Muerte de Alfonso Cano: caída del último guerrillero legendario
Alfonso Cano y su perfil de individuo común y corriente, foto tomada del blog La Mula
Alfonso Cano fue –a mis ojos- un personaje gris, sombrío, distante, reservado, escurridizo y sin encanto; dueño de una estampa melancólica que no inspiraba una mala palabra ni un mal pensamiento. Ese aspecto es también resaltado por luchino, un comentarista de blog peruano para quien ‘‘Su rostro es el de un idealista generoso’’. A diferencia de otros personajes del bandolerismo nacional y del bandidaje patrio, cuya vida está llena de matices que podrían servir para escribir cientos de crónicas literarias y novelas sociológicas o históricas y componer corridos prohibidos abundantes en metáforas atrabiliarias o paseos vallenatos plenos de parábolas intemperantes, Cano es un hombre cuya efigie sólo alcanza para escribir una noticia policial de corte elemental. De no ser por sus orígenes sociales y por el perfil que se proyectó de él, el final de su vida de rebelde se hubiese podido cerrar con una nota periodística del siguiente corte: “El Gobierno colombiano informó que en la madrugada de hoy fue abatido alias Alfonso Cano, en un paraje montañoso del departamento del Cauca. Al momento de su muerte el jefe guerrillero se encontraba acompañado de un número reducido de combatientes.”
A diferencia del Mono Jojoy, cuya sola fotografía generaba escalofrío y su voz campechana infundía respeto, de Manuel Marulanda, cuya mirada torva generaba desconfianza, de Carlos Castaño, cuyo rictus de perturbado con poder producía temor, o de Rodríguez Gacha, cuyos modales montunos producían recelo, Cano fue un tipo frío e indescifrable, con un semblante que no producía –a simple vista- ninguna emoción. Por eso escribir una crónica, para reseñar su vida y su caída, resulta un desafío de talla mayor para cualquier escritor que quiera abordar el asunto desde una perspectiva diferente a los clásicos clichés que sobre él se han difundido.
Cano con el Mono Jojoy y Manuel Marulanda: ¡uno de estos animales no es como los otros! Foto tomada de gurusblog
Sus conmilitones lo describen como “un guerrillero intelectual, conocedor profundo de la historia del país, con una gran capacidad y un carisma especial para interlocutar, para cohesionar en torno al logro de la paz, incluso más allá de las estructuras de esa guerrilla”. En uno de los tantos texto en los que le rinden homenajes póstumos afirman que fue un “niño bien”, que renunció a los privilegios que “le correspondían a su acomodado origen social” e indignado –usemos ese término de moda- por la “cotidiana injusticia social de nuestro país” y “la violencia política”, que le “envenenaron” la cabeza”, decidió “sacrificar su condición de clase”. De acuerdo con su percepción de las cosas, fueron esos dos motivos los que lo llevaron a abandonar “las frías calles bogotanas”, empujándolo hacia al monte”, donde “terminó de camuflado y enfusilado”, compartiendo su camino “con un grupo de campesinos y citadinos”, que han dado origen a “un proceso sociológico [que se ha] arraigado en muchas regiones de Colombia, hasta [el punto] de constituirse en un fenómeno raizal”. Según ellos, “en un país medianamente normal’’, Cano no hubiese sido quien fue, sino “un brillante académico, investigador social o un dirigente político de un partido rosado” (webguerrillero).
Alfonso Cano de camuflado y enfusilado, foto tomada del blog tatuytelevision
El elemento intelectual y su origen de “niño bien” son los dos aspectos de la personalidad de Cano que resaltan también los cronistas de los diarios colombianos y extranjeros, frecuentemente acusados por los compañeros de ruta del abatido jefe insurgente de no difundir jamás ‘‘información veraz’’ sobre el movimiento guerrillero y de propalar sobre éste y sus jefes sólo ‘‘intoxicación mediática, morbo y propaganda oficial de guerra’’. En el perfil postrero que John Saldarriaga escribió de Cano para El Colombiano, un diario conservador et fier de l’être, son esos dos elementos que conducen la crónica. En efecto, Saldarriaga abre su informe afirmando que "Cano" fue “un intelectual que se tragó la selva”. A renglón seguido nos cuenta que nació el 22 de julio de 1948 y que el hecho de que “hubiera salido marxista y de extrema izquierda” representa una de las más altas ironías de la vida, pues su padre era un “conservador laureanista”, que lo bautizó Guillermo León, para rendirle un homenaje “a Valencia, el segundo de los presidentes del Frente Nacional”. En adelante el cronista se explaya sobre su condición de ‘‘pequeño burgués’’ chapineruno, sus lecturas, sus amistades y pasatiempos universitarios, el camino que lo condujo al monte y los momentos memorables de su vida de jefe guerrillero (elcolombiano).
