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La Barca de Enoïn

Crónica sobre diez años de historia televisada: del atentado a las Torres gemela a los levantamientos populares en el Mundo árabe.

Crónica sobre diez años de historia televisada: del atentado a las Torres gemela a los levantamientos populares en el Mundo árabe.

 

Hace pocos días el mundo contempló por televisión las ceremonias sentidas, sencillas y a la vez majestuosas, que se pusieron en escena para conmemorar el décimo aniversario del ataque a las Torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Sin querer exagerar, se podría decir que el ataque y caída de las Torres gemelas fue el primer evento que tuvo cubrimiento y audiencia planetaria en la historia de los medios audiovisuales. Ese día, después de que el primer avión golpeo las torres, en todas partes la gente se pegó a la televisión y por eso más de medio planeta debió haber sido testigo del ataque del segundo avión. Para aquellos historiadores que buscan eventos significativos para demarcar el nacimiento de una nueva época histórica o el final de un siglo, creo que ese evento va a ser un evento que va a servir como mojón para alinderar el tiempo, porque el mundo era uno antes de la caída de esos edificios y es otro bien diferente 10 años después. 

     

Para no dejar pasar por alto el aniversario número 10 de ese fatídico 11 de septiembre de 2001, tan fatídico como el 11 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile, decidí sondear entre mis contactos de Facebook, con el objeto de dimensionar un poco el significado de dicho evento en el imaginario popular. Me sorprendió la mezcla de emociones, que se esconde detrás de las respuestas de aquellos que decidieron compartirme su apreciación sobre los hechos.

 

Mi colega y excondiscípulo Abel Fuentes, que se encontraba dictando en el momento de los atentados una clase de historia en un colegio de secundaria en Bogotá, sostuvo que se valió de los hechos para recordarle a sus estudiantes que en ese momento se estaba produciendo un hecho que marcaría profundamente la historia del mundo, porque alguien estaba haciendo historia. Según él después de esos atentados a mucha gente le cambió la vida, porque dichos hechos nos volvieron a los que no somos estadounidenses más sospechosos, a todos los niveles. Me acuerdo que un amigo cercano, que emigraba al día siguiente a Canadá con toda su familia, tuvo que aplazar su salida del país por casi un mes, porque el gobierno canadiense decidió rebarajar las cartas en materia migratoria.

 

Por su parte el microempresario Eder Pereira, que se encontraba esa mañana haciendo los trámites para obtener su título de licenciado en informática y medios audiovisuales en la Universidad de Córdoba, en Montería, recuerda que sintió una profunda contradicción en su corazón, pues al tiempo que sentía pesar por el dolor de las “familias que estaban sufriendo por ese monstruoso hecho”, también pensaba que el atentado era “la consecuencia de las actuaciones de los EE.UU. en el mundo, pues esa mañana alguien había decidido tomar venganza en nombre de los pequeños pueblos humillados por la superpotencia, demostrándole a  ésta que las cosas no son siempre como ella las plantea”.

 

La fotógrafa venezolana Maira Sofía Carrero Marta, manifiesta que en el momento del atentado ella tenía 16 años y se encontraba en Orlando, Florida, en las típicas vacaciones en Disneylandia. Carrero recuerda que ese día comprendió para siempre que “los asuntos de índole internacional no eran una ficción contada por las noticias o por los aburridos libros de historia”, sino una realidad lacerante “que afecta la vida de mucha gente en el mundo. Eso me llevo a sentirme muy insegura, pues ese día fue la primera vez que viví el racismo en carne viva y de modo violento. Mi papa se llama Omar y además usa barba. Por esa razón lo detuvieron, lo metieron en un cuarto oscuro, le hicieron un montón de preguntas y la computadora que llevaba se la decomisaron, porque andaban buscando una conexión entre él y los grupos arabo-musulmanes, sin detenerse a reparar que entre él y esos grupos no había ningún vínculo, porque sencillamente el era un pobre señor venezolano, que se llama Omar porque a mi abuela se le dio la gana de ponerle ese nombre”.

