Sucre de Montería) gafas de sol, que le daban ese aire de hombre siniestro, que reforzaban su aura de chico malozo, que le dispensaban una pinta de gangster reputado y disimulaban a la perfección su condición de coronel golpista.


Gaddafi con sus inmancables gafas de sol. Foto tomada de lanouvelletribune.info

Siendo honorables y sinceros, si cualquiera le presenta a usted un álbum fotográfico de Mohammad Gadafi, organizado a partir de los registros fotográficos que los medios poseen sobre él, sin contarle una pizca de su historia personal, es poco probable que usted se imagine que ese hombre de bigote ralo y chivera exigua haya sido un militar de mando medio, que dio un golpe de Estado que puso fin a una monarquía en un país del Mundo árabe.

 

En lo que toca con los registros enciclopédicos, la celebre enciclopedia Forjadores del mundo contemporáneo, que se vendió en Colombia a comienzo de los años 90, lo contó entre “los 131 personajes que más han influido en la formación de nuestro mundo”. El biógrafo que se ocupó de escribir su perfil nos cuenta que nació el 7 de junio de 1942, en el seno de una familia perteneciente a un grupo de beduinos, conocidos en su región de origen bajo la denominación de Qaddafa, de la cual procede el apellido Qaddafi o Gadafi. Según dicho texto, Gadafi nació y se creó en el desierto, alimentado con leche de camella. Al final de su adolescencia ingresó al ejército y ya de militar llevaba una vida verdaderamente austera, que no cambió cuando tomó las riendas de su país. De su amor por la vida sencilla, según esa biografía, daba testimonio su inquebrantable voluntad de vivir en una carpa de beduino, como cualquier paisano, alejado de los lujos propios del poder.

 

La mayoría de las reseñas biográficas, que de él circularon en los años 80 y 90 del siglo pasado, nos contaban que desarrolló un fuerte ascendiente entre los militares jóvenes de su país gracias a su espiritó de servicio, a su carisma para manejar la tropa y a su disposición de llevar una vida monacal. Fue ese ascendiente en el seno de esa nueva generación de oficiales soliviantados por el espíritu nacionalista, que alimentó la atmósfera revolucionaria que envolvía al Medio oriente y al continente africano en la década del 60, el que le permitió dar el golpe de estado que puso punto final a la monarquía que regentaba el rey Idris. 

 

Muammar Gaddafi: un coronel golpista que toma el poder.

 

Con el levantamiento militar que lo llevó al poder comenzó la leyenda que lo convirtió, en opinión de sus admiradores, en el «Che Guevara árabe» y  según el editor de El Periódico de Extremadura en “la bestia negra de EEUU” (elperiodicoextremadura). El correr del tiempo nos fue formando de él, ese aura mitad folclórica y mitad siniestra,  mitad cómica y mitad mitológica, con la que entró en los libros de historia. La imagen que el mundo tiene hoy de él fue un hibrido creado concientemente por su régimen y alimentado cuidadosamente por los medios occidentales.

 

Cuando se inició el levantamiento que puso fin a su reinado, la televisión francesa de Radio Canadá emitió un reportaje, en el cual se daba cuenta de las dificultades encontradas por los gobiernos europeos, de Estados Unidos y Canadá para congelar los dineros que había guardado en los bancos de dichos países. Según el reportaje, que se basaba en un registro que el Evening Standard de Londres había elaborado en el 2004, existían 37 formas distintas de escribir el apellido del jefe africano. Por su parte ABC News sostuvo en otro reportaje que existían 112 formas de escribir su nombre, que habrían sido ideadas personalmente por él mismo. De semejante confusión da elocuente testimonio un reportaje del diario argentino El Clarín de Buenos Aires, que se interroga: ¿Con “Q”? ¿Con “G”? Cien formas para escribir un apellido ¿Gaddafi, El Kazzafi, Al–Qathafi, Kadaffi, al–Khadafy, Qaddafy? ¿Acaso estará en lo cierto la venerable Biblioteca del Congreso de EE.UU. que alguna vez lo identificó como Al–Qadhdhaafi, sumiendo a todos en un estupor universal?