Cano el jefe rebelde entregado a la guerra
Por su parte el bloguero peruano La Mula lo define –desde el titular de su nota- como un ‘‘intelectual de sueños violentos’’. En los dos parágrafos que preceden el reporte de la agencia EFE que el bloguero reproduce, éste sostiene: ‘‘La historia de Guillermo León Sáenz Vargas es la de un niño de la clase media alta colombiana al que no le faltó ni familia, ni dinero ni estudios; es la historia de un joven que devoraba libros de historia y ciencias políticas; la de un adulto que sintió el triunfo de Fidel Castro en Cuba como un triunfo suyo’’ (lamula).
De su lado Daniel Lozano del diario Publico de España, que titula su nota ‘‘El intelectual que prefirió el rifle a las ideas’’, nos presenta desde la misma perspectiva una crónica que nos permite apreciar un mayor número de matices, pues Lozano se esfuerza por colorear la personalidad gris de Cano a partir de la literatura, los titulares de prensa sobre su muerte y las opiniones de analistas políticos que se han ocupado de versar sobre su final trágico. En lo que concierne a Manuel Koba, del portal Kaos en la Red, este resalta que Cano fue ‘‘un intelectual de la revolución’’ que vivió y luchó ‘‘con el pueblo’’(kaosenlared). En ese mismo sentido abunda el escritor James Petras, para quien ‘‘Alfonso Cano es uno de los más brillantes intelectuales, trabajador, guerrillero, de su época’’. Para Petras, Cano ‘‘tenía oportunidades de ganarse la vida como un pequeño burgués, profesor académico y en cambio sacrificó todo por su compromiso con la lucha por el pueblo y murió luchando fusil en mano contra toneladas de bombas cayendo sobre su campamento’’ (rebelion)
Cano, líder ideológico de las FARC, acompaña al legendario Manuel Marulanda, foto wordpress
En síntesis, la mayoría de los medios: tantos los tradicionales como los contestatarios, terminaron de una u otra forma editorializando sobre lo mismo; recordándonos que Cano fue un intelectual de origen pequeño burgués, ‘‘que terminó escupiendo balas en la selva’’, como tituló y versó El País de Cali (elpais). Palabras más, palabras menos, fueron esos dos aspectos los que definieron su marca de comercio e hicieron de él un guerrillero legendario.
El intelectual que no se dio cuenta de un cambio de época
Aunque Alfonso Cano no fuera al momento de su muerte la última personalidad guerrillera de importancia mayor, que deambulara por los parajes cerriles de la geografía colombiana, su muerte cierra la aldaba sobre un capitulo de la historia nacional: la era de la fascinación por la lucha guerrillera. En adelante, las figuras rebeldes, que aún sobreviven, terminaran desdibujándose definitivamente ante los ojos de la opinión pública. Su depreciación histórica y política terminará por convertirlas en iconos vivientes de un pasado aciago y doloroso que, a pesar de haber germinado en el valle de la esperanza y el romanticismo, terminó marcando la vida de la nación con el hierro candente del luto, el odio y el miedo. Bien los sintetiza limero, un comentarista del blog La Mula, para quien en América del Sur estos ‘‘movimientos luchan por nada […] y lo que comienza como sueños de cambios y progreso termina desconsoladamente en crímenes, secuestros y narcotráfico’’.