 

En lo que a él concierne, Melanio Falco, un funcionario del sistema electoral colombiano que trabaja en Cartagena dijo: “esa mañana me encontraba en mi oficina y cuando me enteré de la noticia pensé que era un hecho grave pero a la vez me dije que los Estados Unidos se lo tenían merecido por el gobierno arrogante y belicoso que tenían en ese período”. En cuanto a Luis Edgar Espitia Cárdenas, éste recuerda que esa mañana se encontraba en Barcelona, siguiendo las noticias por Internet y mientras seguía la evolución de los hechos se preguntaba si estos hechos no eran laconsecuencia de las acciones de un imperio, que se ha hecho fuerte en los últimos cien años, sin importarle mucho los métodos ni las consecuencias de sus acciones”. Espitia nos recuerda que ese imperio “pocas veces ha sido atacado al interior de sus fronteras, salvo el caso de Pancho Villa que lo hizo y cayó abatido” por su osadía. Para él esos acontecimientos no han cambiado en casi nada su vida, pero afirma: “ahora soy más conciente de lo vulnerable que somos los ciudadanos frente a los Estados”.

 

De su lado el líder sindical Jairo Millán afirmó: “cuando sucedieron los hechos vivía aún en Cali. Ese día me desperté tarde y prendí la televisión. Al comienzo cuando ví la primera torre llena de humo pensé que era un incendio que se había presentado. Pero luego cuando leía en la parte de arriba de la pantalla: “ataque a los EEUU unidos” pensé que quizás se trataba de un ataque con misiles y me sentí muy inquieto. No he sido muy afecto a los EEUU, pero en ese momento creí que algo grave estaba ocurriendo. Cuando ví en la televisión como se estrellaba el segundo avión llegué a pensar que verdaderamente se trataba de un ataque a gran escala. Fue en ese momento que pensé en mis familiares que viven desde hace mucho tiempo en New York. Si bien siempre me he opuesto a las políticas de los Estados Unidos, frente a los hechos no podía más que sentir compasión por los inocentes que habían quedado atrapados en la parte alta de las torres incendiadas. Aunque uno lo imagine, nunca puede dimensionar el grado de desesperación de esas personas, muchas de las cuales llegaron al punto de lanzarse al vacío. Tampoco comprendía y no comprendo aún como el país mas poderoso de la tierra, que hace uso de la más alta tecnología en materia de radares y sistemas de alerta satelital, al menos en el segundo avión, el sistema de defensa no pudo reaccionar a tiempo para evitar el ataque. Todavía me pregunto por qué los sistemas de seguridad nunca se activaron. Vaya uno a saber por que las cosas sucedieron así.  Consternado por los hechos, recuerdo que salí a la calle y al encontrarme con un conocido le pregunté cuál era su opinión. El hombre me dijo, sin ningún asomo de humanidad, que celebraba los ataques. Escuchándolo,  la verdad es que sentí tristeza. En lo más profundo de mi me preguntaba ¿cómo alguien puede celebrar la muerte trágica de personas, que así no conozcamos tienen como nosotros una vida por vivir, la cual fue destruida por el odio y por los cálculos políticos de los poderosos?

 

En cuanto a mí, el 11 de septiembre, cuando atacaron las Torres gemelas, me encontraba durmiendo. En ese tiempo trabajaba dictando clases en una escuela de validación del bachillerato para adultos, que quedaba en la calle 65 con Caracas en Bogotá. Como mi último curso terminaba a las 11 de la noche, con lo lento que resultaba transportarse en la Bogotá de la época, aún en las noches, generalmente llegaba al cuarto donde vivía pasada las 12 y media. Cuando la televisión dio cuenta del hecho, la señora dueña del cuarto corrió a llamarme: “profesor venga a ver las noticias, un avión acaba de estrellarse contra las Torres gemelas”. No había yo tomado bien asiento en su sala cuando me soltó una pregunta a quemarropa ¿Qué puede ser eso profesor? Me acuerdo que sin darle vueltas al asunto le dije: “para mí el autor de ese ataque puede ser el grupo Al-Qaeda de Osama Bin Laden”. “¿Eso qué es, o quien es ese o qué?”, me interpeló uno de los que se encontraban viendo las noticias conmigo. Me toco explicarle grosso modo todo eso. Me sorprendió que ninguno hubiera tenido noticia del grupo en cuestión, ni ninguno había escuchado hablar jamás de su líder.