 

Al tiempo que los banqueros de las potencias de la OTAN rastreaban sus haberes bancarios, ayudados por lingüistas árabes procedentes de África del Norte que trataban de decodificar la escritura de su nombre, Gaddafi negaba ante las cámaras de televisión de la BBC (bbc) y de ABC, –con un tono entre iluminado y demente- el levantamiento que se había iniciado contra su gobierno en la ciudad de Benghazi. Sin ningún asomo de preocupación, le dijo al editor de la BBC Jeremy Bowen: “Mohammad Gaddafi no tiene porque abandonar el poder, porque Mohammad Gadafi no tiene ningún cargo en el gobierno de Libia. Él simplemente es el guía de la revolución y el guía de la revolución no puede renunciar a sus funciones. El poder en Libia está en manos del pueblo libio y el pueblo libio está con Gaddafi porque el pueblo libio ama a Gaddafi”.

 

Muammar Gaddafi: el dictador que se cree amado de su pueblo

 

Mostrando una vez más su talante altanero y provocador retó a los que lo acusaban de tener dinero en el extranjero a que mostraran las pruebas. En una jugada sagas sacó los aces con los que buscaba desacreditar a los rebeldes, que se levantaban –ciudad tras ciudad- contra su régimen. “La gente que se encuentra en estos momentos protestando en las calles es gente que está bajo la influencia de drogas suministradas por Al-Qaeda” sentenció con firmeza. De ese modo trataba de ganarse la indulgencia de los sectores conservadores de occidente, que habían pedido –semanas antes- no quitarle el apoyo a Hosni Mubarak, porque era el único líder capas de mantener la cohesión social en Egipto y evitar el ascenso de los islamistas radicales.

 

Conciente de los alcances de sus declaraciones a los medios occidentales se jugó otra carta, con la que buscaba desatar la solidaridad de la gente del común, que había salido a la calle a protestar contra la invasión de los Estados Unidos a Irak en el 2003. En las pocas entrevistas que concedió, siempre –en tono vehemente (ver entrevista en antiwar), exponía que la coalición multinacional que se estaba preparando para intervenir en Libia, con el objeto de brindarle protección a los civiles, era una maniobra “con la que se quería colonizar al país para apoderarse de su petróleo”.

 

Las horas finales de su vida y los detalles que rodearon su muerte están marcadas por el misterio. Auque su caída difiere grosso modo de la caída de su homologo Sadam Husein, sus últimos días estuvieron rodeados por circunstancias parecidas (ambito). Los dos corrieron a esconderse en sus ciudades de origen: Sadam en Tikrit; y Gaddafi en Sirte, a buscar refugio entre los suyos, entre los que vivieron la agonía, día a día, del final de su gloria, pagando escondederos a peso. Los dos se escondieron de sus cazadores en madrigueras inhóspitas, que marcaban un fuerte contraste con los espacios donde habían transcurrido sus vidas. Las imagines que de ellos tenemos en el momento de sus capturas es el retrato exacto de la orfandad de poder. Disminuidos, temerosos, exhaustos, desprotegidos, sucios y sudorosos se abandonaron a su suerte, mientras que en sus ojos de hombres vencidos no quedaba ya el más mínimo brillo de sus días de gloria.

 

Gaddafi: el hombre vencido

Un final inesperado que no estaba en el libreto

 

Creo que nadie entre aquellos que han seguido los ires y venires de la actualidad del Medio Oriente, sin importar que sean especialistas o amateurs, había imaginado que Muammar Haddafi  y su régimen iban a tener el final que tuvieron. Durante los años 80 y 90 no fueron pocos los que se atrevieron a pronosticar que su dictadura finalizaría en un sangriento enfrentamiento con los Estados Unidos, que podría dar curso a una tercera guerra mundial. Previendo ese enfrentamiento Kaddafi se empleó a fondo en la construcción de un gran "ejército antiimperialista global": la “Mathaba’ mundial”, en la que participaron combatientes de los más importantes grupos guerrilleros del mundo en ese momento (eltiempo).