Cada vez es más evidente que para el ciudadano del común, el mejoramiento de las condiciones de vida de los más necesitados en Colombia no pasa por una mesa de negociación con las guerrillas. Después del fracaso estruendoso de las negociaciones de paz del Caguán, donde quedó en evidencia la ausencia de un programa del lado de la dirigencia guerrillera para negociar con el Establecimiento la inclusión de los sectores marginados a la vida nacional, el número de los que creen que la redención de los pobres del país llegará por la vía de una revolución armada que derroque al sistema, como se creyó en el pasado, se ha reducido a sus mínimas proporciones. En marzo de 2007 la revista Semana informó que un sondeo de la encuestadora Gallup reveló que el rechazo de los colombianos a las FARC y al ELN se situaba en el 97% (semana).
Alfonso Cano y los altos mandos de las FARC durante las negociaciones de paz del Caguán. Foto wordpress
Los niveles de rechazo que hoy registra en la opinión pública el fenómeno insurgente contrasta con los niveles de aceptación que tuvieron los grupos rebeldes en los años 70, 80 y comienzo de los 90, momentos en los que entre el 25 y 35% de los colombianos manifestaba cierta simpatía por la insurgencia. En esos tiempos el hecho de asumir la defensa de las posturas insurgentes generaba cierto prestigio intelectual en algunos sectores de la sociedad latinoamericana. Como bien lo evoca luchino, ‘‘cuando “Alfonso” hizo sus votos de profesión de fe, todo parecía que él apuntaba en la dirección “buena”, era la época en que ser joven y opuesto a las ideas que lo condujeron al sacrificio, era un real contrasentido.’’
Desafortunadamente para el país, la primera víctima del guerrillero Alfonso Cano fue el intelectual –en formación- Guillermo León Sáenz Vargas. Cuando se leen las entrevistas concedidas por el dirigente guerrillero, uno puede darse cuenta que éste –enfrascado en la estrategia militar y la lucha guerrillera- no tuvo tiempo para percatarse de que ‘‘La historia avanzó con aceleración en las últimas décadas’’ y que ‘‘su credo, o religión terrenal’’ ya no era el instrumento adecuado para interpretar la nueva realidad social nacional y global. Sumergido en el día a día del conflicto, Cano no tuvo tiempo para darse cuenta de que a pesar de los altos niveles de desigualdad que acusa el país, la organización guerrillera que comandaba había perdido paulatinamente su autoproclamada condición de ‘‘defensora de los derechos de los campesinos’’ y que sus ‘‘sacrificios y su lucha’’ habían comenzado a ser percibidos –por el pueblo- como un ‘‘ideal ’’, que no tenía nada que ver con ‘‘el bienestar del pueblo’’.
El creciente rechazo que ha manifestado la opinión pública frente al fenómeno insurgente, visto desde el ángulo de la historia y al tenor de la luz del espíritu de los tiempos que corren, no es de poca monta. Ese fenómeno puede explicarse a partir de varios factores: la torpeza de la guerrilla, la caída del campo socialista, el ascenso de la globalidad y el empoderamiento de los discursos que la atraviesan, que han convertido a la sociedad civil en interlocutora directa del Estado. Eso explica –en gran parte- porque después de la segunda mitad de los años 90 la dirigencia subversiva ha mostrado una gran dificultad para sintonizar sus prácticas con los discursos, que movilizan a los sectores más activos de la sociedad colombiana, como el discurso sobre la defensa de los derechos humanos, la democracia deliberativa, la protección de los animales y el cuidado del medio ambiente, los derechos de los niños y de género, los derechos de las nuevas generaciones, etc. Estos discursos, que para la mayoría de los revolucionarios de viejo cuño no pasan de ser una manifestación de la mentalidad pequeño burguesa, están hoy en el centro de la agitación social y su ascenso ha puesto sobre el tapete otras formas de lucha, que le han quitado vigencia a las utopías rebeldes y al romanticismo guerrillero.
La sociedad civil se moviliza contra los abusos de las FARC. Foto wordpress
Son esos nuevos discursos globales, que han remplazado al viejo discurso revolucionario, los que nos ofrecen las claves para entender porque los jóvenes de nuestro tiempo, auque tengan el corazón lleno de odio contra el sistema y se sientan frustrados por el mal manejo de la cosa pública por parte de élites dirigentes corrompidas, no están dispuestos a morir anónimamente con un arma en la mano, en un lugar recóndito de la geografía planetaria. Para esa generación de infantes, que vino a este mundo delante de un televisor, viendo durante la primavera de 1989 la acción heroica de un estudiante chino que enfrenta a una caravana de tanques del Ejército del pueblo, armado de un simple bolso y un paraguas en la Plaza Tian’anmen, resulta más poético recibir una paliza de la policía o morir en una masacre pública, delante de las cámaras de televisión (youtube).