 

Mi velocidad de reacción se debió a que había acabado de leer Las guerras del futuro, un libro de Alvin y Haydee Toffler, que pasó más bien inadvertido en el mercado de la literatura académica. Eso se debe a que muchos académicos no se miden para calificar a los Toffler de charlatanes, que posan de científicos sociales, cuando no son más que simples vulgarizadores, que se han hecho célebres vendiendo betcelers de poca fiabilidad conceptual. Sin embargo los Toffler habían barajado, cinco o seis años antes, en Las guerras del futuro, la tesis de que la criminalidad y el terrorismo mundial serían dos de los principales actores que protagonizarían las guerras del futuro.

 

Argumentaron los Toffler que la globalización favorecería paradójicamente el crecimiento y la operación de estos demonios porque sus tentáculos “sobrepasan los límites territoriales de los países y se constituyen en “redes”, que cubren muchas veces la totalidad del planeta”. Como lo destaca el prospectologo Francisco José Mojica[i], así como “la producción de bienes y servicios involucra redes que [le] dan la vuelta al mundo, igualmente el crimen y el terrorismo” se articulan en “redes” igualmente globales, dispuestas a sembrar el caos a lo largo y ancho del planeta.

 

“La historia está en Marcha”: una mirada a los hechos desde el ángulo teórico

 

Al comienzo de los años noventa el politólogo y cronista estadounidenses Francis Fukuyama sorprendió al mundo con un libro, que causó mucho revuelo más por su titulo que por su contenido. Para muchos intelectuales, sobre todo de izquierda, el sólo título del libro de Fukuyama: El fin de la Historia y el último hombre, era en si un insulto al intelecto, un atropello a la razón. En su libro Fukuyama expuso la polémica tesis de que la historia, como lucha de ideologías había terminado con el triunfo final de la democracia liberal, que según él ocurrió con la caída del Muro de Berlín, que puso fin à la Guerra Fría. Dentro de los millares de páginas que se escribieron para criticar las apreciaciones de Fukuyama, en medio de una oleada de indignación, matizada por la frustración que acompañó el colapso del llamado Socialismo real, representado por la URSS,  hay dos autores que merecen especial atención : Alex Callinicos[ii] y Perry Anderson.  

 

El primero, en su libro Contra el postmodernismo, nos ofrece una critica detallada y contundente de la mayoría de discursos filosóficos que precedieron la aparición de la obra de Fukuyama, algunos de los cuales llegaron incluso a postular la idea de una post-historia. Según Callinicos, el “fin de la guerra fría y el hundimiento de los regímenes de Europa Oriental y de la Unión Soviética” y la victoria del discurso del libre mercado en economía, que propugnaba por una gestión económico-social basada a ultranza en el capitalismo liberal, así como del neo-conservatismo en la gestión del Estado, llevaron a Fukuyama a proponer su teoría. Argumenta el autor que ese discurso fue aupado por el espíritu del momento: “era la época de Reagan y de Thatcher, […] en la cual las economías occidentales parecían flotar hacia una prosperidad cada vez mayor, sostenida por una ola de especulación en el mercado de valores y en el intercambio comercial acompañada por una retórica generalizada de libre mercado y por una insaciable avidez”.

 

Por su parte Anderson, en Los fines de la historia, alaba inicialmente la tesis de Fukuyama, a la que considera como una ágil combinación de las tesis de los filósofos Federico Hegel y Alexandre Kojève, pues del primero Fukuyama recoge su constitucionalismo liberal y el optimismo que su visión trasluce, mientras que del segundo retoma “la caducidad que le diagnostica al Estado-nación y la imagen hedonista del consumismo moderno”. Luego de hacer esas aclaraciones, Anderson critica el discurso de Fukuyama por no asumir una posición clara frente a “la carencia de sustancia moral que ofrece el capitalismo occidental, cuyo descrédito se dejaría ver en la falta de cohesión social de sus países más representativos”, y por la falta de “concatenación” en su teoría. Anderson sostiene que uno de los pilares del discurso de Fukuyama: la tesis que afirma que el motor de la historia es el deseo de reconocimiento, el thimos, que habita en el espíritu de cada ser humano, está mal desarrollada en el libro. En su consideración, aunque Fukuyama desarrolla a profundidad el “postulado que sostiene que el desarrollo económico es una condición necesaria para el desarrollo de la democracia”, al final de su libro no queda “claro si el deseo de reconocimiento actuaría previa o posteriormente al triunfo de la racionalidad científica”.