 

La intensidad de la confrontación entre el régimen libio y los Estados Unidos alcanzó su momento de clímax durante la era Reagan. Mientras que Ronald Reagan lo etiquetaba como “el perro salvaje del Medio Oriente”, Gaddafi repostaba diciendo que estaba dispuesto a volverse “comunista sólo para fastidiar a EEUU". Debido a la intensidad de la confrontación, en 1986 no fueron pocos los que creyeron que después de los atentados en una discoteca frecuentada por soldados estadounidenses en Berlín, en abril de ese año, Estados Unidos atacaría Libia, como en efecto sucedió, y que ésta respondería con ataques terroristas a gran escala, que desatarían la confrontación. Los ataques de Estados Unidos contra Trípoli y Benghazi dejaron 41 muertos, entre ellos una menor que resulto ser hija de Kadhafi. Según las malas lenguas, -o las plumas mal intencionadas- la niña no era en realidad hija de Gadafi, sino que el coronel la adoptó después de fallecida, dentro del marco de una estrategia propagandística contra Estados Unidos.

 

En todo caso las acciones terroristas a gran escala del régimen de Muammar El-Kaddafi –por gracia de Dios- nunca se produjeron. La situación se fue calmando. Cuando el mundo comenzaba ya a olvidar los bombardeos estadounidenses de 1986 sobre Trípoli y Benghazi, en 1988 un avión de la compañía aérea Pan Am estalló en pleno vuelo, cuando pasaba sobre la población escocesa de Lockerbie, dejando 270 personas muertas. Las autoridades estadounidenses e inglesas acusaron al régimen libio. De nuevo las alarmas se prendieron. Los tambores de guerra sonaron. Los portaviones gringos se prepararon para atacar objetivos libios, pero la situación se fue distensionando lentamente (ecodiario.eleconomista).

 

A pesar del tono agresivo de parte y parte la situación nunca desembocó en una confrontación militar abierta. Ello se debió en gran medida al frágil equilibrio geopolítico de la época, montado alrededor de dos superpotencias, armadas hasta los dientes, que se amenazaban mutuamente con sus arsenales atómicos. La actitud desafiante de Jaddafi frente a los países occidentales puede explicarse más que nada a partir del tensionante ambiente de la guerra fría. En una atmósfera caldeada por los vientos de guerra agitados por el armamentismo continuo de las grandes potencias, la existencia de la URSS le permitía a los regimenes más díscolos del mundo desafiar a los Estados Unidos con cierta holgura, sin temer represalias que pusieran en peligro su existencia.

 

Desafortunadamente el contexto geopolítico mundial, que le permitía al líder libio –y a sus similares- sus bravuconeadas sin temor a represalias mayores, cambió de la noche a la mañana el 9 de noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín. Desde ese momento vimos un cuidadoso acomodamiento del régimen libio a los intereses occidentales, que se hizo evidente a través de la suavización del lenguaje y los mores de Al-Qaddafi. La morigeración de su talante altanero se intensificó luego de la rápida derrotada de las tropas de Sadam Husein en la  guerra del Golfo pérsico en 1991. Los incidentes del 11 de septiembre de 2001 y la respuesta contundente de la comunidad internacional contra las organizaciones terroristas islámicas, federadas alrededor de Al-Qaeda, lo llevaron a alejarse de los jefes terroristas, con los que se había codeado, y a renegar en público de su credo. La invasión de Estados Unidos a Irak y la caída del régimen de Sadam Husein terminaron por domesticarlo. Según su exministro de relaciones exteriores Abdul Rahman Shalgam, Khadafi estaba empeñado en no terminar su vida como Husein, pues el final trágico del líder iraquí lo había traumatizado (elpais.cr).

 

Para potabilizar su imagen, el temerario –y viejo- coronel Al Gathafi abandonó el patrocinio a los grupos terroristas, las campañas militares contra sus vecinos del sur, los proyectos de fabricación de armas de destrucción masiva y los saboteos a la navegación de los petroleros gringos por el mediterráneo. Para mostrar que era de verdad un buen muchacho permitió el retorno de las multinacionales petroleras, que había expulsado de su país en 1973, y  diseño un plan audaz para sacar a Libia del aislamiento internacional.