Suena hedonista, pero así es. La revolución contra el régimen libio, el levantamiento contra la dictadura siria, la primavera árabe, las movilizaciones de los indignados en las cuatro esquinas del mundo y la oposición férrea de los estudiantes chilenos y colombianos a los proyectos de reformas neoliberales a la educación superior, son una prueba elocuente de que la acción revolucionaria no se juega hoy en los farallones de La Sierra Maestra, ni en las cuestas andinas del Macizo Colombiano, sino en las calles y plazas de los centros urbanos.
Los movimientos sociales de los últimos 20 años nos muestran que para los espíritus utópicos de nuestro tiempo toda la gloria que podía alcanzarse por la vía de la lucha armada, ya fue alcanzada por alguien. Para ellos es evidente que ya no habrá un nuevo Che Guevara, ni tampoco otro Fidel Castro entrando a la Habana, con una paloma posada sobre el hombro, al frente de un ejército de rebeldes barbudos, sudorosos y felices. Tampoco habrá más guerrilleros sandinistas entrando a Managua, poniendo al dictador en fuga en medio de la algarabía del pueblo.
Fidel Castro da un discurso luego de su entrada a la Habana rodeado de Palomas
Guerrilleros sandinistas preparan el asalto a Managua. Foto tomada del blog de Leandro Albani
Lo que nos muestran los grandes movimientos ciudadanos, que se han generado en Colombia en los últimos 15 años, es que la nueva dirigencia social colombiana es consciente de que las paginas de gloria que podían escribirse a través de la lucha guerrillera en el país, ya fueron escritas por alguien y las que no se escribieron antes del fracasado proceso de paz del Caguán, ya no se escribirán jamás. Dentro de esa lógica, todo indica que no habrá un segundo cura guerrillero, que mueran heroicamente tratando de arrancarle el fusil a un soldado en pleno combate, ni tendremos a otro Jaimes Bateman Cayón, que desaparezca para siempre a bordo de un avión en las selvas del Chocó. En fin, no habrá otro Jacobo Arenas, ni otro Tiro Fijo, ni un nuevo Cura Pérez muriendo de viejo en su cambuche en medio de la manigua, derrotando por la vía de la muerte natural a un Estado débil, que no fue capas de capturarlos o de abatirlos, a pesar de que puso precio a sus cabezas y anunció durante años, por todos los medios –y a los cuatro vientos-, que se pagaría recompensa a quien diera razón de sus paraderos.
En consecuencia, la toma del poder por la vía de las armas parce ser -cada día que pasa- un capitulo agotado, una quimera que no despierta el entusiasmo de nadie, un sueño que se ha transformado en pesadilla dantesca. Con respecto a ese punto vale aquí traer a colación lo anotado por Destellos humanos, uno de los comentaristas de la nota sobre la muerte de Cano en el periódico Público de España. Según él, ‘‘Los movimientos guerrilleros en Latinoamérica que se propagaron por el continente en el siglo pasado tuvieron un significado y una significación histórica con grandes diferencias respecto a los movimientos armados que aún hoy existen (generalmente centrados en actividades comerciales ilícitas por encima del sustrato ideológico que pretenden conservar)’’.
En esa misma dirección apunta el Columnista independiente y Escritor, Álvaro de Jesús, para quien los movimientos guerrilleros perdieron la confianza del pueblo por ‘‘La mentira, el total desinterés por la paz, y el desarrollo de los pueblos, aunado a la escalada del negocio de la droga justificado en la financiación de la guerra’’. Esos y otros hierros, terminaron ‘‘convirtiéndolos ante la opinión publica en bandidos armados, con territorios dominados para el delito’’. Su imagen se desdibujó aún más cuando comenzaron a ‘‘perseguir al pueblo que decían que defendían’’. Éste, ‘‘ante el horror del secuestro y las pescas milagrosas, como de los inhumanos ataques a las poblaciones’’, ha decidido rechazar abiertamente sus desafueros, porque se dio cuenta que no ‘‘será el camino de la guerra y el sometimiento por la fuerza, la vía que lleve a la nación hacia el fin de las injusticias de los poderosos, ni hacia el desarrollo social, económico y cultural’’.