 

Como lo sostiene el analista bibliográfico Jose Andrés Fernández Leost, uno de los logros del libro de Anderson fue el de haber reorientado el debate filosófico sobre la dinámica de la historia. Dicho debate se había vuelto moroso en medio de una atmósfera académico-intelectual, enrarecida por el discurso de Fukuyama. Considera Fernández Leost, que después del fin de la guerra fría y de la publicación del célebre artículo « ¿El fin de la historia?» en 1989, muchos intelectuales y académicos abrazaron, sin oponer mucha resistencia, la idea de que nos hallábamos indiscutiblemente –ideológicamente hablando- “en la última fase de la historia”, caracterizada por la “universalización de la democracia liberal occidental” y “sostenida por un sistema de economía de mercado, como forma final de gobierno humano”.

 

Una de las ideas más fornidas, que emergieron de la mano del discurso de Fukuyama, es el concepto de "nuevo orden mundial". Dicho concepto puso en boga la tesis de la emergencia de una “nueva era”, caracterizada por “el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas”, en la que “los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas.” En síntesis, en eso se resumía para Fukuyama la idea del “fin de la historia”, pues en la nueva sociedad las ideologías ya no serían necesarias y al final éstas serían sustituidas por la economía.

 

Dentro de esa lógica el presidente George Bush (padre) se convirtió en el primer pregonero del concepto nuevo orden mundial, dentro del cual los Estados Unidos se posesionaron como superpotencia militar y económica. Su rol de gran gendarme planetario parecía un hecho irrefutable y sus partidarios en todas las esquinas del planeta afirmaban, sin sonrojarse, que “Estados Unidos, era por así decirlo, la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases”, por eso su modelo social era el modelo a seguir, el patrón a imitar.

 

En casi todas partes la sociedad comenzó a americanizarse de una manera, que a veces rayaba en lo absurdo. Las mujeres, como en las películas de Holywood, se volvieron más liberales sexualmente hablando: eso no es lo absurdo, y asumieron patrones de consumo que antes no era comunes en ellas. Muchos países se embarcaron en la dolarización de sus economías. En el sector público se puso en marcha un tipo de gestión del Estado, que condujo a la desmantelación del Estado de bienestar: el estado asistencialista lo llamaban los tecnócratas recién salidos de Harvard, en sociedades, como la latinoamericana, que nunca habían implementado el Estado de bienestar.

 

En la época una de las noticias que más sensación causaba en los medios era la apertura de un restaurante Mc Donalds en un país de capitalismo dependiente, en un antiguo país comunista o en una nación aún comunista. Sucedió así cuando se abrió el primer restaurante de la cadena en Moscú, en 1990. La televisión nos mostraba a millares de clientes que comenzaron a hacer fila dos días antes de que el restaurante abriera sus puertas, para tener el privilegio de ser los primeros en probar las hamburguesas de Mc Donals en un antiguo país comunista. La fiebre fue tan intensa, que Mcdo. atendió durante la primera semana un promedio de 27,000 clientes diarios. Sucedió así en Beijín. En 1992, cuando se abrió su primer restaurante en la China, Mcdo. atendió en promedio 40,000 clientes diarios durante los primeros meses. Así sucedió también en Bogotá en 1995. Allí el revuelo en los medios y en la gente fue tal, que la Revista Semana (semana.com) tituló “DOBLE CARNE CON PESOS…. Después de casi dos décadas de espera, por fin McDonald’s llega a Colombia”. Según la nota para “garantizar la calidad” de “las hamburguesas que se [iban] a vender en Bogotá”, en un comienzo se importó “buena parte de los insumos”, porque los directivos de la compañía consideraron que “de otra manera”  no se podía ofrecer un buen producto al consumidor.