 

Gaddafi: el gurú hindú predicador de la paz

Ese cambio de postura política vino acompañado de un cambio de vestuario. En adelante Khadafi abandonó los uniformes militares –que le daban un aire mitad portero de puteadero bogotano reputado, mitad chofer de señora aristócrata- y comenzó a vestir fastuosos trajes típicos de colores llamativos, que le proporcionaban un aura de gurú espiritual hindú. Fue así como consiguió la rehabilitación por parte de las potencias occidentales, que sacaron a su país de la categoría de «Estado paria» y lo admitieron como miembro pleno de la «comunidad internacional».

 

Gaddafi: ¿militar, portero de bar o chofer privado? Foto tomada de bbc.co.uk

 

Ese nuevo estatus le permitió de codearse en igualdad de condiciones con políticos de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia y Alemania. Para reafirmar la confianza de sus nuevos amigos sobre su cambio de comportamiento, Gadafi comenzó a predicar el pacifismo y de ello daban testimonio frases como: "ahora podemos abandonar el fusil y hacer avanzar la paz y el desarrollo", disminuyó su perfil de icono rebelde y dejó a un lado su interés por liderar una revolución mundial. Para no pisarse las mangueras con los jefes de las grandes potencias, se concentró en hacer posible su sueño de construir los "Estados Unidos de África". El aumento del interés por su propio continente le valió ser coronado rey de reyes africanos, el 2 de febrero de 2009, en Addis Abeba. Su africanismo lo llevó a decir en cumbres internacionales: "Europa está formada por naciones y África por tribus. Eso hace que el Estado en África sea ficticio".

 

Gaddafi con los líderes de G-8 en el 2009

El momento más importante de su proceso de reconversión –y de inserción en la comunidad internacional- sucedió el  5 de septiembre de 2008, cuando la secretaria de estado de los Estados Unidos, bajo el gobierno Bush, Condoleezza Rice, visitó Trípolis. Esa visita le permite decir que había “terminado el largo ostracismo de su régimen por parte de Estados Unidos”. Por su parte el celebérrimo presidente George W. Bush felicitó en público a Gadafi “por su contribución a la paz del mundo”.

 


Gaddafi y Condoleezza Rice en Trípolis en el 2008, foto tomada de 7sur7.be

 

Después de haber allanado ese camino y de haberse reconciliado con sus más temibles enemigos, ni la más pesimista pitonisa de este mundo se hubiese atrevido a pronosticar un final tan trágico para el estrafalario –a los ojos de muchos- coronel Mohamed Jaddafi. Pero así sucedió. Como dice la máxima popular: “aquel que a hierro mata a hierro muere”. Aunque parezca increíble, el coronel  Moammar Haddafi, que llegara al poder a la cabeza de una revolución: la ’Revolución verde”; la “Yamahiriya”, que se empeño en liberar a su pueblo del yugo del imperialismo, fue expulsado del poder por su propio pueblo, a través de una revolución contra la revolución. Quien mejor ha descrito el asunto es el cronista Léonce Gamaï, de un periódico francófono, que tituló su nota: “Mort de Mouammar Kadhafi : La révolution a tué la Révolution".

 

Revolucionarios ponen fin a una revolución. Foto tomada de informe21.com

El derrocamiento de su régimen, si bien era un hecho previsible: los dictadores –sin importar que sean revolucionarios o cavernarios- generalmente son forzados a abandonar los corredores del poder por las salidas de emergencia, el final de su vida resulta inédito. Grosso modo es un cruce entre el final de Sadam Husein y el del dictador rumano Nicolae Ceaușescu. En todo caso, particularmente después de su acelerado aconductamiento, nadie imaginaba que dicha escena, que hoy sabemos que incluyó un grotesco acto de sodomización antes de matarlo, estaba dentro del libreto (ver video en taringa).

 

Gaddafi rehabilitado por occidente: José Luis Rodríguez Zapatero et Mouammar Kadhafi, le 29 novembre 2010.