El declive que hoy registra la utopía insurgente en Colombia comenzó con el fracaso de las negociaciones de paz en el Caguán. Después de ese momento el fervor por la lucha armada, que marcó la vida de tres generaciones de colombianos, se ha extinguido aceleradamente. Por eso son pocos los que han salido a protestar la muerte de Cano. La decadencia de la utopia guerrillera ha prosperado a pesar de que las FARC no han dejado de gritar –a todo pulmón- que en nombre de “los humildes de Colombia”, “los guerrilleros de las FARC entraremos a Bogotá”, de la mano del “Libertador”, “con Manuel, con Jacobo, con Jorge, con Raúl, con Iván Ríos y con todos los caídos, [...] en los puños levantados del pueblo, cabalgando en la insurrección, para instaurar en la plaza de Bolívar el nuevo gobierno patriótico y bolivariano inspirador de nuestra lucha”, poniendo fin a la opresión y alcanzando, “al fin, la justicia social para todos” (comunicado de las FARC-EP).
Manifestación contra el secuestro y las FARC. Foto tomada de gathacol.
Hay un evento que nos da algunos indicios de la desvalorización que ha sufrido en los últimos tiempos la lucha guerrillera como vehiculo de reivindicación social en Colombia: el movimiento estudiantil de defensa de la Universidad Pública. A pesar de que la muerte de Alfonso Cano se produjo en medio de la más importante agitación universitaria de los últimos 40 años en el país, ésta no ha perturbado el espíritu del Movimiento Estudiantil. El comportamiento asumido por los estudiantes frente al hecho nos indica que algo ha cambiado profundamente en el sector estudiantil con respecto a la actividad insurgente, pues en el pasado los estudiantes se contaban entre los primeros en salir a condenar las acciones armadas en las que se arrebataba la vida a los dirigentes de izquierda o en las que se daba debaja a uno que otro reconocido icono rebelde.
Nuevo estilo de la protesta estudiantil en Colombia. Foto tomada de hispano.com
Lo que ha pasado con la muerte de Cano y el movimiento estudiantil de defensa de la Universidad Pública me recuerda un episodio que sucedió el día de la muerte de Pablo Escobar en la Universidad de Córdoba. Ese día los estudiantes del programa de Ciencias Sociales se encontraban en asamblea general para definir el curso de una huelga estudiantil que llevaba más de un mes. La discusión estaba en su mejor momento cuando un estudiante entró gritando al recinto donde se realizaba la asamblea: “¡Acaban de matar a Escobar, acaban de Matar a Escobar!... Su exclamación sólo generó un murmullo tímido entre los asistentes. El estudiante que dirigía la reunión miró al heraldo con un poco de asombró, luego miró a los concurrentes para escrutar lo que reflejaba su semblante por causa de la noticia. Acto seguido dijo: “continuemos con el orden del día y luego comentamos el incidente”. Al final de la reunión uno de los dirigentes estudiantiles más importante de ese momento le dijo a los pocos estudiantes que aún quedaban en la sala… “Algo importante ha pasado en el país después que se expidió la Constitución del 91 y se desmovilizó el M19 y el EPL. Si la muerte de Escobar hubiese sucedido en los años 80, los estudiantes no hubiésemos dudado un minuto para salir a la calle a rechazar el hecho, a vivar al muerto y a condenar el intervencionismo del imperialismo yanqui en Colombia”.
A pesar de todos los eventos que condimentan la actual coyuntura política colombiana: la discusión sobre la reparación a las victimas, la restitución de las tierras a los desplazados, la develación de los escándalos de la parapolítica, de las chuzadas, de los falsos positivos y de las ollas podridas de corrupción que comprometen al anterior gobierno, la opinión pública colombiana; el país de a pie, profundiza –día à día- su distancia frente a la lucha guerrillera y a todo tipo de manifestación armada irregular.