 

Imbuidos dentro de esa mentalidad se nos fueron los años 90, que se convirtieron en un periodo de completa americanización de la vida cotidiana de la gente. Ese momento dejó su huella –en Colombia- en la identidad de los estratos populares urbanos, pues no fueron pocos los que bautizaron a sus hijos con nombres anglófonos, tales como Steven, Stevenson, Arliton, Jeison, Jerson, Gerson, Watson, Clinton, etc. Por eso el ataque a las Torres gemelas, pero sobre todo la modalidad que se utilizó, nos sorprendió a todos, pues ese tipo de eventos no estaba en las cartas de ningún pronosticador del futuro.

 

En la jerga política, el  termino Nuevo orden mundial se convirtió en un lugar común entre los analistas políticos de los medios prestantes y sin prestancia, así como entre los políticos más esnobistas y los académicos de todo pelo, que se ocupaban de la coyuntura internacional. Dentro de esa lógica, no es raro que el historiador –y político- Gustavo Bell Lemus diga que el 11 de septiembre de 2001, cuando atacaron las torres gemelas “no solo se derrumbaron las Torres, también el orden internacional[iii]”.

 

¿Cuál orden mundial se cayó con las torres gemelas?: pregunta para Gustavo Bell

 

Contrario a lo que sostiene Gustavo Bell Lemus, considero que el 11 de septiembre no se derrumbó ningún orden mundial. Todo lo contrario se reforzó ese nuevo orden mundial que se había venido construyendo ladrillo por ladrillo después de la caída del Muro de Berlín y de la primera guerra contra Sadam Husein. Con el ataqué a las Torres gemelas las potencias occidentales obtuvieron una patente de corso, que les confirió permiso para atacar los bolsones de resistencia armada o los regímenes díscolos, que se levantaban abiertamente contra sus intereses o que amenazaban su seguridad. Dicho de otro modo: atacando las Torres gemelas, Bin Laden y el régimen talibán de Afganistán firmaron sus actas de defunción, y de carambola decretaron la descontinuación del activismo político-revolucionario armado en todo el mundo.

 

En adelante, los grupos insurgentes, tan en boga después del triunfo de la revolución cubana, que aún se encontraban activos, quedaron sin ningún chance de volver a protagonizar la historia. Después de los célebres atentados todos los grupos armados al margen de la ley, en casi todas partes, fueron etiquetados como terroristas. Asustada por lo sucedido, la opinión pública les retiró –sin contemplación- su respaldo y el pueblo perdió su confianza en ellos como redentores de los desfavorecidos o como liberadores nacionales.

 

En lo que toca a los países arabo-musulmanes hay cuatro elementos, que Azzedine Rakkah[iv] señala en uno de sus artículos, que resultan capitales para comprender todo lo que ha pasado en esos países después de la mañana de ese fatídico 11 de septiembre : 1) el temor de ciertos países árabes a ser blanco de los ataques de Al-Qaeda, por su cercanía con las potencias occidentales, 2) el temor de ciertos líderes de la región a una confrontación directa con Estados Unidos por su cercanía con los grupos terroristas, 3) el temor de los regimenes más autoritarios y cercanos a occidente de ser forzados a una democratización por causa de políticas erróneas, sobre todo en materia de derechos humanos y 4) la pobreza monumental que golpea a la población en los países del mundo musulmán.

 

Luego de que la coalición de potencias occidentales atacara al régimen afgano y diera inicio a la cacería contra Osama Bin Laden, los regimenes díscolos como el de Sadam Husein, en Irak, el de Mohammad Gadafi, en Libia, el régimen sirio de Bashar al-Assad, así como el régimen argelino, emprendieron una rápida transformación, con el objeto de volverse potables ante los ojos de las potencias occidentales. Como lo deja entrever Rakkah, paradójicamente es el Irak de Sadam Husein el que primero emprende ese proceso de transformación. Pero el esfuerzo que hace el régimen de Sadam por demostrar que no tiene nada que ver con Al-Qaeda no lo libera de la cólera de George Bush (hijo), que organiza casi en solitario la segunda guerra contra Irak. A parte del Reino Unido y de España, en esa aventura los Estados Unidos son acompañados solamente por naciones de segundo y tercer orden como Honduras, Nicaragua, Colombia y Filipinas.