 

Los registros de prensa y los comentarios del público

 

No me enteré de la muerte de Kaddafi por los medios tradicionales de prensa, sino por los recuentos de noticias que ofrece la empresa de correos electrónicos Hotmail a sus usuarios. Ese jueves (20 de octubre de 2011) al mediodía, cuando cerré mi correo, el despacho de la Agencia Francesa de prensa –difundido por un periódico francés- me saltó directo a los ojos. “Dieron de-baja a Haddafi”, le grité a mi mujer, que estaba en la cocina terminando de preparar el almuerzo. Curiosamente no sentí ningún tipo de emoción y eso me sorprende porque seguí la vida del líder libio durante años con cierto interés. Después que leí el despacho de prensa corrí a mirar los portales de Internet de algunos medios hispanos, para mirar los titulares con los que éstos recogían una noticia de grueso calibre histórico. Como dijo alguien: “los titulares de los periódicos son el primer borrador de la historia”.

 

El diario ABC (abc.es) de Madrid tituló: “Gadafi muere en combate” y a renglón seguido lanza… “Muamar Gadafi ha muerto. El que ha sido líder de facto de Libia durante más de cuarenta años cayó este jueves en manos de los rebeldes tras sufrir un ataque aéreo de la OTAN en su ciudad natal, Sirte, y falleció poco después como consecuencia de las heridas sufridas en la cabeza y en ambas piernas”.

 

Por su parte La Razón, otro diario español, puso en el cabezote de su nota: “Capturaron vivo a Gadafi” y continuación expone…. “La cadena de televisión catarí, Al Yazira, mostró hoy unas imágenes de vídeo de Gadafi antes de morir en las que aparece con el rostro parcialmente ensangrentado, en manos de un grupo de rebeldes que lo llevan a empellones” (larazon.es).

 

El portal de la fundación Iberoamérica-Europa (ver eldiarioexterior.com) resalta el hecho titulando: “Nueva etapa en Libia tras la muerte de Gadaffi” y continua…. “El tirano libio ha muerto tras librar varios combates con las tropas de la oposición.” En México la cadena de televisión Sur encabezó la noticia titulando: “La muerte de Gadafi es otra victoria para la doctrina Obama” y prosiguió… “La mano del presidente Barack Obama se volvió más fuerte por la forma como enfrenta a los enemigos de Estados Unidos. La muerte del dictador libio Moamar Gadafi el jueves amplía la serie de victorias en seguridad bajo la vigilancia de Obama” (surtitulares)”.

 

El Clarín de buenos aires suscribió: “Confirman que Kadafi murió de un tiro en la cabeza” y enseguida acota…. “Muammar Kadafi murió de un tiro en la cabeza. De un arma 9 mm. Así lo confirmó el titular del Consejo Nacional de Transición (CNT), Mahmud Jibril”. En lo que concierne a El Meridiano de Córdoba (Colombia) éste tituló: “Gadafi ejecutado en su ciudad” y continuación agrega…. “A Muamar Gadafi, de 69 años, lo mataron ayer en Sirte, su ciudad natal, anunciaron las nuevas autoridades libias, que se aprestan a proclamar formalmente la liberación de ese país africano, tras varias décadas de conflicto y represión”.

 

Finalmente el diario La Industria de Trujillo, Perú, se concentró en destacar lo que dijo el presidente venezolano Hugo Chávez. Según este diario Chávez dijo que la muerte del líder libio Muamar Gadafi es un "asesinato" que constituye "un atropello más a la vida", y afirmó que su ex aliado será ahora recordado como un "mártir" (laindustria.pe).

 

Entre los comentaristas de los periódicos se encuentran quienes celebran obscenamente su muerte y quienes la lamentan de manera sentida. Por ejemplo Rasputín, un lector de La Industria de Trujillo sostiene: “Es evidente que estos descerebrados y desequilibrados mentales terminen ajusticiados por sus mismos pueblos, que son finalmente quienes sufren los atropellos de estos demonios de la humanidad”. Por su parte Marii una lectora del ABC sostiene lacónicamente:Así deberían qdar to2 los malos (sic)”. De su lado Riquin, también del ABC, expresa sin rodeos: “Un mal día para dictadores. Castro is next”.