La consolidación de otros mecanismos de protestas social, como la celebre Corzatón que obligó al presidente del Senado –a pesar de su arrogancia inicial- a emendar la plana y las criticas en las redes sociales que han llevado a Pachito Santos a pedir disculpas por sus –siniestras recomendaciones- al gobierno sobre el manejo de la protesta estudiantil, son eventos que nos llevan a considerar que la muerte de Alfonso Cano, la última figura de corte legendario que le quedaba a las FARC, va a profundizar la depreciación del rol de los grupos armados –de todo género- como voceros del descontento y la indignación social.
Icono de la Corzatón, una de la más celebres protestas ciudadanas del año 2011. Foto tomada de edunewscolombia
En consecuencia, la única salida que hoy les queda a personajes como Gabino y a los altos jerarcas del ELN, que componen el COCE, así como a la miríada de comandantes de menor rango que se aprestan a integrar el Secretariado Mayor de las FARC, si quieren ocupar un lugar aceptable en las páginas de la historia nacional, es la negociación con el Estado de las condiciones de su retorno a la vida civil.
A pesar de que un gran porcentaje de los reportajes que se escribieron para reseñar la muerte de Cano se concentran en presentarlo como un intelectual rebelde, hay en todas partes personas que resaltan que la intelectualidad no es la principal característica de Cano. Por ejemplo Machiavelli Jobs comentarista del periódico Público de España sostiene que ‘‘Un intelectual nunca haría eso [preferir el rifle a las ideas], por muchos estudios que tuviera y muchas obras que hubiera leído y escrito, cuando coge el rifle deja de ser intelectual, del tirón!’’ Otro comentarista de periódico que está sintonizado con la misma tesis es petete, de El País de Cali, para quien ‘‘si cano hubiera sido intelectual no hubiera hecho tanto daño a su país…, no hubiera matado tanta gente y no hubiera abusado del pueblo colombiano. Así que –para él, Cano- de intelectual nada’’. Por su parte Héctor riveros Serrato sostiene que Cano no fue ni intelectual ni amigo de la paz, como se ha creído por largo tiempo. En su parecer ’Alfonso Cano’, fue un individuo poseído por un ‘‘delirio mortal’’ (elespectador).
Pero en fin, –si realizamos la reconstrucción de su vida a partir de las notas tanto de la ‘‘prensa burguesa’’ como de la ‘‘prensa revolucionaria’’-, es bajo la etiqueta de intelectual que Cano entrará en los casilleros de la historia. En los periódicos electrónicos y los portales de internet afines a su causa, sus partidarios sostienen que los ‘‘intelectuales de la talla de Cano’’, al contrario de los ‘‘los intelectuales pequeños burgueses’’ que pasan su vida en ‘‘cómodos gabinetes y oficinas de estudio teórico [...], ponen a prueba sus diplomas, reconocimientos teóricos y títulos académicos en la práctica revolucionaria, los arriesgan en la práctica, poniendo en juego su vida en forma absoluta e incidiendo de manera determinante en el curso mismo de la historia’’ (anncol).
Por su parte la ‘‘gran prensa’’ lo presenta como ‘‘un ‘nerd’ como esos que pintan las películas de Hollywood, apasionado por la historia, obsesionado con los libros sobre política’’, que después de entrar a la Universidad Nacional se ‘‘convirtió en líder de las Juventudes Comunistas’’ y en el año 1981, luego de un carcelazo, se ‘‘sumerge en montañas colombianas, busca a los jefes de las Farc y se declara su nuevo peón, contrariando las intenciones del Partido Comunista, que quería enviarlo a estudiar a Moscú para protegerlo de las autoridades que ya conocían de la incidencia que empezaba a tener.’’ Por esa vía el ‘‘chico flaco, débil, de pelo revuelto, gafas de lentes gruesos’’, que ‘‘creció en el barrio Chapinero de Bogotá en medio de un ambiente típico de clase media: sin lujos mayores, sin hondas carencias’’, se convirtió en el máximo líder de las FARC, gracias a su ‘‘formación ideológica y capacidad estratégica’’(elpais).