 

Temerosos de su suerte los regimenes de Libia, Siria y Argelia emprendieron transformaciones políticas y económicas internas, al tiempo que suavizaban sus posturas frente a las potencias occidentales, con lo que ponen fin, según Rakkah, a “unas utopías nacionalistas y tercermundistas que surgieron en los años sesenta y setenta”, caracterizadas por “un nacionalismo virulento, antisionista y antiestadounidense”.

 

El domingo 11 de septiembre de 2011, bajo una atmósfera gris que presagiaba la llegada de un otoño lluvioso y frío, Nueva York conmemoró el décimo aniversario de la desaparición de uno de sus iconos más preciados: las Torres gemelas. Curiosamente ese décimo aniversario ha coincidido con la caída de Osama Bin Laden y con un levantamiento de la sociedad civil en los países arabo-musulmanes. Allí los ciudadanos del común, al grito de pan y libertad, han logrado expulsar del poder a varios lideres nacionales que llegaron a la dirección de sus países arropados con el manto de la revolución y se convirtieron en vulgares dictadores, que sólo velaban por sus intereses personales y los de sus cofrades, mientras debelaban los derechos de sus gobernados.

 

A la luz de lo que hoy pasa en esos países, uno podría decir que en algunos de los puntos que trató en su obra, Fukuyama resultó teniendo razón. El mundo se instala hoy en una nueva era. Ésta comenzó cuando la Unión Soviética invadió Afganistán para proteger al régimen comunista de Kabul de los ataques de los guerrilleros talibanes, que en ese tiempo no se llamaban todavía así, armados por los Estados Unidos y ayudados por un tal Osama Ben Laden.

 

La primera fase de esa nueva era ha llegado a su final. El orden mundial que surgió con la caída del Muro de Berlín se consolida. El único orden que ha ido desapareciendo con la caída de las Torres gemelas es el orden postcolonial, instaurado en los países árabes después de la Segunda guerra mundial. Como dijo el presidente Barak Obama cuando estallaron los levantamientos populares en los países de África del norte en enero pasado: “La historia está en marcha”. Resulta increíble, pero la caída de unos ladrillos en Nueva York sacudieron al mundo entero y descuadernaron el orden político de una de las sociedades más antiguas –y tradicionalistas- del planeta: la sociedad arabo-musulmana.



[i] Francisco José Mojica, Las guerras del futuro y su impacto en América Latina, Conferencia presentada en el V Encuentro Latinoamericano de Estudios Prospectivos, Universidad de Guadalajara, México, 3, 4 y 5 de diciembre de 2002,http://rimd.reduaz.mx/coleccion_desarrollo_migracion/americalat/Americalat_capII_lasguerras.pdf

[ii]Este autor se ocupa tangencialmente del trabajo de Fukuyama, pero critica la mentalidad que imperaba en el universo académico-intelectual de la época que lo vio nacer.

[iii] Gustavo Bell, “No solo se derrumbaron las Torres, también el orden internacional”, Revista dinero, 2011, 10 de septiembre, http://www.dinero.com/internacional/articulo/no-solo-derrumbaron-torres-tambien-orden-internacional-gustavo-bell/135008

[iv] Azzedine Rakkah, «El mundo árabe depués del 11 de septiembre », Oasis No 10, p 25-78,  http://redalyc.uaemex.mx/pdf/531/53101004.pdf

2 comentarios

Responsable de la edición de la Barca de Enoïn -

Gracias por tu comentario. En el encuentro de blogger estaré presente del comienzo al final!

Isbel -

¡Leido! Interesante todas las fuentes que citas. A todos nos cambió un poco al vida el 11/09, pero indudablemente al pueblo norteamericano le destruyó la poca inocencia que le quedaba.

También hice mi pequeño homenaje ese día. Aquí te dejo el enlace:

http://chez-isabella.blogspot.com/2011/09/10-anos-del-11-de-septiembre.html

¡Te espero en el evento blogger!

Saludos.