 

En cuanto a los que manifiestan cierta pena por su final, la denuncia de la captura de los recursos petroleros libios y su ejecución extrajudicial es el tema predominante. Así lo manifiesta cucoantonio Severo, un lector de la revista colombiana Semana, para quien “el tonto pueblo Libio, le hace el favor a los gringos y franceses, entregándoles otro pozo más de petróleo. Según él “esta muerte solo beneficia a las grandes potencias productoras de gasolina” De otra parte sostiene que es un insulto decir que los que acabaron con el régimen libio son revolucionarios, pues son “más bien Idiotas útiles”. De su lado Carlos Rozo, también de Semana, sostiene que “Gadafi cumplió su palabra y luchó hasta el final, para eso se necesita ser valiente”. En otro orden de ideas afirma que “de fondo se observa que los supuestos amigos que tenía en occidente: Obama y los presidentes de Europa, salieron traidores y luego lo apuñalaron”. Juan De Dios Gzz de ABC anota por su parte: “Ohh lo mataron las libertadoras fuerzas de la Otan ! Hip Hip Hurra! Ya no les servia Gadaffi y por fin lo mataron, algo bueno les dejo "La Primavera Árabe" pero a Somalia ¿por qué no entran? ahh ahí no hay petróleo... no importa que mueran cientos de miles de hambre...”

 

Hay también quienes como Caleb, que con tono filosófico-teológico, sentencia: “Nadie vive para siempre. Y la maldad nunca prevalecerá ni quedara impune”. Con la muerte de Mulazim Awwal Mu’ammar Muhammad Abu Monyar al-Qadhafi: así dice Wikipedia que lo bautizaron al nacer, comienzan a cerrarse las últimas páginas de un período bicéfalo de la historia contemporánea: la era de los regimenes surgidos de la descolonización de África y Oriente medio y la era de las revoluciones autoritarias del tercer mundo, que quisieron izarse como una alternativa al “capitalismo salvaje” y al “socialismo real”, encarnados por los dos grandes bloques hegemónicos que se enfrentaron durante la guerra fría.

 

Fin de una era: Una niña patea una caricatura de Gaddafi

Jadaffi, Qaddafi –o como se escriba- fue uno de los símbolos más aquilatados de ese tipo de regimenes, que Azzedine Rakkah describe como “utopías nacionalistas y tercermundistas”, movidas por “un nacionalismo virulento, antisionista y antiestadounidense”. En síntesis, fue un hijo perfecto de su época y de su sociedad, que jugó a cabalidad el rol que le encomendó la historia. Fue a la vez tirano y revolucionario, matón sin agüero y hombre humanitario, líder mesiánico y político hábil, chafarote excéntrico y líder tribal, comediante genuino y jefe beduino.

 

Fue una verdadera figura de su tiempo y un acrisolado producto de su sociedad. Como dicen las abuelas: “un el fondo uno no puede pedirle peras al olmo”. Una sociedad tribal y premoderna como la suya, gobernada desde la noche de los tiempos por regímenes autoritarios, encabezados por faraones, césares, emperadores y califas, e invadida en todas las edades de la humanidad por las potencias extranjeras del momento, no podía dar a luz en la persona de Muammar Al-Gaddafi –sobre todo durante el periodo que le tocó vivir- un Abraham Lincon, un François Mitterrand, un Olof Palme, un Salvador Allende, un Felipe González, o un Nelson Mandela. Tampoco un Bill Clinton ni un Barack Obama.

 

Gaddafi y Gamal Abdel Nasser: dos iconos de una era en Oriente medio

Sólo podía producir eso: un icono de la utopía rebelde, como aquel que en marzo de 2009 le dijo, sin formula de cortesía, al rey de Arabia Saudita, en una cumbre de países árabes: “Soy un líder internacional, el decano de los gobernantes árabes, el rey de reyes de África y el imán de los musulmanes. Mi estatus internacional no me permite descender a un nivel más bajo”.

 

Gaddafi: rey de reyes de África, el día de su coronación en 2009. Foto tomada de elmundo.es