Siendo honestos hay que reconocer que Alfonso Cano incidió de ‘‘manera determinante [y cruenta] en el curso mismo de la historia’’ colombiana de las últimas dos décadas. Eso nadie se lo va a negar. Forjado intelectual y políticamente en la agitación y el dogma": ‘‘Agitación y Dogma’’ era la divisa de la célula comunista a la que perteneció el estudiante Guillermo León Sáenz Vargas en la Universidad Nacional, Cano perdió o no adquirió los reflejos indispensables que le permiten a todo intelectual percibir antes que la gente del común los signos de un cambio de época. Sin duda alguna su diagnóstico sobre el origen de la guerra en Colombia es adecuado. Su tesis que sostiene que “la guerrilla revolucionaria no existe en nuestro país […] por una orden impartida desde el antiguo campo socialista”, sino que surgió ‘‘por causa de la marginalidad social y la violencia política ejercida de manera sistemática por la élite del poder’’, es coherente desde el punto de vista histórico.
De otra parte, la salida que planteaba al conflicto: un acuerdo de paz que condujera a ‘‘cambios de fondo, democráticos, a la vida institucional y a las reglas de convivencia’’, basados en la ‘‘concepción revolucionaria’’ de su movimiento guerrillero y su visión ‘‘de la Nueva Colombia’’, nos muestran que era el jefe rebelde el que gobernaba al espíritu de Cano y no el intelectual (abpnoticias). De hecho, eso explica porque ‘‘Las FARC dicen que persistirán en buscar una solución política –a la confrontación- pero sin previo desarme’’ porque para Cano la desmovilización era "sinónimo de inercia, de entrega cobarde, de rendición y traición a la causa popular y al ideario revolucionario (...), una indignidad" (elmundo). En conclusión, para Cano y los que piensan como él la paz sólo se conseguirá en Colombia cuando las FARC hagan una revolución armada que viabilice su proyecto de ‘‘paz con dignidad y justicia social" y sobre esa base las partes difícilmente llegaran a un acuerdo político que ponga fin al conflicto.
Alfonso Cano, el líder rebelde de posición intransigente frente a la solución del conflicto. Foto ikiru
Alfonso Cano fue un personaje producto de su época y de la sociedad en la que nació, creció, se reprodujo y murió. Una de mis amigas dice que hay varios hechos que se asociaron para marcar de manera negativa su destino: haber nacido el 22 de julio de 1948, tres meses y trece días después del evento que dio el pitazo inicial de la violencia política de a mediados del siglo XX; ser hijo de una familia conservadora, cuyo padre laureanista lo bautiza con el nombre –para hacerle un homenaje- de un político, que de presidente de la república durante el frente nacional ordenó el ataque a Marquetalia en mayo de 1964 y haber crecido en un periodo agitado en el seno de una sociedad violenta y excluyente. Según mi amiga la conjugación de todas las malas energías, que representan esos eventos, determinaron el sino trágico del pequeño Guillermo León. En efecto, toda esa carga histórica negativa –según ella- lo ungió de un karma protervo, que hizo de él lo que fue. Esos elementos configuraron un albur que lo predestinó para entrar en las paganías de la historia por la puerta de la violencia y a través del dolor, lo cual se hubiese podido evitar de haberse llamado verdaderamente Alfonso, Cantalicio, Mamerto, Godofredo o Vicente o de haberse saldado la operación Marquetalia con la muerte o captura de Tiro Fijo y Jacobo Arenas, sus posteriores mentores.
Particularmente no le doy crédito a esa teoría, porque no creo que los signos ocultos, que se develan a la luz de la astrología, incidan sobre el curso de la vida de un individuo. Pero mi amiga, que es fanática del tarot y la quiromancia, sostiene que el entrecruzamiento de todos esos arcanos funestos en la vida de ese individuo marcó su existencia. Para ella, las vivencias de Cano, de la cuna a la tumba, representan la trama perfecta de una novela, que le puede prodigar la gloria literaria a quien la escriba, si el escritor tiene la genialidad suficiente para descifrar las claves que se esconden detrás del personaje y su época.
Una de las pocas caricaturas sobre Alfonso Cano disponibles para uso público en internet. Tomada del diario La Nación de Neiva.
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